Día 1: Primeros encuentros/El tiempo que pasa.

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A mediados del siglo XIX, Japón volvía a encontrarse bajo el poder absoluto de un emperador, venerado y divinizado. Ya en la Era Meiji, la paz permitía que Occidente derrumbara con fuerza los muros que habían mantenido aquellas islas alejadas del mundo europeizado. Muchos cambios experimentó el país nipón durante esa época. La desaparición de los samuráis y sus beneficios fue una de las más conocidas a nivel mundial, sin embargo, la más significativa fue, quizá, la abolición del feudalismo. Con ello, los señores feudales tomaron la decisión de devolverle aquellas tierras que monopolizaban al emperador, considerando que eran propiedades que él mismo les había prestado. Y el hermano del joven patriarca del clan Oda, célebre como pocos, fue el encargado de acudir a palacio para presentarle a su gobernante sus respetos y tierras, a causa de la reciente muerte de su padre.
Oda Reisi era pues el nombre del hombre que vagaba por los impresionantes pasillos del palacio del emperador. Seguía a los dos guardias que le escoltaban un par de pasos por detrás, dejándose maravillar por la magnificencia de aquel lugar. Incluso aunque su familia fuese rica y ostentase un gran poder, jamás había visto algo semejante. No cabía en sí del asombro, por mucho que sus ojos malva no transparentasen sus impresiones. Su rostro siempre era y siempre sería indescifrable, eso le había enseñado su padre.

El pasillo finalizó en un gran portón y desembocó en lo que era el salón del trono. La gran sala en la que ahora se encontraba era tan gigantesca que incluso podría haberle provocado agorafobia de haber sido esta una de sus escasas debilidades. Aquel lugar contaba con la misma pompa que los corredores por los que antes había caminado. De contar con un poco menos de autocontrol, su mandíbula habría caído al suelo en cuestión de segundos. Los guardias se hicieron a un lado, quedando cada uno a un lado de la puerta. Reisi caminó hasta quedar a escasos metros del emperador. Aquel hombre no era especialmente mayor, pero el porte majestuoso y sabio que poseía sería capaz de postrar ante su persona a cualquier persona, sin importar su edad, procedencia o conocimientos. El joven Oda agachó la cabeza y se dispuso a reverenciarle, sin embargo, el hombre lo detuvo.

-No te arrodilles, levanta. Los herederos del clan Oda son bienvenidos a mi palacio y tratados con el respeto que el mismo Nobunaga merece. ¿Qué te trae a mi presencia?

-Vengo a devolverle los feudos que le prestó a mi familia.

-Los recibo con gusto. Pero todavía no he escuchado una respuesta a mi pregunta.

-Mi padre falleció hace solo unos días, y mi hermano, el nuevo patriarca, no puede abandonar la casa por nuestra tradición.

-Ya veo, mis más sentidas condolencias por la muerte de tu padre. Lo conocí en persona. Fue un gran hombre.

-El decía lo mismo de usted.

-¿Cuál fue la causa de su muerte?

-Una enfermedad, me temo. Llevaba unos años luchando contra ella y al final ni los mejores médicos pudieron curarle.

-Realmente lo lamento.

-Agradezco su pésame.

Aunque, si realmente lo hacía o no, eso era un misterio. De la misma forma que lo era si al emperador realmente le dolía la muerte de aquel súbdito. Posiblemente así fuese, pero ambos hombres se mantenían tan inexpresivos que resultaba imposible leer sus pensamientos.

-Y dime, ¿cuál es tu nombre? -Cuestionó el emperador. No es que pecase de mala memoria pero, hasta donde tenía recuerdo, el anterior patriarca Oda no llegó a comunicarle el nombre del menor de sus hijos.

-Reisi, señor.

-Es un buen nombre. ¿Y qué edad tienes?

-Veintiuno.

Especial ReiSaru WeekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora