Capitulo 3

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El condenado se desbordaba del cucurucho y me caia en la camisa. No tuve mas remedio que metermelo en la boca tan aprisa como pude, por miedo a que aquella masa blancuzca que se derretía terminara llegandome asta las rodillas. Y para que no me viese comerlo uno que se acababa de sentar en la butaca que estaba junto a mi pasillo, me volví de lado hasta terminarlo.
Me limpie con el pañuelo y preste atención en la pantalla. Era la clásica película del Oeste: carretas dando tumbos por las praderas, el asalto a un tren lleno de lingotes de oro, la heroína que lleva pantalones de montar y que inmediatamente después aparece vestida con un vestido de noche... Así debían ser todas las películas y no eso de intentar reflejar la vida real. Y mientras miraba a la pantalla, empecé a notar un ligero perfume. No sabia lo que era, ni de donde venia, pero no me cabía duda de su existencia. A mi derecha, había un hombre y las dos butacas de mi izquierda estaban vacías. Y, desde luego, de la parte de delante no venia.
No soy un entusiasta de los perfumes. Con demasiada frecuencia suelen ser baratas y desagradables, pero aquel era diferente. No olía a rancio, ni era demasiado fuerte; tenia el mismo olor de las flores que venden en las floresterias del West End, antes de ponerlas en los carritos ambulantes -esas que los ricos pagan a tres chelines cada una para dársela a las actrices y gente como esa-, y , en la cargada atmósfera de aquel sórdido cine de barrio, atestado de humo de cigarrillos, resultaba la mar de agradable.
Me volví, por fin, en mi butaca, y entonces me di cuenta de donde venia aquel perfume. Venia de la muchacha, de la acomodadora; estaba apoyada con los brazos cruzados en la platea que había justamente detrás de mi.

-No se vuelva -dijo-. Esta usted malgastando un chelín y dos peniques. Mire a la pantalla.

Hablaba en voz baja, para que no le oyera nadie mas que yo. Reí para mis adentros. Ahora ya sabia de donde procedía el perfume, y parecía como si eso me hiciera disfrutar mas que la película. Era como si ella estuviese a mi lado en una de las butacas vacías y nos halláramos contemplando juntos la historia que se proyectaba en la pantalla.
Cuando termino la película y se encendieron las luces, me di cuenta de que había estado asistiendo a la ultima sesión y que ya eran casi las diez. Todo el mundo se estaba marchando. La muchacha, linterna en mano, miraba debajo de las butacas, por si alguien se había olvidado un guante o un bolso.
Son muchos a quienes les ocurre esto y no se dan cuenta hasta que llegan a su casa. Lo hacía a conciencia y no me prestaba mayor atención de la que abría concedido a un trapo viejo que no valiera la pena molestarse en recoger del suelo.
Yo estaba de pie, solo en la ultima fila, cuando ella llego a mi lado, me dijo:

- Apartese, esta usted obstruyendo el camino.

Y paso por el suelo la luz de su linterna, pero no había mas que un paquete vacío de cigarrillos Player, que las mujeres de d limpieza echarían al día siguiente a la basura. Luego se enderezó, me miro de cabeza a pies y, quitándose el gracioso gorrito que tanto le favorece, se abanico con el mientras me decía:

-¿Piensas quedarte a dormir aquí esta noche?

Se alejo, silbando entre dientes, y desapareció tras las cortinas.

Era verdaderamente enloquecedor. Nuca en toda mi vida, me había sentido tan atraído por una chica. La seguí al vestíbulo, ella había cruzado la puerta situada junto a la taquilla y el portero estaba echando ya los cierres. Salí a la calle y esperé. Tenía la sensación de estar haciendo el tonto, porque lo más seguro era que saliese en grupo con varias compañeras, como tienen por costumbre hacer las chicas. Estaba, por lo pronto, la que me había vendido la entrada, y lo más probable era que hubiese alguna acomodadora en el anfiteatro, e incluso una encargada del guardarropa. Saldría todas juntas, riendo y alborotando, y yo no tendría valor para acercarme a ellas.
Pero, en vez de eso, al cabo de unos minutos, salió completamente sola. Se había puesto un impermeable ceñido con un cinturón, tenía las manos en los bolsillos, y no llevaba sombrero. Echo a andar calle arriba, sin mirar a la derecha ni izquierda. Yo la seguí, temeroso de que se volviese y me viera, pero continuo andando con pasos rápidos y firmes, sin dejar de mirar frente a ella. Sus cobrizos cabellos, peinados a lo paje, se mecían al compás del movimiento de sus hombros.
Se detuvo un momento, con aire vacilante, y luego cruzó la carretera y se situó en la parada de autobús. Había cuatro o cinco personas esperando, de modo que no me vio ponerme en la cola. Cuando llegó el autobús, ella subió delante de los demás, y yo subí también sin tener idea de dónde iba y sin que ello me importara lo más mínimo. Vi que se dirigía al piso superior y la seguí. Una vez arriba, se sentó en el asiento de atrás, bostezó y cerro los ojos.

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⏰ Última actualización: May 14, 2022 ⏰

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