No tenía necesidades sociales que le causaran un prejuicios esenciales a su humilde y modesta vida, el único deseo que realmente tenía era el del ser amado, que le permitiera superar su estado de soledad, pero a medida del pasó el tiempo, la crónica social le rompió el corazón en mil pedazos, mil pedazos de corazón encapsulados en un cuerpo lleno de estereotipos al cual deseaba alcanzar. Donde a medida que algo lo iba desilusionando se iban e iban para siempre. Pedazos, ya no eran mil, ni tampoco cientos, sólo eran pocos. La calidez que le brindaban se fue esfumando, congelándolo, desvirtuándolo.
"Bienvenido al clan", se sintió atrapado en la condena en la cual no saldría fácilmente, porque darle lugar a miles de miradas tenían un costo y el suyo fue su propia seguridad, pero al querer ser amado, el necesitar a alguien que lo amará con cada centímetro de su persona, real y puramente constaba de pagar por su elección trágica que había dado el paso a la entrada de la perdición, admirando y necesitando desesperadamente la aceptación, en dónde se reían señalando cada defecto inoportuno en su ser, marcando los errores no tan erróneos, destruyendo lo que quedaba.
Y sí, tal desdichada situación no sólo surgió en él, miles y miles ahora se encontraban ahogados hasta lo más profundo de ellos, apuñalando cada pequeño anhelo por conformidad propia y estado anímico favorable, arrancándoles el corazón, rompiéndolos hasta no dejar nada.Comprendió cada minuto que respiraba que tan castigado se encontraba, cuán peligroso era caminar sobre los pedazos de su corazón, pedazos que cortaban, cortaban como el filo de elementos que utilizaba para atentar contra su bien. La pérdida de la exclusividad no era fácil de aceptar sin embargo se negaba a pertenecer a lo que ahora era, porque ahora sólo tenía veneno para una mordedura y necesitaba horas para rehacerse, porque sabe que aquel que llevaba su marca estaba condenado a una muerte lenta y segura y mientras el veneno penetraba por las venas, el corazón de la víctima latía cada vez más despacio, hasta detenerse, detenerse y seguir, caminado, estando vivo con el alma de un muerto.
No había continuidad alguna entre su pasado de niño, joven y adulto y el cuerpo cansino en el que se acomodaba a regañadientes. Su nombre y apellidos apenas le identificaban, sus recuerdos ya no le pertenecían, cerró los ojos achinados porque lo supo, lo admitió. Él ya no era él.
Le atormentaba la idea de dejar el mundo, no por el hecho natural de dejarlo sino porque la supuesta experiencia lo había despojado de la vida y sus ritmos; el afán del dolor y sus saberes y certidumbres. Nada quedaba de él salvo la sombra proyectada por el choque de luz que ingresaba por la ventana de un tren en marcha a un punto de destino desconocido.
No consigo desprenderme del insoportable espíritu de observación que me aleja de un necesario instinto participativo, lo veo subir a ese tren mientras intenta alejarse de sí sin siquiera notar que aún camina con la cabeza agacha cuando no lo notan, como si todo el mundo lo cargara en sus hombros y le pesara. ¿Aparecerá alguien que lo incite a hacer locuras, de esas que van más allá de su imaginación, dónde las pesadillas ya no reinarán en la noche y sólo existirá la posibilidad de soñar y hacer éstos realidad? Tal vez lo despoje de su tic nervioso que provoca que parezca que toca la batería en sus muslos y lo haga comprender que la felicidad no es vivir una pequeña vida sin embrollos, sin cometer errores ni moverse. La felicidad es aceptar la lucha, el esfuerzo, la duda y avanzar, avanzar franqueando cada obstáculo. O simplemente lo logrará solo cuando se encuentre a sí mismo en el nuevo destino donde desea buscar la esperanza de alejarse de lo que es, cuando lo que es, es todo lo que lo aguarda en un futuro.
Hay un tiempo para todo. Sí. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí. Uno hora para guardar silencio y otra para hablar; y cuando descubras lo maravilloso que es lo que conlleva, querido mío, querido Arsenio, el mundo será un mejor lugar.
Atte: Tu creadora
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