Trato

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La tarta de calabaza está deliciosa. Pero no tanto como Ash, por supuesto.
—¿Te gusta, mi amor?
—Es subjetivamente perfecta, pero no tanto como tú...
—No sé como tomarme eso...
—¿Lo primero o lo segundo?
—Lo primero...
—La perfección no existe, o eso creía hasta que te conocí...
—Te amo... —Se ruboriza.
—Y yo a ti, pero más. —Le doy un trozo de tarta, sonriendo, y ella lo acepta, haciendo una mueca tan adorable como ella sola.

Decidimos ir a comprar caramelos.
Hemos tardado menos de lo esperado, así que nos ponemos de acuerdo en dar una vuelta y echar un vistazo a las tiendas.
Veo un montón de gente disfrazada; deduzco que de todas las edades. El disfraz que más me ha llamado la atención es uno de espantapájaros; estaba muy bien hecho y la persona disfrazada podría llegar a intimidar por su altura.
Ash señala a una tienda de máscaras, entusiasmada y pegando saltitos. Es adorable...
—Vamos. —Clavo la mirada en Ash y sonríe.
No tardamos mucho en encontrar una máscara que sea de nuestro gusto; a pesar de que nos hayamos probado tantas en poco tiempo. Pero no compramos ninguna. Las máscaras no nos van del todo.

Está atardeciendo. No hago más que observar el rostro de mi amada Ash... y su expresión de satisfacción al haber terminado de adornar juntos toda la casa.
—¿Ha quedado bien? —pregunta.
—Ha quedado perfecto, porque lo hiciste tú.
—Y tú —añade.
—Idiota... —Esbozo una sonrisa.
—Tu idiota... —añade otra vez.
—Solo mía... —La abrazo y ella apoya su rostro en mi pecho, sonriendo.
Pasado unos minutos de besos y caricias, nos vestimos como acordamos el día anterior: camisetas negras que encargamos hace unas semanas con las iniciales de nuestros nombres escritas en blanco y con la fuente de letras Old English Text Mt. Y como es de esperar, ella luce increíble incluso llevando una simple camiseta. Aunque estas camisetas no son simples para nosotros.
—¿Crees que alguien vendrá aquí a pedir caramelos? —pregunto.
—¿Por qué lo dices? —Me mira, poniéndose de puntillas. Adorable...
—Hacemos mucho ruido al pasear...
—Idiota... —Esconde el rostro en mi pecho.
Nos quedamos así un buen rato hasta que suena el timbre de casa, lo cual me sorprende que haya alguien tan insensato como para pasarse por aquí. Pero seguramente son niños, y en el caso de que no lo fueran, me pregunto quién nos visitaría a nosotros.
Les abrimos la puerta.
—Truco o trato —dicen, o mejor dicho, chillan, un grupo de cuatro niños que no deben superar los doce años: dos niños y dos niñas.
—Aquí tenéis, jovenzuelos —Ash les ofrece cuatro caramelos a cada uno. Ellos sonríen, nos dan las gracias y se van contentos.
—No damos tanto miedo como pensaba —esbozo una sonrisa.
—Pero si eres adorable, mi detective —me devuelve la sonrisa.
—Por cierto, ¿y mi regalo de segundo cumpleaños? —No lo había pensado antes.
—Más tarde, mi justicia.
Me muerdo el labio, imaginando lo que podría pasar.
—No te muerdas el labio, eso déjamelo a mí. —Se pone de puntillas y muerde mi labio inferior. Cierro la puerta.

Han llamado al timbre tantas veces que he perdido la cuenta. ¿Y cómo no? Si Ash y yo perdimos el control a tal punto de dejar que nos lleve la pasión: uno pegado al otro en el sofá estrecho del salón.
Cogería frío si no fuese porque estoy apegado a ella; no llevo puesta la camiseta.
—¿Truco o beso? —pregunto, aunque es más una sugerencia. Ella se pone colorada, sin saber qué responder.
—¿Truco...? —Le cuesta pronunciar palabra.
—Pongámonos de pie —nos levantamos, y Ash se queda plantada en el centro del salón.
—Cierra los ojos —le ordeno, ella los cierra y me coloco detrás suya para abrazarla y besarle el cuello con cierta desesperación. Se sobresalta, sin oponerse.
Se estaba haciendo muy tarde. Ash y yo seguíamos «jugando». Pero, entonces, sabíamos que la noche no hizo más que empezar.

Mi Segundo CumpleañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora