El viento arreciaba aquella tarde de octubre, haciendo volar hojas de periódico,botes y envoltorios vacíos de papel a lo largo de las estrechas y dilapidadas calles del East End de Londres. Había arrastrado la basura hasta la entrada del enorme y viejo
hospital que se alzaba entre las hileras de casas y tiendas que lo rodeaban; pero sus puertas estaban cerradas y, dentro del edificio, todo estaba tranquilo, limpio y ordenado. En vez de viento había aire caliente, que llevaba olor a desinfectante
mezclado con cera de suelos y las cenas de los pacientes; cosa que no experimentaban aquellos que entraban en los espléndidos hospitales nuevos que estaban
reemplazando a los viejos. En estos últimos, flores, café y señales que hasta el más tonto podía seguir daban la bienvenida a aquel que cruzaba sus puertas.
St. Luke's era una vieja construcción de doscientos años y estaba condenado, no merecía la pena gastar dinero en él. Además, la gente que frecuentaba sus oscuros pasillos no iban allí a ver flores; seguían las señales que los llevaban a Urgencias,a
Rayos X o la las Consultas Externas. Y cuando llegaban, se sentaban a esperar en bancos de madera y hablaban de lo que fuera con el que estuviera a su lado. Era su
hospital, en él se sentían como en casa.
Ermentrude Foster se encaminó hacia el último piso para entregar el mensaje que le habían ordenado que entregase, tenía que darse prisa si no quería que la pillase la horda de gente haciendo cola para el autobús que les llevaría de vuelta a su casa.
El mensaje no tenía nada que ver con ella. La secretaria del profesor Mennolt salió de su despacho cuando Ermentrude se estaba poniendo la chaqueta para marcharse ya que había terminado sus ocho horas de trabajo delante de la centralita
de teléfonos del hospital, la secretaria le había pedido por favor que le llevara unos papeles que necesitaba.-Voy con retraso -le dijo la secretaria-, y mi novio me está esperando.
Hemos quedado para ir a ver una película que acaban de estrenar...
Ermentrude, que no tenía novio ni iba a ver una película, accedió.
El profesor Mennolt, con sus gafas asentadas en su magnífica nariz, estaba absorto con unos papeles que tenía encima del escritorio. Neurólogo de cierto renombre, se hallaba en St Luke's por invitación; estaba realizando un trabajo sobre distrofias, daba clases a los estudiantes de medicina, y prestaba su conocimiento en el
tratamiento de pacientes que sufrían enfermedades del sistema nervioso.-Entre -fue la despistada respuesta del profesor al oír la llamada a la puerta, y tardó varios momentos en alzar la vista.
Ermentrude, sin saber si entrar o no, asomó la cabeza por la puerta y él se la quedó mirando unos momentos. Un rostro agradable, aunque no hermoso; la nariz ligeramente respingona, los ojos grandes y la boca amplia y sonriente.
Ermentrude soportó aquel escrutinio con dignidad, abrió la puerta del todo y se acercó al escritorio.-La señorita Crowther me ha pedido que le traiga esto -le dijo ella en tono
alegre.
-Tenía una cita y quería marcharse a su casa... El profesor contempló a aquella persona bajita y ligeramente rolliza antes de volver a clavarle los ojos en el rostro; y se preguntó de qué color tendría el pelo, ya que un pañuelo le cubría la cabeza. Y como llevaba un impermeable, supuso que estaría lloviendo.-¿Y usted, señorita...? -el profesor arqueó las cejas.
-Foster, Ermentrude Foster -ella le sonrió-. Casi tan difícil como el suyo, ¿verdad?
No se dejó intimidar por esos ojos azules y explicó:
-Nuestros nombres. Son raros, ¿verdad?
El profesor dejó el bolígrafo.
-¿Trabaja en este hospital?
-¿Yo? Sí, soy telefonista. ¿Va a quedarse aquí mucho más tiempo?
-No veo motivo alguno por el que pueda interesarle el tiempo que voy a quedarme aquí, señorita Foster.
-Bueno, no, claro que no me interesa -ella le dedicó una amable sonrisa-. Es sólo que se me ha ocurrido pensar que debía sentirse un poco solo aquí arriba sin nadie más. Además, quería conocerlo, he oído hablar mucho de usted.
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El valor de un beso.
RomanceEmmy Foster contribuía a la precaria economía familiar trabajando en el hospital St Luke's, y había tomado la costumbre de hablar al profesor Ruerd ter Mennolt con excesiva familiaridad. El profesor, aunque no parecía encontrarse cómodo con la re...