13 AÑOS

689 120 4
                                    




Hoy es un día agridulce. Sé cómo te sientes; por una parte estas contento por nosotros, por ese pequeño momento que vivimos pero, por otra, estás triste.

Yo no estoy triste. Yo no he vivido ningún momento bueno con tu padre, yo no rememoro ciertos aspectos buenos de tu infancia. Lo único que yo recuerdo es sufrimiento y a ti llorando. Sé que suena cruel pero me siento aliviado por que puedas ser libre, aunque sea de esta manera.

Agachas la cabeza, yo te la acaricio y te acerco a mi. Ya han pasado cuatro años desde aquel día pero aún lo sigues sintiendo muy cerca.

Una tarde entraste corriendo en mi casa, ni siquiera llamaste. Abriste la puerta que daba al jardín, la que sabías que solíamos tener abierta, y subiste corriendo a mi habitación. Yo, que estaba sentado en el suelo leyendo como solía hacer, me asusté cuando subiste por las escaleras, aunque al verte la cara me asusté aún más.

En cuanto abriste la puerta y me viste comenzaste a llorar y te pusiste de rodillas justo delante de mi. Sé que suelo usar mucho esta expresión, pero se me rompió el corazón, cada vez que te veo llorar se me rompe un poquito más. Me dolía el pecho.

-No..., no..., no se mueve Matt. Yo..., solo que-quería que pa-parara.- me dijiste mientras temblabas. Yo no entendí nada hasta que vi sangre en tu brazo, y las marcas rojas del cinturón en tu piel. Me empezó a hervir la sangre.

Dejé el libro a un lado y te abracé. Te abracé hasta que te tranquilizaste un poco. Cuando eso ocurrió te aparté y te miré fijamente mientras te sujetaba de los hombros.

-Ahora, dime tranquilamente qué ha pasado.- respiraste profundamente un par de veces y me lo contaste.

Tu padre había llegado a casa borracho, para variar, y no había dejado de gritar a tu madre. Ese día tú no estabas de muy buen humor pues no nos había salido muy bien la práctica, así que, para que se callase, saliste de tu habitación y le gritaste. Él, con el cinturón ya en la mano, te miró furioso y centró su atención en ti, dejando a tu madre sollozando en un rincón. Me dijiste que no te dolió, que solo querías que parase de gritar, así que tú le gritabas también mientras intentabas evitar los golpes. Tu madre vio que sangrabas e intentó intervenir, pero él la empujó de forma brusca contra la pared. Te enfadaste mucho más, la ira te cegaba, así que le cogiste del cuello de la camisa y, entre los gritos de ambos, le advertiste que no volviese a tocarla. Él comenzó a ponerse blanco y a no poder respirar bien, hasta que calló en el suelo ante vuestros ojos atónitos. Tu madre te dijo que llamases a una ambulancia, pero estabas en shock, lo único en lo que pensabas era en correr. Y así hiciste...

Cuando terminaste de contármelo me miraste fijamente y puede ver cuán rojos estaban tus ojos.

-Tú no has hecho nada Hana, ¿por qué no llamamos a tu madre?- negaste con un movimiento de cabeza.

-Y si..., ¿y si lo he matado?

-¡No digas tonterías!- comenzaste a temblar, pero esta vez era peor ya que hasta los dientes te castañeaban.

-¡Lo he matado Matt, lo he matado! Yo solo quería que parara, yo solo quería que parara, yo solo quería que parara...- comenzaste a murmurar, con las manos en la cabeza, y a balancearte de adelante hacia atrás. Yo me estaba poniendo muy nervioso de verte así y de oírte decir eso, nunca habíamos llegado a esta situación.

Te cogí la cara e hice que me miraras a los ojos. Seguías diciendo eso, así que te besé en los labios. No fue un beso suave, fue muy agresivo, tan solo quería que parases de repetirlo. Y lo hiciste, paraste. Cuando te solté me di cuenta de lo que había hecho, pero ya era muy tarde. Tenías los ojos muy abiertos y te alejabas poco a poco de mi.

-Hana.- seguías alejándote.- Hana, lo siento. -te levantaste del suelo, abriste la puerta de mi cuarto y echaste a correr.- ¡Hana, vuelve!- te grité desde el pasillo del piso superior. Pero nada, ninguna respuesta.

Me asusté muchísimo, llamé a mi madre al trabajo y le conté lo que te había pasado, omitiendo lo del beso. Ella me dijo que no me moviese, que me quedase en casa. Creo que aquella vez fue la primera en mi vida en la que no pude reaccionar ante una situación. En mi mente solo daba vueltas tu rostro lloroso y la cálida sensación de nuestros labios unidos.

No supe cuánto tiempo pasó hasta que llegaron mis padres y mi hermana a casa. Me dijeron que tu padre había muerto, pero que había sido por un infarto. En ese momento tenía muchos sentimientos por dentro y algunos no aptas para un día en el que el padre de tu mejor amigo ha muerto. Y me sentí como una mierda, solo quería desaparecer. Sabía que no me volverías a hablar nunca más por lo que había hecho.

Cuando eres un niño te crees en todo momento que llevas la razón y que lo que tú dices tiene más valor que nada. Yo me equivoqué.

Fuimos al funeral de tu padre y allí solo me saludaste, era lo más comprensible del mundo, pero dos días después viniste a mi casa e hiciste como si nunca hubiese pasado aquello. Mi orgullo estaba herido pues eres el amor de mi vida y que me rechazases así me dolió. Pero que volvieses a ser mi amigo consoló ese dolor por el momento. Era feliz.

Siempre, tú y yo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora