Como se imaginaran, el Visir, que era un hombre de buen corazon, fue entristeciendose por la mision que le habia tocado, y sus dos hijas, Sherazade y Dunaziad, se preocuparon mucho por él. Hasta que Sherezade, que además de hermosa era inteligente, se le ocurrió una idea. Y para llevarla a cabo le pidió a su padre que le eligiera a ella como la próxima esposa del Sultán.
Por supuesto que al Visir le pareció una idea descabellada y se negó. Pero su hija lo convencio: ya casi no quedaban doncellas vivas en el reino y, como muy pronto le tocaría a ella el turno de morir, antes era mejor poner en práctica su plan. Si daba resultado, con la ayuda de su hermana lograría detener la crueldad de Shariar.
Como el Visir no tenía muchas alternativas, aceptó de mala gana y, por la noche, llevó a su amada hija al palacio. Pero antes de partir, Sherezade ya le había dado precisas instrucciones a su hermana.-Dunaziad-le dijo-. Después de que se haya celebrado la boda, el Sultán te mandará a llamar. Debes ir y rogarle que, antes de mi muerte, te permita escuchar una de las historias que suelo contarte.
Asi fue que esa noche, cuando Shariar se quedó a solas con Sherezade, ella le pidió que le concediese un deseo. El cruel gobernante dudó, pero al fin aceptó.
-Ordena a que traigan a mi querida hermana, para que pueda despedirme de ella- le rogó la joven.
Y asi se hizo. Cuando Dunaziad llegó, se abraza a la recién casada llorando y, antes de que las separaran, le pidió al monarca:
-Señor, permíteme escuchar por última vez una de las hermosas historias que Sherezade acostumbra contarme.
A Shariar le molesto un poco su atrevimiento, pero sintió curiosidad por saber que tan buenas eran las historias, y accedió una vez más.
Sherezade, que había leído muchísimas desde muy chica, empezó a contar la que le pareció mejor.