Los Thompson habían ido a ver a una hija casada que vivía en Highgate. Me preguntaron si quería ir con ellos, pero como me parecía que yo no pintaba nada allí, respondí negativamente. Cuando salí del garaje, en vez de quedarme solo en casa, decidí acercarme al cine. Eche un vistazo al cartel de la fachada y vi que ponían una del Oeste (había un vaquero metiéndole un cuchillo en las tripas a un indio). Esa es la clase de películas que me gustan, de modo que solté catorce peniques en la taquilla y entre. Alargue mi entrada a la acomodadora y, como me gusta sentarme en la ultima fila para poder apoyar la cabeza en la pared, le dije:
-La ultima fila, por favor.
Entonces la vi. Abundan los cines en que les ponen a las acomodadoras gorritas de terciopelo y perifollos por el estilo, que las hacen parecer verdaderos mamarrachos. Pero esta no era ningún mamarracho. Tenia el pelo cobrizo -peinado a lo paje, creo que es asi como lo llaman-, y sus ojos azules eran de esos que parecen miopes pero que ven mas de lo que uno se figura, y que de noche se vuelven oscuros, casi negros; su boca tenia un gesto hosco, como si estuviera harta de todo y no hubiera en el mundo nada que pudiera hacerla sonreír. No tenia pecas, ni su cutis era de esos de color de leche, sino que presentaba el aspecto cálido y sonrosado de la piel de un melocotón. No iba maquillada. Era menudita y delgada y su chaqueta de terciopelo se le ceñía maravillosamente al cuerpo. El gracioso gorrito que llevaba en la cabeza dejaba al descubierto sus cobrizos cabellos.
Compre un programa -no porque me interesara, sino para retrasar el momento de entrar en la sala- y le pregunte:-¿Que tal es la película?
Ni me miro. Siguió con la mirada fija en la pared de enfrente.
-Como todas las de aventuras -dijo-, pero siempre podrá usted descabezar un sueño.
No pude por menos de echarme a reír. Observe, no obstante, que ella permanecía muy seria. No estaba tratando de bromear conmigo.
-No hace usted muy buena propaganda, que digamos -comente- ¿Que pasaría si lo oyera el propietario?
Entonces me miro. Volvió en dirección a mi sus ojos azules, en los que persistía aquella misma expresión hosca y carente de interés por nada. Pero esta vez había en ellos algo que yo no había visto nunca desde entonces he vuelto a ver: una especie de languidez, semejante a la de quien al despertar de un largo sueño, se alegra de encontrarle a uno a su lado. Los ojos de los gatos tienen, aveces, ese mismo destello cuando uno lo acaricia y ellos ronronean y se enroscan complacido sobre si mismos. Me miro así un instante. En algún lugar oculto tras sus labios, había una sonrisa que parecía estar esperando una oportunidad para salir a la superficie. Rasgo mi entrada por la mitad y dijo:
- No me pagan por hacer propaganda. Me pagan por hacer esto y por acomodarle dentro.
Aparto las cortinas y encendió su linterna, apuntando con ella hacia la oscuridad. Yo no veía nada mas que solo tinieblas, como pasa siempre al principio, asta que uno se acostumbra y empieza a distinguir las siluetas de los espectadores; pero en la pantalla había dos cabezas enormes y uno de los muchachos decia al otro: <<Como te muevas, te suelto un balazo.>> Y se oyó un estampido de cristales rotos y el chillido de una mujer.
- Pues parece que esta bien -dije, buscando a tiendas donde sentarme.
-Esta no es la película - dijo ella- . Es el avance de la que se proyectara la semana que viene.
Y, enfocándola con su linterna, me indico una butaca de la ultima fila, algo alejada del pasillo.
Se pasaron varios anuncios y un noticiario; luego, apareció un individuo que se puso a tocar el órgano y mientras lo hacia, las cortinas que cubrían la pantalla se iluminaron de colores rojizos, amarillos y verdes. Muy bonito. Supuse que lo hacían para corresponder al dinero que se había gastado uno. Mire a mi alrededor y, al ver que la sala estaba medio vacía, me dije que quise tuviera razón la muchacha. No debía de valer gran cosa la película y por eso no había venido casi nadie.
Poco antes de que volvieran a apagarse las luces, vi a la muchacha avanzar por el pasillo. Llevaba una bandeja de helados, pero ni siquiera se molestaba en preguntarlos para intentar venderlos. Parecía como si estuviese andando en sueños. Cuando se disponía a cruzar el otro pasillo, la llame.-¿Tiene uno de seis peniques? -dije.
Me miro. Parecía como si yo fuera una cosa inerte tendida a sus pies. Luego debió de reconocerme, porque en sus labios a simularse aquella semisonrisa y en sus ojos la lánguida mirada de antes. Dio la vuelta a las butacas y se me hacerco.
-¿De barquillo o de cucurucho? -pregunto.
A decir verdad, no me apetecía ninguno de los dos. Lo que quería era hablar con ella.
-¿Cual me recomienda? -pregunte a mi vez.
Se encogió de hombros.
-Los de cucuruchos duran mas -dijo.
Y, sin darme tiempo a elegir, me puso uno en la mano.
-¿No quiere tomarse uno usted también? -dije.
-No, gracias. Los he visto hacer.
Se marcho,se apagaron las luces, y yo me quede como un tonto, con mi helado de seis peniques en la mano.
ESTÁS LEYENDO
Besame Otra Vez Desconocido
Ficção AdolescenteUn chico desconocido, una chica muy misteriosa y un asesinato de por medio. ¿habrá compatibilidad entre ambas personas?