Final

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El barranco que se nos presentaba ahora era asquerosamente empinado. Por un momento intenté calcular la altura que debía tener y deduje que era de cien metros de terreno suelto y escarpado. La buena noticia es que había varios árboles que nos servirían como apoyo para seguir subiendo. Ana me contó que no era muy buena escalando, la verdad es que yo tampoco, así que utilicé la soga que Ana llevaba en su mochila. Enrollé mi abdomen con soga, al igual que el de Ana, y lo aseguré con un nudo simple. Sé que atarse sogas al estómago es peligroso, por lo que dejé al menos unos centímetros de espacio para liberar presión sobre el mismo. De esta manera, si uno de los dos cayera el otro podría ayudarlo a regresar.

El plan era subir el barranco apoyándonos en las bases de los árboles. Según mis imprecisos cálculos, la entrada a la reserva natural debía estar del otro lado del barranco. Era nuestro desafío final.

-¿Lista? – le pregunté a Ana.

Esbozó una sonrisa de puro nerviosismo como respuesta. Ni siquiera yo estaba listo, dudo que alguien lo esté. Empecé a escalar el barranco, aunque de por sí vi que sería bastante difícil ya que el terreno estaba muy suelto. Con cada paso que daba se soltaban piedras pequeñas y tierra muy fina, la misma tierra que se te mete a la nariz y a los ojos y te dificulta todo. El lugar más estable para estar era en la base de los árboles. Le grité a Ana que intentara seguir mis pasos y hacer lo mismo que yo estaba haciendo. Habíamos recorrido nuestros primeros diez metros sin ningún problema.

Arriba del barranco escuchaba una serie de ruidos repetidos y agudos. Cuando levanté la vista me di cuenta que unas luces intermitentes estaban por todo el perímetro. ¡Tal vez se trataban de personas!

-¡Estamos aquí! – grité intentando de llamar la atención. Ana hizo lo mismo al ver las luces y escuchar los sonidos; ahora que lo pienso, parecían ser sirenas.

Nada. Aún estábamos muy lejos para que nos oyeran. Seguí escalando todo lo que podía, el suelo se resbalaba bajo mis pies y me hacía tambalear. Sentí un jalón ligero de la cuerda. Me di cuenta que Ana se había quedado muy atrás.

-¡Tranquila, no hay prisa! – le grité, mintiendo por supuesto.

Cuando me alcanzó, yo seguí escalando a toda velocidad. Tenía que tener cuidado de no enviarle todos los escombros a Ana, aunque era bastante difícil, claro está. Habíamos llegado a subir tres cuartos del barranco. Me dolía mi cuerpo, entero. De los pies hasta la punta de la cabeza, y cada paso hacia adelante era un martirio. Se necesitaba un esfuerzo sobre-humano para poder subir. Volteé a ver y me di cuenta que Ana estaba igual de cansada que yo, aunque ella tenía una expresión de cansancio extremo. Parecía que en cualquier momento se rendiría.

De pronto, unas luces apuntaron las bases de los árboles cercanos, cuando me di cuenta solté una exclamación de alivio. Eran linternas, nos estaban apuntando directamente hacia nosotros y casi de inmediato vi a los policías quienes descendieron unos metros el barranco para ayudarnos a subir. Lo habíamos logrado.

En el lugar habían tres o cuatro patrullas con las luces encendidas, una ambulancia y varias personas, entre ellos estaban mis padres y mi maestra. Creo que también estaban los padres de Ana, ya que vi a un hombre muy alto, casi de mi estatura, junto con una mujer rubia que se parecía a Ana de grande. Corrieron inmediatamente hacia ella y la cargaron en sus brazos, los dos estaban llorando.

-¿Dónde están Adriana y Josué? – les pregunté a mis padres casi de inmediato.

-Con Rosa – dijo mi madre entrecruzando los brazos, era nuestra vecina. Podía apostar a que mamá estaba furiosa.

-¿No te había dicho que no te hicieras el Tarzán? – sonrió mi papá, más por el alivio que por otra cosa.

-Sé que los asusté. En serio lo siento mucho, pero tuve mis razones.

