Día 4. Familia.

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Saruhiko lloraba, por mucho que tratase de evitarlo le era imposible contenerse. Siempre le ocurría. En aquel lugar, en aquel infierno, con aquel monstruo inhumano que se hacía llamar su padre, ¿cómo no llorar? ¿Cómo no llorar si cada día iba a peor, si cada día le torturaba más que el anterior, si cada día el dolor era más inaguantable?

Él sólo era un niño, todavía estaba en secundaria. Sin embargo, desde que tenía memoria, su vida se había ido forjando en torno a aquellos macabros sucesos. A pesar de que no pudiese dejar de llorar, ya concebía aquello como lo normal. No podía esperar nada más al llegar a casa. ¿Ayuda? No, nadie iba a ayudarlo.

Aunque ese terrible hombre solo apareciese una o dos veces al mes por allí, daba igual, a él le parecían tan eternos como dos años. No sabía si alguna vez alguien había causado tantísimo dolor en un período tan breve de tiempo, pero le daba lo mismo. Para Saruhiko, Fushimi Niki era el monstruo más terrorífico y malvado que había sido puesto a vivir en la Tierra.

Llorar no le servía de nada con él, gritar le hacía reír, y suplicar era como pedirle más. No importaba lo que hiciese, nada ni nadie podía salvarlo. Porque en esa gigantesca y vacía mansión, nadie escuchaba sus chillidos cada vez que las uñas de su padre se clavaban en sus caderas. Nadie nunca lo haría, nadie acudiría nunca a socorrerlo mientras gritaba. Gemía de dolor en el suelo mientras escuchaba sus risas perforarle el cerebro.

La sensación del denso líquido que era la sangre discurriendo por sus piernas era desesperante, la lentitud de esta lo torturaba tanto como su padre. Todo lo hacía, todo contribuía a la agonía y la locura, desde los sonidos hasta el tacto, pasando por lo que veía. Sus cinco sentidos hacían aquello todavía más horrible que si sólo del lacerante dolor se tratase. Aunque si tuviera que escoger algo además del dolor físico... lo que oía era lo peor. La risa de su padre regocijándose con aquel acto, el sucio chapoteo como consecuencia de lo que le hacía... incluso sus propios gritos lo destrozaban.

Y entonces, Saruhiko abrió los ojos alterado. El corazón le latía tan deprisa que parecía que iba a salírsele del pecho, y todo su cuerpo reflejaba gotas de sudor. Se incorporó al instante, tratando de normalizar su respiración.

-Saruhiko. Saruhiko, ¿qué te sucede? -Preguntó un recién despertado Munakata abrazándolo-. Vamos, cálmate, cálmate.

-¿R-Reisi?

-Sí, soy yo. ¿Qué ha pasado? Nunca te había visto ponerte así por una pesadilla.

-No ha sido nada. Ya estoy mejor...

-No me gusta cuando mientes, Saruhiko.

-No miento.

-Sí que lo haces. Vamos, confía en mí.

-Estoy bien, de verdad...

-Y yo en vez de azul soy el rey rojo. -Reisi buscó a tientas el interruptor de la luz. Cuando consiguió encenderla, Fushimi se encogió sobre sí mismo, entrecerrando sus ojos enrojecidos. Temblaba de pies a cabeza y parecía querer esconderse en cualquier lugar. Se asemejaba a un niño asustado y la camisa del rey que llevaba a modo de pijama sólo acrecentaba esa sensación-. Saruhiko, ¿qué te pasa?

Reisi extendió una mano y trató de rozar su rostro. Por puro instinto, recordando el terror de la pesadilla, el terror de su infancia, Saruhiko retrocedió y se apartó. El mayor abrió los ojos como platos. Nunca jamás Fushimi le había rechazado y nunca antes sus ojos habían mostrado tanto terror.

-Estoy bien... estoy bien... -Repitió de forma casi enfermiza.

-No, no lo estás. Te pasa algo raro y tiene que ver con la pesadilla que has tenido. Saruhiko, ¿qué te asusta tanto?

Especial ReiSaru WeekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora