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  A algunas personas les encanta decirte: «Esto que haces está mal, lo que tienes que hacer es esto, esto y esto». La verdad es que a nadie le gusta que le digan cómo hacer algunas cosas; sobre todo cuando no lo pidió y, aun más, si está conforme con lo que está haciendo y actúa con convicción. No significa no recibir sugerencias, no significa ser soberbio y no aceptar que puedes no sabértelas todas. Es que a veces, hay opiniones que no suman, que sólo incomodan. Y entonces, ¿por qué escucharlas? No tienes la obligación de tomar en cuenta la opinión de todos, no tienes por qué tolerar algunas que nunca pediste. Y como uno sólo puede pedir de los demás lo que sabe dar, antes de opinar y decirle a otra persona que hace algo mal, responde esto:
¿Pidió mi opinión? ¿Mi opinión es constructiva o sólo hablo porque me gusta decir lo que pienso? ¿Estoy MUY seguro de que mi forma de hacer las cosas es objetivamente superior y hablo desde la experiencia de haber tenido más éxito que esa persona? Si la respuesta a la pregunta anterior es sí: ¿Qué me hace pensar que la otra persona quiere lo mismo que yo quiero para mi vida? ¿Qué me hace creer que lo que es mejor para mí, será mejor para los demás? ¿En serio me parece que a esa persona le interesa mi opinión?
No es lo mismo sugerir que indicar. No es lo mismo opinar que juzgar negativamente las decisiones de otro, sólo porque tú lo harías distinto. No es lo mismo hacer una crítica que agredir. Ser honesto no implica lastimar. Opinar no implica invadir. Tener confianza no implica irrespetar los límites. No es lo mismo sumar que restar y hay que aprender a reconocer la diferencia.   

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