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Para ella una montaña rusa es lo más similar a la vida. Algunas veces está feliz, contenta, cómoda consigo misma y con su entorno. Otras muchas, sin embargo, está inexplicablemente de bajón, no tiene ganas de nada, se cansa de todo a los pocos minutos de empezarlo, no tiene ganas de seguir con nada.

Lo peor de todo es que su montaña rusa tiene más bajadas que subidas. Y, como en una montaña rusa, se notan mucho más los bajones que las subidas. No sabe bien porque es. Por qué inexplicablemente se sigue montando en esa atracción, aún sabiendo que no le gusta tanto sube-baja.

A pesar de estar continuamente montándose, no sabe nada de ella. Absolutamente nada.

Ella quiere tener las cosas claras, quiere dejar de montarse en una montaña rusa y simplemente dedicarse a pasear comiendo algodón de azúcar. Sin embargo, cuanto más intenta comer esa bola de azúcar, más se sube a la dichosa montaña rusa. Más bajones tiene. Menos entiende. Menos se quiere. Más llora.

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