2

251 3 1
                                    

Sobre la mesa de la cocina estaban el dinero y una lista de compras asombrosamente larga. La mamá de Nick tenía que hacer muchísimos permanentes: en Londres, el otoño quizá había despertado en las mujeres la imperiosa necesidad de tener el cabello rizado. Con el ceño fruncido, Nick revisó la lista: mucha pizza congelada, además de lasagna, croquetas de pescado y platillos de pasta precocidos. Todo indicaba que su mamá no planeaba cocinar en los próximos días. Suspiró, tomó tres de las bolsas grandes de compras y caminó rumbo al supermercado. En el camino volvieron a su mente las señas de Dan y la silenciosa respuesta de Colin. ¿Se estaba imaginando cosas? De hecho, ésa era la opinión de Jamie:

“Lo que pasa es que estás aburrido —le dijo—, necesitas un pasatiempo, una novia. ¿Te hago una cita con Emily?”.

Nick tomó un carrito del súper y trató de olvidar sus pensamientos sobre la escuela. Jamie tenía razón, lo mejor era preocuparse por problemas reales. Por ejemplo: como diablo iba a cargar las veinte botellas de agua que su mamá le apuntó en la lista.

Al día siguiente, cuando entró en la escuela, el ambiente vibraba por la excitación. En el vestíbulo había más alumnos que de costumbre, la mayoría formaban pequeños grupos. Cuchicheaban, murmuraban, sus conversaciones se desvanecían en un fluido que Nick no podía entender ni una sola palabra. Toda la atención estaba concentrada en los dos policías que caminaba con determinación por el pasillo que conducía a la oficina del director.

En un rincón, no lejos de la escalera, Nick vio a Jamie sostener una acalorada conversación con Alex, la abuelita tejedora; Rashid lo descubrió discutiendo con otro muchacho cuyo nombre no podía recordar, pero... Claro, se llamaba Adrián, tenía trece años y casi nunca se juntaba con los más grandes. No obstante, Nick lo reconoció porque todo el mundo supo la historia de su familia cuando —hacía dos años— entró a la escuela: al parecer, su padre se había suicidado, ahorcado.

—¡Oye! —le gritó Jamie a Nick mientras hacía una seña exagerada—. ¡Ahora si hay un desmadre!

—¿Que hacen aquí esos policías?

Jamie sonrió de oreja a oreja.

—Aquí hay delincuentes, malvados, una banda del crimen organizado: se robaron nueve computadoras nuevecitas que compraron para la clase de informática. Y van a buscar huellas en el salón de cómputo.

Adrian asintió.

—Pero estaba cerrado —dijo con timidez—. Eso le dijo el señor Garth a los policías, yo escuché exac...

—Cállate, baboso —le ordenó Alex.

Sus espinillas brillaban, "seguramente por la excitación", pensó Nick. Cuando volvió a mirarlo, tuvo ganas de darle un golpe al imbécil de Alex. Y, para no verlo, se concentró en Adrián.

—¿Violaron la puerta?

—No, no hicieron eso —le respondió excitado—. La abrieron con llave. Alguien robó la llave, pero el señor Garth dice que eso es imposible: las tres están en su lugar, y una de ellas siempre la trae...

—¿Nick? —una voz interrumpió la verborrea de Adrian.
Una mano con esmalte de uñas transparente se posó sobre su hombro. “Emily”, pensó Nick por un instante, pero inmediatamente desechó la idea. Emily no traía tres anillos en cada dedo ni olía... Como a oriental.
Volvió la cabeza y vió los ojos azul claro de Brynne. Estaban casi encharcados.

—Nicky, ¿podrías...? Quiero decir, ¿podríamos... Hablar un momento a solas?

Alex se rio sarcásticamente y se lamió los labios, lo que hizo que Nick apretara los puños.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 21, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

EREBOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora