4. Kuro Neko

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Una castaña con dos coletas despeinadas y sus ojos ámbar empañados por las lágrimas se encontraba sentada bajo ese árbol que compartía con ella su apellido y algunos de los momentos más bonitos de su vida. Los pétalos caían como adornos en su pelo a la vez que la lluvia que atormentaba su mente le corría por las mejillas, llevándose con ella todo el dolor de su corazón y el negro de sus pestañas, convirtiéndola una vez más en ese peluche al que solo ella abrazaba. Pero, ¿ahora quién la abrazaba a ella? Se sentía un juguete al que habían ilusionado con una vida perfecta por un rato para luego romperlo a propósito para tirarlo como un viejo trapo. ¿La había querido alguna vez Natsume? ¿O había estado soñando despierta como una niña hasta ese momento? El beso que el azabache había compartido con su mejor amiga había sido una bofetada de realidad tan dura como necesaria. En un primer momento, cuando vio a Hotaru no siendo ella misma y huyendo de clase como si no pudiera aguantar ni un momento más ahí, pensó que lo hacía porque su plan estaba funcionando, lo cual la hizo inmensamente culpable. A pesar de que estaba consiguiendo lo que quería, la pelinegra seguía siendo su mejor amiga y odiaba verla sufrir, así que por un segundo siguió el impulso de ir y contárselo todo, ignorando las súplicas de Ruka de que no lo hiciera. Sin embargo, al verla ahí, sola y pegada a los labios del chico del cual sabía perfectamente que llevaba enamorada desde que lo conoció, se sintió profundamente dolida. Era como si acabaran de abrirle el pecho en canal, agarrarle el corazón y estrujárselo hasta que explotara. ¿Desde cuándo el amor dolía tanto? ¿Desde cuándo Hotaru y Natsume se querían como ella había soñado que la quisieran a ella? No se esperaba que Natsume le contara algo así, al fin y al cabo acababa de demostrarle que ella no significaba nada en su vida, pero Hotaru era su mejor amiga desde que tenía uso de razón y a pesar de que le hubiera dolido oír de su boca que amaba al dueño de su corazón, lo hubiera entendido, porque lo más importante para ella era su felicidad, incluso anteponiéndola a la suya propia. Pero en vez de eso había preferido salir con él a escondidas, mientras ella seguía llorando como una cría y contándole que el que ahora sabía que era su novio no paraba de ignorarla. Le habían tomado el pelo a lo grande, se habían reído en su cara y lo peor es que ella se los había permitido. ¿Tan ilusa había sido siempre? Normal que nadie la tomara en serio. Nunca se había sentido tan sola estando completamente rodeada de gente, gente que consideraba sus amigos, porque por primera vez no confiaba en ella misma. ¿Y si todos ya lo sabían? ¿Ella era la única que había creído que el azabache albergaba un mínimo sentimiento hacia su persona? ¿Cómo se supone que los miraría ahora a la cara? No quería dejar de ser amiga de la chica de los ojos amatistas, pero no sabía como podría mirarla a los ojos y estar segura de que no mentía. ¿Cuánto tiempo llevaría tomándola por tonta? Realmente no quería saberlo. Lo único que quería en ese momento era estar justo ahí, sola, ahogándose en su propia agonía y dejando caer sus sentimientos como los pétalos, hasta que ambos murieran marchitos. Mentira. Lo que realmente quería es que Natsume estuviera allí con ella, consolándola como tantas otras veces y protegiéndola entre sus brazos, mientras ella se ocultaba en su pecho, en el cual quería vivir para siempre, y sentía los latidos de su corazón contra su mejilla y se imaginaba por un segundo que ella era la culpable de su ritmo acelerado. Era una masoquista.

De repente, escuchó un leve maullido y tras confirmar que no provenía de su loca imaginación, levantó la vista y contempló con los ojos rojos por la irritación como un gato negro se había parado frente a ella y la miraba con los ojos muy abiertos.

–¿Has venido a hacerme compañía? –le preguntó con la voz ahogada por los sollozos–. Eres el primero que se preocupa por ver como estoy.

Como si la hubiera entendido, el felino movió la cabeza en un leve asentimiento, lo cual la hizo soltar una risa mezclada con un sollozo.

–Siento que me veas con estas pintas tan horribles –se disculpó sorbiendo por la nariz–-. Hace mucho que nadie me visitaba –Al admitirlo, no pudo evitar derrumbarse y miró a la hierba movida por el viento mientras el llanto le sacudía con violencia el cuerpo y las lágrimas caían a borbotones, regando el césped.

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⏰ Última actualización: Sep 09, 2020 ⏰

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El plan de los celosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora