Capitulo 5

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Anneliese notó que Ruerd estaba distraído cuando se reunieron al día siguiente, lo que secretamente le disgustó. En su opinión, ningún hombre debía tener ese comportamiento en su compañía.Iban a cenar fuera y ella había cuidado mucho su apariencia. En realidad, mucha gente volvió la cabeza cuando entraron en el restaurante; hacían una pareja extraordinaria, y ella lo sabía.
Pronto se dio cuenta de que Ruerd no tenía intención de hablar del futuro.
Estaba completamente engañada, no le pasó por la cabeza que su falta de interés se debiera a otra cosa que no fueran problemas de trabajo. Sin embargo, tuvo el sentido común de no insistir respecto a los planes para el futuro y decidió comportarse como una divertida compañera.
Y pensó que lo había logrado. Por eso, de camino al hotel, sugirió que quizá se quedara unos días más en Londres, añadiendo:

—Te echo mucho de menos, Ruerd.

—Sí, ¿por qué no? Quizá consiga entradas para esa obra de teatro que quieres
ver. Haré lo posible por tener las noches libres —fue toda la respuesta de Ruerd.

Al parar el coche, él volvió la cabeza para mirarla. Estaba encantadora y se
inclinó para besarla. Pero ella le detuvo con la mano.

—Oh, no, cariño. Siempre me despeinas.

Ruerd salió del coche, le abrió la puerta, la acompañó al vestíbulo del hotel, se  despidió con sus acostumbrados buenos modales y volvió a su casa recordándose
una vez más que Anneliese era la esposa ideal para él. Y con el tiempo, se sobrepondría a su frialdad. Era hermosa, sabía vestirse, sabía llevar una casa y cómo ser una agradable compañera…

Entró en la casa y Beaker y Humphrey le recibieron en el vestíbulo.

—¿Ha tenido una velada agradable, señor?

El profesor asintió con gesto ausente. Humphrey le había hecho pensar en el cachorro de gato y en Ermentrude. Frunció el ceño. Sin saber por qué, de vez en cuando pensaba en esa chica. Si la veía a la mañana siguiente, le preguntaría por el gato. Emmy llegó un poco antes de la hora. Se acomodó delante de la centralita, lo
ordenó todo como a ella le gustaba y sacó el punto. Estaba a mitad de una vuelta cuando notó la presencia del profesor. Se volvió para mirarlo y se alegró de verlo, sonrió abiertamente y le dio los buenos días.

La respuesta fue fría. El se sacó las gafas del bolsillo de la chaqueta, las limpió y se las puso para leer unas notas que le habían dejado en el mostrador.
La sonrisa de Emmy vaciló. Se volvió de espaldas a él, volvió tomar el punto y deseó tener trabajo en ese momento. Quizá no debiera haberle hablado.

—Es viernes por la mañana —dijo ella con voz razonable—, y está luciendo el sol.

Él se quitó las gafas para verla mejor.
—¿Cómo… está el gato?

—Bien. Y Snoodles y George se están portando muy bien con él. Snoodles le
lava y luego se va a dormir con los dos. Aunque están un poco apretados en la cesta

—Emmy le dedicó una radiante sonrisa—. Es usted muy amable al preguntar por él, señor…

—Amable… amable… una palabra inútil. Debería profundizar en el
conocimiento de su lengua, Ermentrude.

—Lo que ha dicho es una grosería, señor —dijo Emmy fríamente.

Y se alegró de que una llamada la mantuviera ocupada durante unos
momentos. Cuando volvió la cabeza, el profesor se había ido ya.
«Lo más seguro es que me despidan», reflexionó ella. La idea no la abandonó durante el resto del día. Cuando la relevaron, la «autoridad» no había dicho nada aún, pero lo más seguro era que a la mañana siguiente la estuviera esperando una
carta de despido.

El valor de un beso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora