Capitulo 3

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Y aunque no estaba acostumbrado, no lo hizo del todo mal. Cuando acabó,
subió al otro piso. Llamó Ermentrude, pero no obtuvo respuesta. Una de las puertas estaba entreabierta.
La habitación era pequeña, pero los muebles eran bonitos y estaba muy
arreglada. Emmy dormía en la cama con la boca ligeramente abierta y el cabello sobre la almohada. Ruerd pensó que ni siquiera una banda de música conseguiría despertarla. Por fin, bajó las escaleras y se marchó de la casa.De camino a Chelsea, miró el reloj. Llegaría a casa antes de las once. Iba a llevar a Anneliese a almorzar con unos amigos y suponía que, al volver, ella quería hablar
de sus planes para el futuro. Hasta entonces no habían encontrado el momento y él iba a pasar la mayor parte del tiempo en el hospital los próximos días. Estaba cansado. 

Anneliese no se contentaba con cenar y pasar la tarde en casa; y el día
anterior le había tenido muy ocupado.

Beaker apareció delante de la puerta cuando Ruerd abrió.

—Buenos días, señor —dijo el mayordomo en tono de ligero reproche. 
–¿Ha tenido que quedarse en el hospital? Tenía el desayuno preparado a la hora acostumbrada. Se lo llevaré a la mesa en diez minutos.

—No es necesario, Beaker, gracias. Ya he desayunado. Voy a darme una ducha y a cambiarme de ropa; después, quizá no me viniese mal un café antes de que la señorita van Moule venga.

—¿Ha desayunado en el hospital, señor?
—No, no. He hervido un huevo y he hecho unas tostadas, y un té fuerte. He llevado a una empleada del hospital a casa, los dos teníamos hambre y… en fin, me ha parecido lo correcto.

Beaker inclinó la cabeza con gesto grave. Un huevo hervido, sin bacon ni champiñón ni nada… Beaker reprimió un escalofrío. Lo que el profesor necesitaba era un sandwich especial con el café.
Le resultó gratificante ver al profesor comiéndoselo todo cuando volvió a bajar.
Parecía necesitar un día de descanso, reflexionó su fiel servidor; sin embargo, esa tal señorita van Moule no se lo iba a permitir. A Beaker no le gustaba.

Anneliese estaba exquisita, ni una hebra de cabello fuera de su sitio, cubierta con un vestido de engañosa sencillez que debía costar una fortuna.Saludó al profesor con una encantadora sonrisa, le ofreció una mejilla con cuidado para no despeinarse y se acomodó en el coche.

—Por fin vamos a pasar un día juntos —comentó ella—. Después del almuerzo, iré contigo a tu casa. Supongo que tu sirviente nos servirá un té decente. Puede que
incluso me quede a cenar.

Anneliese contempló el perfil de su prometido.

—Tenemos que hablar de nuestro futuro, Ruerd. Tenemos que ver dónde vamos a vivir; por supuesto, necesitaremos contratar más sirvientes. Y supongo que
podrás dejar algunas de tus consultas en la seguridad social para dedicarte más a los pacientes privados. Tienes muchos amigos, ¿no es cierto? Gente importante, ¿verdad?

Él no la miró.

—Tengo muchos amigos y bastantes conocidos, y no tengo intención de
utilizarlos. No, no tengo esa necesidad. No esperes que deje el trabajo en el hospital, Anneliese.

Ella le puso una mano en la rodilla.
—Claro que no, Ruerd. Te prometo que no volveré a hablar de eso. Pero, por favor, cede al menos en lo de comprar una casa más grande para que pueda dar fiestas. Espero hacer amigos y necesitaré devolver sus atenciones.

Anneliese supo saber detenerse ahí.

—Esta gente con quien vamos a almorzar, ¿son buenos amigos tuyos?

—Sí. Conocía a Guy Bowers-Bentinck antes de que se casara. Seguimos
viéndonos con frecuencia. Tiene una esposa encantadora, Suzannah, dos gemelos de cinco años y otro niño en camino.

El valor de un beso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora