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| ❅ | Capítulo 4.

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Las semanas siguientes antes de nuestra partida hacia la Corte de Verano, me vi obligada a compartir parte de mi tiempo libre con el príncipe de Verano. Como nunca antes había tenido que hacer algo así con alguien que no pertenecía a mi corte, no sabía cómo defenderme; intenté mostrarle algunas salas del castillo, como las bibliotecas, rezando para que Atticus fuera un erudito amante de los libros.

Por suerte para mí, el príncipe de Verano se quedó prendado de una de las bibliotecas, así que pasábamos largos períodos de tiempo allí encerrados; mientras Atticus se sumergía en alguna interesante novela histórica, yo me limitaba a mirar por la ventana. Las vistas de aquella biblioteca daban a la porción de terreno donde estaban situados los soldados de Verano, lo que me permitía una bonita panorámica de todos aquellos hombres yendo de un lado a otro sin tener nada más que hacer mientras que esperaban con cierta impaciencia el regreso a su hogar.

Entrecerré los ojos al divisar a un grupo de soldados corriendo cerca del campamento. A la cabeza del grupo reconocí a Kavanagh, quien parecía animar a sus compañeros a mantener el ritmo. No había vuelto a ir al bosque cuando no podía dormir por temor a reencontrarme con aquel soldado tan metiche que era incapaz de mantener sus narices alejadas de problemas ajenos.

Se me escapó un respingo involuntario cuando el príncipe de Verano carraspeó a mi lado, con la vista clavada en la visión de todos aquellos soldados ejercitándose sin apenas ropa en aquellos terrenos helados.

Atticus me miró de reojo.

—Lamento haberte asustado —se disculpó.

Me recompuse sin apartar la mirada de la ventana. Con el paso de los días y de tantas horas juntos, me había acostumbrado a la casi silenciosa presencia del príncipe de Verano, quien había empezado a tratarme con más cercanía y se había vuelto menos tímido a mi lado.

—Me sorprende que vuestros hombres sean capaces de hacer... eso —comenté, intentando deshacer el nudo de mi garganta—. Hace demasiado frío para las gentes de Verano, estos meses son más duros debido a cuestiones personales de la reina.

Era la propia reina Mab quien se encargaba de modificar a su gusto el frío, o incluso la nieve, de nuestros territorios. No le había mentido a Atticus cuando había afirmado que estaba desconcertada por las agallas que mostraban los soldados que le habían acompañado por atreverse a enfrentarse a las gélidas temperaturas de allá fuera con tan pocas prendas de abrigo.

—Nuestros soldados son hombres valientes —respondió el príncipe, desviando la mirada hacia mi perfil.

—O unos auténticos lunáticos —apostillé.

También desvié la mirada para comprobar si mi comentario le había resultado molesto. Sin embargo, Atticus rompió a reír, era la primera vez que escuchaba ese sonido, similar al de unas campanillas, pero me quedé muda de asombro. La Corte de Invierno no se definía, precisamente, por ser una corte tan alegre y desinhibida como las Cortes Seelie. Que el príncipe de Verano se hubiera reído a causa de uno de mis comentarios me hizo sentir... extraña.

—La Corte de Verano tiene unas vistas espléndidas —dijo entonces, cambiando de tema—. Espero poder mostrároslas personalmente muy pronto.

Lo único que pude hacer, tras aquel extraño instante de complicidad, era asentir rígidamente con la cabeza.

Los preparativos de la idea ya estaban poniéndose en marcha. En apenas unos días tendríamos que partir hacia la Corte de Verano y mis doncellas estaban inquietas ante tantas cosas que hacer: mi equipaje estaba siendo estudiado cuidadosamente debido a las diferentes costumbres con las que tendríamos que enfrentarnos una vez abandonáramos nuestro hogar.

THE WINTER COURT | LAS CUATRO CORTES ❅ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora