«Yo no escribo con la mente, escribo con el corazón» me dijo, llamándome la atención, así de nuevo la inspiración me contó otra función:
Él soñaba con ser pirata. Ella ansiaba navegar por sus ojos. Que le den al mar que quiera acunar aquel barco a su antojo.
Y mientras zarpaba el barco decía, «yo no aspiro a ser un gran artista». Cerraba los ojos ante su musa, sin darse cuenta que el barco era de papel y el cielo que respiraban: azul acuoso cual acuarela. Mas, no había más que ver el camarote, repleto de perfectas representaciones de la dama. Tallas de mármol de todos los tipos hayados e incluso nunca vistos. Grandes pinturas al óleo de su Venus semi desnuda. Láminas por ahí tiradas, en acuarelas, lapices, pasteles, tinta china, acrílico, carboncillo, grafito... Aquél camarote parecía el estudio de un psicópata finalmente enloquecido por la búsqueda de la perfección efímera a la vez que eterna.
Ella se acercaba a la proa a tomar el sol en cueros. Él, a su lado, sin cesar de dibujar, a veces pensaba que hasta el sol se paraba a mirar.
Después bajaban de nuevo, solo observaban las obras, sin mover ni un dedo, para juntos, deleitar bajo el arte más sincero