¿Amigos?

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Sentí cómo el agua golpeaba mi rostro. Me despertó casi al instante. Mi cabeza me dolía todo un infierno, sin contar las miles de magulladuras y cortes que mis brazos y piernas tenían. Afortunadamente no estaba en el mar, sino el ardor sería aún mucho peor.

Logré identificar a la figura que estaba a la par mía. Era la rubia por la que había saltado. Yacía enfrente con su cantimplora abierta y una expresión de alivio en su rostro.

-¡Oh, gracias a Dios! Pensé que estabas muerto – sonrió aliviada. Bastante aliviada diría yo.

-¿No pudiste tomarme el pulso? – me quejé. Me había sentado para evitar marearme.

Se quedó callada por un momento.

-No lo pensé. Lo siento.

-Descuida, al menos los dos estamos vivos – sonreí.

La rubia se acercó al río para llenar su cantimplora antes de sentarse a la par mía.

-¿Cómo es que salimos del río? ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? – la vi directamente a los ojos.

-Luego de que te desmayaras, alcancé tu cuerpo y lo puse boca arriba para evitar que te ahogaras. La corriente fue menos rápida luego de que te noquearas y pude arrastrarte hasta esta orilla. Eso fue hace como media hora, más o menos.

Me levanté de inmediato. Teníamos al menos seis horas para encontrar al grupo antes de que oscureciera.

-Tendremos que apresurarnos entonces. Viajar en el río sería más fácil, pero no me atrevería a nadar en contra de la corriente ni porque estuviera loco.

-Además, yo no sé nadar.

-Sí, también está eso. ¿Traes algo en tu mochila que nos ayude?

Casi inmediatamente, la chica abrió su mochila y comenzó a sacar todo lo que tenía. Llevaba una pequeñísima tienda de acampar, una brújula y algo de yesca seca para hacer una fogata. Los dos estábamos empapados, sin embargo no había una necesidad urgente de secarse. El sol estaba en su punto máximo. Tendríamos luz solar durante varias horas por delante.

-¿Sirve tu celular? – saqué el mío también para comprobarlo. Aunque estaba muerto. ¡Qué estúpido! ¡Me acababa de lanzar al río! ¡Por supuesto que estaría mojado!

-Para nada. Está muerto.

-Entonces no nos queda de otra. Empecemos a caminar.

El plan era no abandonar el río del todo. Había leído toda la noche anterior que si se pierde, lo mejor que se puede hacer es quedarse en el mismo lugar, sin embargo, eso no era algo viable para nosotros. ¿Quién nos vendrá a buscar? ¿La maestra? ¿Gabriel o alguno de los idiotas? Tanto la rubia como yo decidimos que tendríamos que abrirnos camino hasta la civilización de nuevo. Aunque claro, no teníamos comida ni nada para orientarnos. Nada excepto el mismo río que no brindaba agua limpia y pura para tomar en cualquier momento.

Debo admitir que, a pesar de haberme informado durante más de tres días y haber visto, casi tres diez horas de programas de supervivencia, me sentía bastante asustado. Es más, nunca había estado tan asustado en mi vida. Una cosa era ver a los pobres infelices presentadores del programa comerse una serpiente viva desde la comodidad de mi cuarto. Una muy diferente era tener que hacerlo en carne propia.

-Me empujaron esos estúpidos, ¿no es así? – la chica rompió el silencio para mi sorpresa.

No le contesté con palabras. Me limité a asentir con la cabeza mientras seguía caminando.

-Estúpidos – suspiró. Luego se volteó a verme a mí. - ¿Por qué saltaste al río también?

-Eres mi compañera de viaje – no la volteé a ver. – Se supone que no me debía separar de ti.

-Estuviste a punto de morir, idiota – se detuvo de repente.

-Sí, tal vez pudo haber pasado – sonreí, luego le extendí la mano. – Soy Samuel.

-¿Estás coqueteando conmigo? ¿En serio? ¿Precisamente ahora?

-No, so-sólo quise presentarme formalmente. ¿Tiene algo de malo eso?

-Qué bien, porque no lo lograrás – pausó por unos momentos. Luego estrechó mi mano. – Soy Ana.

Al menos el camino ya no sería tan pesado sin hablarle. Ana era una chica bastante seria, no era como las demás plásticas de la clase, ni siquiera como las plásticas de la escuela. Le gustaba mucho la naturaleza, quedarse en casa leyendo algún libro y, para mi sorpresa, también jugaba videojuegos. Sin embargo, no me comentó cuál era su favorito. Según ella, no quería parecer una ñoña en frente mía.

-Estoy furiosa con ellos, te lo juro – se mostró muy enérgica en cuanto a la actitud que su grupo de amigos tomó.

-Todo por juntarse con los tontos del salón – sonreí.

-¿Y con quien querías que me juntase? Cuando recién llegué al pueblo no había nadie con quien hablar. ¡Ni siquiera tú me hablabas! ¡Es más! ¡Hasta hoy me dirigiste la palabra en dos años!

-¡Pensé que eras como ellos! Digo, si te juntabas con ellos era por algo, ¿no?

-No, Samuel. Digo, bueno... ¡No sé! ¿Crees que era agradable escuchar esas estupideces que decían? ¡Si tan sólo escucharas sus conversaciones! "¡Sí, te digo que podemos lanzar esta bolsa llena de caca a la casa de la maestra!"

¡Vaya! En cierto punto me dio un poco de pena haber sido tan prejuicioso con Ana. Digo, pensé que pensaba igual que ellos. Por muy raro que se escuche eso.

-Te diré algo. De ahora en adelante te juntarás con Gabriel y conmigo – le propuse.

-¿Es una invitación o una orden? – quiso saber Ana poniendo los ojos en blanco.

-Claro, si tú quieres – corregí.

Ana no me contestó ni si, ni no. No hice algún otro comentario más del tema y me enfoqué en seguir el camino. Ya llevábamos dos horas caminando y seguíamos sin ver rastros de nuestro grupo. Para colmo, el sol había cambiado lentamente de posición. A juzgar por dónde estaba ahora, diría que nos quedan tal vez unas dos o tres horas de luz. 

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