El máximo depredador

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A pesar de que la situación estaba muy difícil, más no imposible, realmente estaba disfrutando al ver a la naturaleza en su ambiente más real. Era totalmente diferente a verla en los programas de televisión, acostado en mi cama con alguna soda. Dudo que en el pueblo haya podido tener este contacto con ella.

-Odio decirte esto, pero tengo hambre – comentó Ana de repente.

No había tenido necesidad de comer. Hasta que Ana comentó la palabra "hambre" mi estómago rugió. No había comido algo en todo el día, ni siquiera desayuné en casa.

-Podríamos intentar pescar en el río.

-¿Peces? ¡No, gracias! Veré si como alguna baya o fruta que encuentre por allí.

-Espera aquí, yo iré por los peces – sonreí.

Tuve que quitarme la camiseta y dejarla cerca de la orilla. Pensé que pescar a mano limpia sería buena idea. Podía ver desde la orilla algunos peces que navegaban a favor de la corriente y otros en contra.

-¿Cuál será tu plan para atraparlos? No veo tu caña de pescar, ni tu lanza – rió Ana desde la orilla.

-Tú sólo prepara la fogata porque hoy traeré un festín.

Pensé en que podría atraparlos como los osos, que sólo abrían su boca y literalmente los salmones y demás peces entraban a ellas. Por el momento, no creía que habían salmones en ese río; hacía falta su color característico que debía resaltar con el gris del lecho del río. Vi que Ana se había ido en busca de leña para hacer una fogata; debíamos descansar un poco. Ése era mi momento de brillar.

Me arremangué mis pantalones, para evitar que se mojaran más de lo debido y me adentré a la zona menos profunda de aquel río. El agua me llegaba hasta las rodillas y estaba bastante fresca. Los peces, al principio, huyeron aterrorizados ante mi presencia, aunque con el paso de los minutos se acostumbraron y se comenzaron a acercarse sin preocupación.

Durante cinco o diez minutos, esperé impaciente a que alguno de los peces saltara, pero no fue así. Se quedaban quietos la mayoría hasta que reaccionaban ante un estímulo externo. No había otro depredador, excepto yo, por la zona. Claro, sin una lanza o una caña de pescar esto sería imposible.

-Ten esto – dijo Ana quien me sacaba de mis pensamientos. Me había entregado una lanza muy improvisada.

Tenía una piedra puntiaguda en un extremo unido al palo con varias colas para el cabello. Ingenioso, de eso no cabe duda. Ella comenzaba a preparar la fogata y yo me había lanzado de nuevo al río, ésta vez con un arma. Debo admitir que era igual de difícil, mi puntería no era la mejor del mundo con esa cosa. Sin embargo, había logrado pasarle la lanza muy cerca de varios peces. "Muy de cerca", eso no nos iba a dar de comer hoy.

-Apresúrate, Samuel. La fogata se está consumiendo muy rápido – me informó Ana quien hacía todo lo posible para que la fogata no se apagara.

Justo había visto un pez que se había acercado lo suficiente como para atraparlo con la mano, pero decidí, en lugar de hacer eso, usar la lanza. ME tomé unos cinco segundos para tomar una mejor puntería y con un movimiento preciso lancé la lanza al agua. Las olas que habían provocado el movimiento brusco me impedían ver con seguridad qué es lo que pasaba. Luego que se disiparan, vi con mucha alegría cómo mi lanza había atravesado el torso del pescado quien se movía desesperadamente para librarse.

-¡Lo hice! ¡Lo logré! – exclamé de lo más feliz al sostener la lanza con el pescado.

Salí corriendo del agua y se lo enseñé a Ana quien me aplaudía riéndose a carcajadas.

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