Piano, piano

263 24 2
                                    

Ambos continuaron leyendo y en media hora ya estaban en la página 90. Encerrados en sus habitaciones, sentados en el suelo y recostados de una pared, las lágrimas corrían por las mejillas de ambos al leer esas últimas páginas; Luciano y Fiorella, vivieron un hermoso amor en Venecia, pero al volver a sus casas se encontraron con una dura verdad: ambos estaban comprometidos y ahora, separados por la distancia.

Lloraban todos los días lamentándose por su desgracia. Sus cartas eran cada vez más tristes, todo lo que intentaban para que sus familias desistieran de los planes de boda era inútil; tuvieron que llegar al punto de enviarse aquellas cartas por medio del profesor Castorani, quien servía de camuflaje y vivía junto a ellos aquel doloroso amor.

Amenazaban a sus prometidos, los despreciaban frente a todo el mundo, se apartaban, se abstraían en un mundo de recuerdo, reviviendo Venecia, reviviendo cada beso, cada mirada, cada paseo tomados de la mano, reviviendo aquellos momentos en que fueron felices y que cada vez se agotaban más a prisa y parecían llegar a su final.

Sus corazones ya no aguantarían un embate más, cuando un día, Isabella, la prometida de Luciano le llevara un obsequio a su casa; había una reunión de los amigos más cercanos a la familia, pero Luciano no quiso estar presente, así que sus padres hicieron pasar a Isabella hasta su habitación, pero no había nada material, no era cualquier regalo: ella era el obsequio. Ella comenzaba a desvestirse cuando Luciano habló:

Luciano: Lárgate, yo no siento ni sentiré nada por ti más que desprecio por prestarte a un acto tan bajo. (Dijo sin mirarla)

Isabella: Vamos a casarnos, tendremos una familia y tú me amaras. (Dijo la prepotente joven mientras seguía desvistiéndose)

Luciano: ¿Casarnos? (Dijo aun sin verla) Si nos casamos, jamás tendremos una familia, jamás tendremos hijos, nietos, ni nada parecido, puedes estar segura que ni siquiera dormiré contigo en la misma cama. No te dirigiré la palabra, no te presentaré como mi esposa, no eres ni serás importante para mí, ni siquiera servirás para adornar la casa, y lo más importante, nunca te amaré, nunca.

Isabella se acercó a Luciano tratando de seducirlo: "Podrás decir lo que quieras, pero ningún hombre podría resistirse al ver una mujer como yo a sus pies, un día estaremos juntos en la misma cama y espero que ese día sea hoy", dijo la joven. Luciano levantó la mirada y encontró a Isabella totalmente desnuda, pero en lugar de deseo su miraba solo mostraba un odio y repudio rotundo; respiró profundamente mientras ella pasaba su mano por su hombro y de un momento a otro se levantó:

"¿Esto es lo que quieres? ¿Un hombre que esté en tu cama? Perfecto, puedo ayudar en eso", dijo mientras Isabella sonreía. La tomo por el brazo y ella se sentía triunfadora al pensar que lo había logrado, pero Luciano tomó la ropa de la joven mientras abría la puerta.

"¡¿Qué crees que haces?!", gritó Isabella. "Te ayudo a que consigas a un hombre con quien compartir la cama", respondió Luciano mientras la sacaba de su habitación halándola con fuerza. Isabella lo golpeaba pero sus golpes no surtían efecto alguno, casi la arrastraba por las escaleras cuando a mitad de camino, todos quienes estuvieran compartiendo en la reunión enmudecieron y quedaron sorprendidos al ver aquella escena.

"¡¿Qué te pasa Luciano, te volviste loco?!", gritaron el padre de Isabella y el suyo. "¿Loco? Locos ustedes al comprometerme con ella, pero ahora esto queda en mis manos. La señorita Isabella quiere un hombre para compartir su cama, espero puedan ayudarla", dijo soltándola y tirando su ropa al suelo, mientras volvía a su habitación.

Tomó un bolso donde guardaba sus pertenencias y documentos más importantes y rápidamente bajó las escaleras, allí, se encontraban sus familiares y amigos desconcertados por su actitud. "¿Ahora vas a huir? Dios sabrá que le has hecho a mi hija", dijo muy enojado el padre de Isabella. "¿Huir? Mil veces les advertí que no me casaría con Isabella, y para que quede claro yo no le hice nada a su hija", respondió él.

"¡Mi hija es una mujer decente!", gritó desesperada la madre de Isabella, mientras esta lloraba ya vestida. "Una mujer que se desnuda ante un hombre que no es su esposo, un hombre al que además no ama, no es una mujer decente", dijo mirándola y fue directamente a la puerta.

