Relato 3: Veinticuatro horas para enamorar

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Todo estaba oscuro y, para mayor agrado, el ambiente olía húmedo y cerrado. De vez en cuando se oían cuchicheos que no se apreciaban con facilidad, y, si te fijabas bien, podías ver pasar las sombras de los ladrones que se adentraban en el palacio del rey través de los túneles. Sus pasos se oían correr y de vez en cuando una risilla acompañaba la oscuridad. Al llegar al interior del castillo, la luz se hizo más agradable.

–Torpe, ¿te has enterado bien de todo? –le preguntó Raudo, el más rápido de todos.

–Sí, sí. ¿Y tú te has enterado, Mimo?

Mimo asintió y repitió su pregunta, como siempre hacía. El último miembro del pelotón chocó los puños, sonrió y dijo:

–Sencillo, sencillo. Sólo tenemos que raptar a la princesa y nos forraremos de dinero, ¿no? Menudo desperdicio. Con lo hermosa que debe de ser... ¿Y si me la quedo para mí solo?

–Si haces eso, el Jefe se enterará y te matará. Llevamos mucho tiempo planeando esto, así que no lo estropees haciendo lo que te dé la gana, Truhán.

Truhán, apodado así por su sinvergonzonería natural, soltó una carcajada y se encogió de hombros. Ya había timado al Jefe más de una vez llevándose más parte del botín de lo que le correspondía. Esta vez, aunque sus compañeros no lo creyeran, Truhán iba por la princesa. Cuando la tuviera en su poder, se daría a la fuga y viviría con ella para siempre. Él sólo tenía diecisiete años, y no quería vivir el resto de su vida de teja en teja. Lo que más amaba era la compañía de una buena mujer, joven o adulta. Y tenía el pálpito de que la princesa sería justo de su estilo.

El grupo de pillos se deslizó por los pasillos con sumo cuidado y cada uno buscó en una habitación diferente. En la primera que Truhán exploró, vio a una mujer gruesa cocinando y riendo sola. Se disculpó y miró en el cuarto contiguo. Pero tampoco halló a la princesa en él. Dentro había un hombre famélico que hablaba solo. Se disculpó y miró en la habitación de al lado. Pero allí tampoco la encontró. Vio a un niño que daba vueltas alrededor de una columna persiguiendo al gato de la cocinera; a su lado, su madre cosía y cosía vestidos pequeños para la princesa. Se disculpó y miró en el cuarto contiguo. Pero tampoco hubo suerte.

Truhán se reunió con sus amigos y les informó de su mala fortuna. De manera que el grupo de pillos ascendió a la planta de arriba y volvió a buscar de cuarto en cuarto.

En la primera, Truhán encontró un gato que se lamía y ronroneaba. Le pidió perdón por su intromisión y buscó en otra habitación. Tampoco halló la fortuna, mas en la siguiente, ¡por fin la encontró!

La chica no era muy alta, estaba un poco triste y parecía mirar a la nada pensando en nada. Pero aún así, era tan bella como decían los heraldos. Tenía el pelo negro como mil cuervos volando en la noche, y sus ojos parpadeaban con la gracilidad de la brisa. Sus labios eran pequeños y de color rosa, brillantes y jugosos.

–¿Quién sois vos? –le preguntó ella dejando a un lado la pluma con la que no escribía.

–Un ladrón que os ha venido a secuestrar.

–Oh, pero eso es terrible. Debería avisar a la guardia de inmediato...

Mas Truhán, que era más listo y rápido que la joven asustadiza, corrió hacia ella y le tapó la boca con la mano. La princesa lo miró horrorizada, presa del pánico.

–No temáis, no tengo intención alguna de heriros –dijo él, con toda sinceridad–. Sólo quiero que vengáis conmigo y os convirtáis en mi esposa. Bueno, no me gusta la idea de casarme... Pero por lo menos sed mi amada.

Vamos a soñar despiertos (Relatos cortos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora