~Nuestros nuevos hermanos menores~

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Los tres hermanos se encontraban en el laboratorio, donde en una pequeño, casera, cuna se encontraban dos pequeños bebes. La tortugita era muy tierna, y la bandana que antes decoraba su perfil, ahora colgaba de su cuello, como un pañuelo; la humana bebe, estaba vestida con una camiseta algo grande, ya que no encontraban otra cosa que eso, y no la querían dejar desnuda.

Entonces los pequeños empezaron a moverse, y abriendo los ojos, la chica parecía curiosa; mientras la tortugita empezó a llorar, llorar muy alto. Algo que llamó la atención del Sensei; que al oírlo, lo reconoció, hacía años que no lo oía, y la curiosidad le llamo. Los hermanos, ahora mayores, no sabían qué hacer, el experto en niños acaba de convertirse en uno; y no querían llamar al padre, para no tener que explicar cosas. La humana, miraba curiosa a la tortuga, y le tocó el brazo con su gordita mano; la tortuga fue parando de llorar, y fue mirando a la chica mientras algunas lagrimas seguían cayendo. Por la puerta apareció el padre, y se asombró al ver a los bebes; pero no pudo evitar que una sonrisa se produciera en su rostro. Se acercó a los pequeños, y les acaricio las mejillas; los dos miraron al mayor, y sonrieron. Sabía perfectamente, el Sensei, quien era quien; y le alegraba de nuevo ver a su hija entre sus manos, y a su hijo más mayor entre sus brazos. El era el único que sabía que la tortuga en azul, nunca tuvo una infancia, solo porque quería proteger a sus hermanos menores.
-Sensei lo podemos explicar-, le dijo el genio; pero el padre tan solo, cogió a los pequeños, entre sus brazos, lo miro con cariño.
-Dejaremos las explicaciones para otro momento-, le respondió mientras salía del laboratorio, los otros le siguieron. Llegaron hasta el dojo, y entraron en la habitación del Sensei; allí el Sensei, les señaló un baúl. Curiosos lo abrieron, y se encontraron con recuerdos; como sus primeros peluches, sus pijamas y una lámpara, cuál usaban para calentarse.
-Debéis poner en marcha la lámpara, o vuestro hermano puede enfermar-, les advirtió el padre.
-Es, es cierto. Las tortugas, cuando son crías, son muy vulnerables. Necesitan estar en una cierta temperatura, para no enfermar; deben tener cuidado, de no hacerse graves heridas, ya que pueden quedarse permanentemente-, les explico el genio, mientras miraba con preocupación a su, ahora, hermano menor; cual abrazaba fuertemente el brazo de su padre. Se podía notar el miedo que sentía el pequeño; era como si ellos fueran desconocidos para él.
-¿Cómo nos pudo cuidar, Sensei, éramos muchos problemas?-, pregunto el de naranja, mientras miraba a su hermano bebe.
-Con mucho amor, Michelangelo-, le respondió, con una sonrisa. Entonces cuando el de naranja, rozó sus dedos contra la barriga del pequeño, se pudo oír una pequeña risa; una risa adorable, para los presentes. Con una gran sonrisa, el pequeño extendió sus brazos a su hermano, cuál sonrío y miro a su Sensei.
-¿Puedo?-, pregunto algo emocionado.
-Claro, pero ten cuidado Michelangelo-, con la advertencia, de parte del Sensei, el de naranja cogió a la pequeña tortugita. La tortugita empezó a reírse, y le empezaba a ser familiar, ese ser; entonces recordó un nombre y con algo de problema lo intento decir.
-Wi-wi-Wickey-, le dijo, ese apodo les hizo reír a los hermanos. El de morado se acercó al pequeño y extendió su dedo; cuál con las pequeñas manitas de la tortugita lo cogió, con curiosidad.
-Dowe. Dowe-, el nombrado con su nuevo apodo sonrío.
-Parece ser que el Leonardo bebe, nos está recordando. Venga Raph, ¿quieres probar?-, les comento el genio; el nombrado se acercó a ellos, y miro atentamente a su hermanito, que no había quitado ojo del dedo de su hermano científico. Entonces los ojos azules y grandes que tenía la tortugita, posaron con su hermano rudo y con una gran sonrisa, dijo su nombre:
-Raphie-, y extendió sus manos a el que nombró. El de naranja se lo entregó al de rojo, cuál tenía algo de miedo; su hermano parecía demasiado frágil, y tenía miedo de poder dañarlo. Las manos del pequeño, cogieron la punta de la bandana roja, y empezó a jugar; entonces alguien empezó a llorar. Todos miraron los brazos del Sensei, donde se encontraba la pequeña humana, que parecía no gustarle quedarse a parte.
-Mi pequeña Miwa no le gusta quedarse de lado-, dijo el maestro mientras empezaba a jugar con la pequeña. Esta fue parando de llorar, y ignorando las cosquillas, se cruzó de brazos.
-Quiero gujar con Leito-, dijo con los mofletes hinchados.
-Se me olvidó que ya sabias hablar, con esta edad-, comentó el padre.
-Antes que jugar, vamos a ponerte algo más cómodo. Hijos míos, ¿podéis cuidar de vuestro hermano?-, les preguntó el Sensei.
-Claro Sensei, está en buenas manos-, respondió el de naranja, antes que salieran los tres hermanos, fuera de la habitación.

Una vez a fuera, se fueron al salón principal; para que luego el de naranja se fuera corriendo a la cocina.
-Iré a mi laboratorio, voy a intentar arreglar la lámpara, para cuando se haga de noche-, le comentó el genio antes de entrar en su laboratorio. El pequeño seguía jugando con la bandana de su hermano en rojo, que se sentó en el sofá, mirando a su hermanito.
-No me puedo creer, en el lío en que te has metido, Leo-, comentó el de rojo, mientras cogía a su hermano de las axilas, y le ponía delante suya; para poder observarlo. El pequeño solo reía, y sonreía; algo que le hacía adorable al de rojo.
-Raphie, Raphie-, repetía el pequeño mientras extendía sus bracitos al de rojo.
-Eres tan pequeño y vulnerable; que me das miedo-, le comentó, pero la mirada que puso su hermanito, le dio la señal que no le había entendido. Entonces por la cocina aprecio el hermano en naranja, que cargaba una gran manta; que colocó en el centro de la sala, luego se fue corriendo a su cuarto, para volver con una gran caja.
Raph parecía confundido, pero seguía cogiendo con delicadeza a su hermanito, entre sus brazos.
-¡Hora de jugar!-, avisó el de naranja, antes de quitarle al de rojo la tortugita. Algo que enfado el de rojo, de dos maneras:
Primero, porque lo cogió sin cuidado.
Y segundo, porque estaba teniendo un buen tiempo con su nuevo hermanito; algo que sorprendió a sí mismo.

El accidente de amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora