Y así es como finalizan gran parte de las historias de amor, con un vacío inmenso, una constante depresión, los abrazos ya no son los mismos, aunque toquemos otros labios no son lo mismos, los días se sienten tan aburridos, los domingos son tan silenciosos, parece que nunca vamos a dejar de extrañar a esa persona, aunque que con el tiempo todo eso desaparece.
Al final terminamos agradeciendo y quien no lo hace tiene un problema importante en la cabeza o en su corazón, y yo, puedo agradecer porque me dió una lección de vida, algo que no aprendo ni en el barrio más jodido o en la mejor escuela. Tal vez soy un desastre y si, capaz nunca cambie, pero aprendí tanto de ella, cosas que no sabía, cosas que no entendía, pero lo que nunca pude aprender, es que a pesar de todo, siempre llevaba su brillosa y blanca sonrisa.
Y no me queda otra cosa que hacer, más que valorar todo lo que murió por mi, ya no puedo volver a tenerla en mis brazos pero está bien, ¿por qué? Porque ella se encuentra mejor en otros, y ésta viva, radiante, como cuando la conocí, si, la extraño pero me gusta más verla así de feliz.
Es una pena que ella me guarde remordimiento, pero no la culpo, intentó curarme, alejarme de mi mismo y convertirme en una persona que ahora tal vez nunca vaya a conocer.
Sólo puedo decir gracias y pedir perdón.