Los padres de Ana conversaban enérgicamente con la maestra, mis padres también fueron a hablar duramente con ella. Además de mis padres, estaban dos agentes de policía que anotaban toda la conversación en una libreta. Sin embargo, Ana y yo explicamos cómo fue que pasó todo, no quería que culparan a la maestra por algo que realmente no fue su culpa. Pude ver cómo brillaban los ojos de mi papá por el orgullo, no se diga mi madre.

-¿Dónde viven esos mocosos? – preguntó el padre de Ana con voz autoritaria. - ¡Quiero saberlo ya mismo!

-Papá, tranquilo. Fue un accidente, y gracias a Dios estoy bien – aseguró Ana, luego me vio a mí. – La verdad es que no lo hubiera logrado de no ser por Samuel.

-Nos ayudamos los dos – complementé. Aunque me había sonrojado.

La madre de Ana me vio a los ojos e inesperadamente me abrazó. El padre de Ana se limitó a un apretón de manos y una invitación a cenar cualquier día de la semana, incluyendo mis padres.

Ante todo el riguroso papeleo que los policías tenían que llenar, hice prometer a mis padres que no comprometerían a la maestra por eso. Realmente, no es su culpa y quiero que siga haciendo estas excursiones. Sorprendido, mi papá asintió con una sonrisa en su rostro. Mi madre no dejaba de darme besos, lo cual me hacía sentirme incómodo. Digo, no es que me hubiese perdido durante una semana entera, o tres años como el pobre de Tom Hanks. ¿O fueron dos años?

Lo bueno al final de todo esto es que dormiría en mi cama esa misma noche, sin ningún tipo de problema alguno. ¡Excepto del estómago! Creo que ese estúpido pescado me hizo mal.

La escuela nos dio unos días de vacaciones, por así decirlo. Tuve al menos tres días para reponerme por completo luego de la aventura que tuve junto a Ana. Ella y yo nos hablamos mucho más seguido, sin embargo, sigue juntándose con sus estúpidos amigos.

Nada cambió realmente en la escuela, el comportamiento de Gabriel hacia mí sigue siendo el mismo. Gracias a Dios, no me considero nada especial. Ni en lo más absoluto.

Una tarde, dos semanas luego de haber regresado a la escuela, Gabriel llegó a mi casa para jugar videojuegos. Había traído su control nuevo, sabía que Josué odiaba prestar el suyo.

-¿Cómo está Ana? – preguntó Gabriel sin voltear a ver, estaba muy concentrado en el juego.

-Bastante bien, supongo.

-¿No le has estado hablando?

-No, apenas si la he visto en la escuela.

-Eres un gran idiota, Samuel – sonrió Gabriel. Me había matado dos veces seguidas en el videojuego, así que no sabía si era por eso o porque no le seguía hablando a Ana.

-Ella es de otro mundo, Gabriel. Ese mundo no es para nada amigable, no para nosotros al menos.

De pronto, escuché el timbre. Samuel se había dormido en su cuarto y Adriana salió con mi mamá al centro comercial. Pausé el juego y bajé inmediatamente las gradas para ver quién era. Al abrir la puerta me llevé la gran sorpresa de encontrarme a Ana parada enfrente de mi casa.

-¡Ana! ¡Hola! – sonreí al verla.

-Ho-hola Samuel – sonrió también ella. – Sólo quería, pasar aquí a agradecerte p-por haber saltado al río e ir a buscarme. Gracias por salvarme.

-Tú también me salvaste allá, ¿lo recuerdas?

-No. Tú me salvaste a mí, Samuel. Y en serio te lo agradezco.

Había dado media vuelta para irse cuando la detuve.

-Escucha, Gabriel y yo estamos jugando videojuegos. ¿Quieres venir?

Ana esbozó una sonrisa.

-Muchas gracias, pero no te enfades cuando te rompa el trasero en frente de él.

¡Sí, claro! Ahora se creía profesional. Después de todo, fui yo quien le dio de comer en la reserva natural.

FIN

Escritor: D. E. Navas. 

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