"¡Luciano!, si te vas, lo perderás todo", dijo furioso su padre. "Prefiero perder eso a lo que llamas "todo" que perder la oportunidad de vivir y de amar por complacerlos", fue lo que dijo antes de salir de la casa entre los gritos de Isabella que le rogaba se quedara y se casara con ella.

Luciano fue a Venecia, a la casa de su gran amigo, el profesor Castorani, y le pidió que enviara una carta a Fiorella para avisarle que estaba en la ciudad y que si era necesario él mismo iría a buscarla. Fiorella sintió que su alma revivía al leer la carta que su amor le enviase, pero no sabía cómo podría escapar de sus padres; la mantenían vigilada, ya una vez había intentado huir y su prometido la había encontrado.

Junto a su prima María, planeó su escape y un buen día, logró desaparecer de Florencia. Esa mañana, María llegó a la casa para salir a pasear con ella, todo parecía normal, pero su prometido desconfiaba de María así que le pidió a dos de sus sirvientes que las vigilaran. Pero la astucia de las primas era mayor: cuando estuvieron en los jardines a los que siempre disfrutaban ir, les pidieron a los sirvientes que se alejaran porque querían bañarse en el arroyo cercano, prometiendo no escapar.

Estuvieron jugando en el arroyo, María estaba feliz de ayudar a su prima, pero la despedida era inminente. Después de un tiempo, volvieron a colocarse sus vestidos pero de una manera distinta, María, tomó el vestido azul de Fiorella, y Fiorella, el vestido verde de María; se peinaron igual y se sentaron en la capa de hojas, pronto los sirvientes volvieron, pero como estaban de espaldas no pudieron notar el cambio.

Llegó la hora de volver a casa y las primas se colocaron sus mantillas para tapar sus rostros, mientras cada una tomaba su cesta. Montaron en sus caballos y tomadas de la mano, partieron; a mitad del camino, se encontraba una encrucijada: el camino a la izquierda conducía a casa de Fiorella y el camino a la derecha, a casa de María. Fue entonces, cuando María dijo: "Regresaré a casa, ahora. Buena suerte, prima"; "Adiós, María", dijo Fiorella y tomó el camino a la derecha. Los sirvientes no sospecharon nada, pues no notaron quien hablaba y quien partía.

En la casa de María, la esperaba Marco, un buen amigo que la ayudó a salir de Florencia, mientras María llegaba a casa de sus tíos. Los encontró junto al prometido de su prima, hablando de los planes de boda; se mantenía cabizbaja tratando de darle más tiempo a Fiorella.

"Estamos tan contenta porque te casaras con Ángelo", dijo la madre de Fiorella. María sonrió debajo de su mantilla y dijo: "Lo lamento, pero yo no puedo casarme con él; ya estoy comprometida con alguien más". Sus tíos se miraron extrañados y de inmediato Ángelo se levantó quitándole la mantilla de la cara, todos quedaron sorprendidos al ver que era María quien estaba frente a ellos y no Fiorella.

"¡¿Qué significa esto María?! ¿Dónde está Fiorella?", preguntó su tío muy alterado. "La verdad no lo sé", respondió ella. "¿Por qué traes puesto su vestido?", preguntó Ángelo furioso. "Bueno, creo que nos equivocamos de vestidos", respondió María con una sonrisa sarcástica.

"María, María, te lo ruego, dime donde está Fiorella", rogaba su tío llorando. "No lo sé tío, pero estoy segura de algo: está bien, está feliz y nunca lograran hacer que se case con Ángelo, aunque el precio a pagar sea no volverlos a ver", respondió María.

Luego de un tiempo, finalmente, los dos enamorados estaban juntos en Venecia y podían vivir libremente su amor. La historia finaliza en una hermosa casa donde un anciano les cuenta a sus nietos la historia de sus padres, pero no es cualquier anciano, es el padre que Luciano y Fiorella encontraron en su camino, ese que los guío y los apoyó en todo momento, ese padre, es Mario Castorani.

Al cerrar el libro, las lágrimas seguían rodando por las mejillas de Ignazio y Tn____________, pero ahora esas lágrimas estaban acompañadas por una sonrisa. Es parte del amor, las lágrimas que en su momento fueron lágrimas de tristeza, se habían convertido en lágrimas de felicidad. "Piano, piano" había logrado mover lo más profundo de los corazones de ambos, un amor tan puro los ilusionaba.

Ignazio miraba al techo con el libro en las manos mientras pensaba en Tn______________ y ella, abrazaba aquella joya que él le hubiera regalado; por sus mentes no pasaba ningún otro pensamiento que no fueran ellos mismos y en sus corazones se acrecentaba la esperanza de un vivir un amor tan hermoso como el de Luciano y Fiorella.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

¿Y si te enamoras de una fan?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora