Virtud

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Después de una semana, Jamie y yo nos habíamos vuelto casi amigas.

Digo casi pues me faltaba que ella hablará un poco más, no usando continuamente esos monosílabos que hacen que quisiera morder a alguien.

Aquella mañana, Tom se nos unió en la caminata hacia la escuela.

- ¿Y eso? – pregunte con sorna, mirándolo de reojo.

La última vez que se fue conmigo, Mary Crawford, una compañera de su nivel, le había montado guardia para abordarlo en la calle y, en esa oportunidad, de forma elegante, la evitó gracias a mi presencia.

- ¿No será otra Mary?

Respuesta a ello sólo se limitó a reírse diciéndome que no podía pensar que todo el mundo se comportaba como en nuestro pueblo.

- Aquí las muchachas tienen muchos chicos de donde escoger... – y alzando las cejas, me indicó con suficiencia – y conocen exactamente lo que significa la palabra NO.

- ¿Estás seguro? – replique bajando de dos en dos la escalera de entrada, encontrándonos con Jamie en el rellano de la calle, al ver a Tom, lo miro con cierta inquietud, por lo que me apresuré y
se lo presente – ahh... Jamie, nuestra vecina, Tom mi hermano.

Saludándose ambos con un apretón de manos, me pareció de lo más formal, aunque viniendo de mi hermano, no me extrañaba; siempre había sido de estructurado como si fuera un perfecto cuadrado.

Poniéndonos en movimiento, Tom habló sin parar de un proyecto que tenía en mente: junto a unos compañeros tenían pensado diseñar una red que les permitiera tener mejor señal de internet a un club de adultos mayores.

- Es toda una proeza instalar en una casa más antigua que ellos... - se río – y enseñarles a usarlo, es aún más difícil.

- Mi abuela es muy lista... - expresó Jamie con solemnidad sosteniendo la mirada castaña de mi hermano – tiene 75 años y es una campeona para jugar candy crush.

- ¡Entonces mis abuelitos del club tienen esperanza! - exclamó Tom enarcando una ceja con sorpresa – estamos seguros que su vida será más entretenida después de esto.

Estirando apenas los labios, me pareció interesante aquello de mejorar la calidad de vida de la gente, sobre todo de las personas mayores, quienes se ven inmersos en un mundo cada vez más complejo de lo que ellos lo conocían de jóvenes.

Al continuar nuestro camino Jaime nos relató sobre una de las actividades que más le gustaban de la escuela: el festival de talentos. Aquel se celebraba en octubre, y era un evento en el que participaban muchos chicos buscando una oportunidad de demostrar cuan buenos eran en canto o ejecución de instrumentos; a medida que oía el relato entusiasmado de mi vecina me encontré pensando en una de mis pelis favoritas donde la protagonista, una de esas princesas de cuento que vive cantando y creando canciones para todo, es lanzada sin pudor alguno al mundo real, en el cual busca a su príncipe, con el que se iba a casar, encontrándose con un hombre guapo hasta la médula pero que es común y corriente y, lo peor, le exige que deje de cantar.

En el mundo real ninguna persona en su sano juicio se la pasa cantando...

Bueno, yo no cantó pero me encanta escuchar cantar.

Es algo que me agrada profundamente.

Quizás ese sería una de las cosas que me enamorarían de alguien de inmediato.

Alzando de pronto las cejas, sonreí para mis adentros.

De todos los muchachos que alguna vez me agradaron para novio, ninguno poseía una voz ni siquiera medianamente aceptable para cantar.

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⏰ Última actualización: Nov 06, 2016 ⏰

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