Emma

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Capítulo 3

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Leandro me observaba sin tapujo alguno, clavando sus ojos castaños en cada facción de mi rostro.
Parecía estar memorizando el ángulo de mis cejas, la profundidad de mis pómulos, la redondez de mi nariz... Sentí un pequeño hormigueo cuando se detuvo un tiempo extra en el arco de mis labios para luego subir a mis ojos y estudiar mi alma a través de ellos.

Un extraño calor se extendió furioso por todo mi cuerpo. ¿Me habría sentado mal la comida?

Él sonrió, satisfecho con el rubor de mis mejillas, y estiró la mano derecha hacia mí.

—Es un placer conocerte, Emma.

Su grupo de amigos se había acercado curioso, y me observaban intentando indagar si iba o no a estrechar la mano del chico. No lo hice. Mis brazos se habían paralizado ante su insistente y cálida mirada.

Tenía unos ojos tan bonitos... De un precioso y brillante marrón que me hacía pensar en las fondues de chocolate para frutas que preparaba mi padre. Sus pestañas, oscuras y espesas los enmarcaban en una mirada pícara, traviesa como la de un niño pequeño, y me impedían apartar la vista de ellos.

Al percatarse de que no iba a darle la mano, Leandro forzó la suya hacia atrás, y se dispuso a presentar a sus compañeros.

—Estos son Theo y Thom. —Me informó girando la cabeza para señalar a dos de ellos.

Deshaciéndome por fin del embrujo de sus ojos observé a los chicos. El más delgado levantó las cejas en señal de saludo, mientras que el grandote me dedicaba un guiño haciendo una extraña mueca con la boca.

Helena resopló con disgusto.

—Como si eso fuese a funcionar alguna vez... —Se quejó cruzando los brazos sobre el pecho, notablemente incomoda.

—Me funcionó contigo, nena. —Se lució el chico.

—¡Idiota! —Le gritó ella—. ¡Vamos, Cathy! —Le pidió a su amiga. Inmediatamente me miró a mí, para luego volver la vista al grupo de chicos, y de nuevo a mi—. Te vemos luego, Emma... Si es que aún quieres seguir aquí.

Las observé contrariada mientras se alejaban.

¿Por qué querría irme?

—Hey. Yo soy Mike —Me informó el tercer chico, rubio y de grandes ojos azules, sentándose en la silla libre frente a la mía—. Eres nueva, ¿no?

A penas podía pensar en una respuesta, notando como el primero, Leandro, seguía con aquellos dos golosos ojos de chocolate caliente completamente fijos en mí, como si fuese la más interesante obra de arte jamás creada.

Por si fuera poco, ¡olía demasiado bien! Dulce. Como a pastel con canela.

—No hablas mucho, ¿verdad? —Observó el que había intimidado a Helena.

Mi mente decidió al fin conectarse de nuevo. ¿Por qué me estaba comportando de aquel modo?
Sabía lidiar con las personas, ¿no?
Los años ayudando a mis padres en el restaurante me habían enseñado a ser amable y paciente, pero también a no dejarme intimidar.

Aquel no era más que un chico mirándome. Cierto era que nunca había sido observada, casi estudiada de aquella intensa forma por un hombre, ya que el único con el que había compartido la mayor parte de mi tiempo era con mi padre.

Sus palabras sonaron fuertes en mi mente:

"Los chicos sólo traen problemas, Emma. Sólo te harán perder el foco de lo que realmente importa. Los hippies creíamos que el amor era la cura para todo mal, y no veíamos que en realidad el amor era la peor de las enfermedades que se podían sufrir. Provoca noches en vela, preocupaciones, dolores y arritmias, y te nubla la cabeza. Enfocarse en el estudio es la mejor vacuna preventiva. Alcanza un buen empleo y luego veremos si tienes tiempo para chicos en tu vida."

Mariposas cobardes  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora