Prologo

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Prólogo

Maldita sea...

No podía creerlo.

Nunca había acabado más fácil mis pañuelos desechables que esa vez que se me ocurrió acompañar a Ronny, mi viejo amigo de armas, al funeral de su perro Duggy.

Sentía los ojos hinchados y las mejillas ardiendo, y es que la escena del padre protegiendo a su hijo se repetía mil veces en mi cabeza como si fuera un eco gigantesco.

En mala hora acompañe a Carly al cine, y es que nunca pensé que una película tan inofensiva como "Entrenando a tu dragón 2" me causaría una impresión que me comprimiera las costillas.

Quizás debí beber menos gaseosas.

O pensar menos en Adam.

Y es que parece peor que un resfrío; se me mete en los ojos y en la boca, y llega hasta lo más profundo de mis huesos.

Suspirando con fuerza, acompañe a mi amiga a comer un sándwich y charlar sobre cosas tontas de la escuela, y luego me despedí con la excusa más idiota.

La verdad es que decir que me dolía la cabeza era una mala excusa, pero no se me ocurría nada original.

De todas formas, conseguí lo que quería y logre llegar al parque: el único espacio de esta ruidosa ciudad en que podía sentirme yo misma.

Mordiéndome el labio, repasé mentalmente todo lo que me había sucedido desde que llegué a esta ciudad y, pasándome una mano por un ojo, consideré que quizás me vendría bien una temporada en Piamoncura.

Este lugar me estaba trastornando

Lo que no te destruye te hace más fuerte... repetí casi como un murmullo recordando las palabras de ese día de la maestra Nayeli, e intente verle el lado bueno a todo esto.

Me encamine directamente a la banca que estaba al lado del farol, cerca de la laguna, mi lugar favorito pero, de mala gana, aprecie que alguien más me la había ganado. Aunque trate de ver de quien se trataba no pude verlo, pues, quien quiera que fuera, estaba sentado en el respaldo de la banca con el cuerpo hacia adelante como si estuviera haciendo una plegaria; su cabeza estaba colgada, oculta por ambos brazos.

Sentí una enorme curiosidad por saber de quién se trataba pero me volví hacia un lado; quien quiera que fuera necesitaba su espacio de intimidad por lo que decidí aproximarme más a la laguna donde pude observar morir los últimos destellos del sol.

Espontáneamente, una sonrisa afloró en mi rostro al traer a mi memoria el recuerdo de una tarde como está, donde me encontré pensando en él...

Creo que nunca en la vida me habría imaginado lo que aquello cambiaría mi vida y cuanto alguien podría importarme tanto.

Apoyando una mano en el barandal, divague en la necesidad de reeditar todos los cuentos de hadas que tanto adoraba mi madre y que con tanto ahínco intentaba narrarme para que creyera en ellos; aquellos con los cuales había llenado mi cabeza y que, ahora, estaba claro que no tenía ningún caso.

Definitivamente, los príncipes azules son sólo una ilusión que se diluye con la realidad.

El príncipe de mis sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora