A la mañana siguiente, el profesor cruzó el vestíbulo del hospital y, como se había convertido en costumbre suya, miró en dirección a la consola de Ermentrude Ella no estaba allí.
Ermentrude estaba levantada y vestida, lista para recibir a sus padres. Había dormido mucho y profundamente; al bajar, vio que el profesor había fregado y había
arreglado la cocina. Y también había dejado la bandeja del té preparada. Lo único que tenía que hacer era hervir agua para el té y hacerse una tostada.
—Muy considerado —le dijo Emmy a George que merodeaba a su alrededor
con la esperanza de que le dieran una galleta—. Por su apariencia, uno jamás creería que sabe lo que es lavar un plato. Su novia debe ser un desastre en la cocina.Emmy frunció el ceño. Aunque su novia fuera una inútil en la cocina, podía pagar una criada. Siguió pensando en él. Cuando se casara, ¿tendría hijos? ¿Dónde vivía en Londres? ¿Dónde vivía en Holanda? Como ni George ni Snoodles podían contestar, desechó esas preguntas y empezó a pensar en las compras que tenía que hacer antes de que sus padres llegaran a casa.
Se habían enterado de lo de la bomba, aunque Emmy los había llamado para
decirles que se encontraba bien. Ahora, de vuelta en casa, intercambiando noticias y experiencias, hablaron de la bomba como era natural.—Fue una suerte que no estuvieras allí —dijo la señora Foster.
—Bueno, la verdad es que estaba allí —confesó Emmy—. Pero estaba bien…
Acabó explicándoles que el profesor Mennolt la llevó a casa y preparó un té.
—Oh, estamos en deuda con él —observó su padre—. A pesar de que sólo hiciera lo que habría hecho cualquier persona decente.
—Por lo que dices, parece ser un buen hombre —observó su madre—. ¿Es
mayor? Supongo que, si es profesor, será mayor.—No. no es mayor. Ni siquiera es de mediana edad —dijo Emmy—. En el
hospital dicen que se va a casar pronto. Nadie sabe mucho sobre él, y nadie se atreve a preguntarle.Sin embargo, pensó para sí que, si la oportunidad se le presentaba, ella sí lo haría. No sabía por qué, pero quería que formara un hogar y fuera feliz. No le parecía una persona particularmente contenta, aunque debería estarlo. Estaba en la cima de
su profesión, con novia y, supuestamente, con dinero suficiente para no tener que pasar necesidades durante el resto de su vida.
Sus dos días libres pasaron volando, y lloviendo.Seguía lloviendo cuando Emmy fue a trabajar después de sus dos días de
descanso. Los autobuses iban llenos y la gente de mal humor. Se bajó en la parada del hospital cansada de que la apretujasen y mojada. Una pequeña caminata por las calles de Londres, a pesar de la lluvia, era mejor que el autobús.Tomó un atajo y estaba atravesando una manzana de casas en ruinas cuando vio al gatito. Era muy pequeño y estaba empapado delante de la puerta de una casa
desalojada; cuando se acercó, vio que lo habían atado al picaporte de la puerta con un cordón. El gatillo la miró y tembló, abrió el diminuto hocico y maulló casi sin fuerza.Emmy se agachó, lo tomó en sus brazos y luego buscó en su bolso unas tijeras que llevaba con el punto. Cortó la cuerda, abrazó al gato y lo cubrió con su chaqueta, y reanudó el camino. No tenía idea de qué iba a hacer con él, pero dejarlo ahí era impensable.
Llegó al hospital antes de su hora, por lo que tuvo tiempo para pedirle a unos de los porteros una caja de cartón. Dentro, metió hojas de periódico y su bufanda, y luego pidió al jefe de conserjes que le diera un poco de leche.
El portero asintió y le guiñó un ojo después de decirle que no lo haría por nadie más que por ella. El portero la consideraba una joven encantadora, siempre dispuesta a escucharlo cuando le hablaba de los problemas que su esposa tenía con la diabetes.
Emmy colocó la caja a sus pies, secó al gato con un pañuelo, le dio leche y, con satisfacción, vio cómo se durmió al instante. Se despertaba de vez en cuando, Emmy le daba más leche y el gato volvía a dormirse.
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El valor de un beso.
RomanceEmmy Foster contribuía a la precaria economía familiar trabajando en el hospital St Luke's, y había tomado la costumbre de hablar al profesor Ruerd ter Mennolt con excesiva familiaridad. El profesor, aunque no parecía encontrarse cómodo con la re...