23. Rabia

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—Bueno chicas, ¿estáis preparadas? —les pregunto.

Estamos justo en la parte de detrás de la casa, en una zona donde nadie puede vernos. Puedo ver las caras de mis amigas, ambas están muy nerviosas. En especial Evelin, que es mucho más frágil que Valentina. Ambas suspiran cogiendo fuerzas. Valentina por fin, toma la palabra.

—Vamos —dice en tono muy decidido.

En ese momento, activo mi invisibilidad y desaparezco de sus vistas, lo que provoca que se desorienten. Veo sus ojos mirando alrededor sin lograr enfocar nada fijo. En esta zona no hay nadie alrededor que haya podido verme hacerlo, es un ángulo muerto de la calle.

—¿Estás ahí? —pregunta Evelin.

—Sí, tranquila. Acordaos de hacer que se separe de la puerta, si lo toco nos habrá pillado.

Nos dirigimos las tres hacia la entrada principal. Ellas dos van delante de mí. Se acercan a la puerta de la casa y timbran. Al cabo de un poco, un hombre con atuendo muy cuidado y aspecto muy agradable, abre la puerta. A simple vista parece un hombre simpático, es un buen actor. En su campo bioeléctrico y en su lenguaje corporal, pronto detecto que está mintiendo. Espero que mis amigas se mantengan alerta y no se relajen.

—Hola —saluda el hombre—, ¿qué queréis? —Noto que le cuesta mantener la compostura amable, está nervioso. Han llegado dos chicas de la misma edad que la que tiene retenida a su casa y eso le hace sentir inseguro.

—Estamos haciendo una encuesta para el instituto, para un trabajo y tenemos que encuestar a unas cuantas personas adultas —explica Evelin—. ¿Podría contestarnos a unas preguntas? Por favor, señor, no le llevaremos mucho tiempo.

—Claro. Decidme.

—¿Ve usted la televisión con regularidad?

—Sí. A veces veo algún programa.

—¿Cuáles son sus programas favoritos?

El hombre está colocado de manera que me hace imposible colarme hacia el interior. No puedo pasar.

—Suelo ver el fútbol y programas deportivos. Las tertulias deportivas.

—¿Cuántas horas ve usted al día de televisión?

Valentina le muestra la carpeta con el folio para que se asome a ver las opciones. El hombre se acerca un poco, pero todavía no puedo pasar.

—Como dos horas al día contesta.

Valentina marca con el bolígrafo en la carpeta y de repente hace que se le resbala y la tira al suelo esparciendo todos los papeles por la superficie. En un gesto instintivo el hombre se agacha a recoger los papeles con ella. ¡Buena chica!

—¡Ay! —exclama Valentina.

El hombre se ha alejado un poco de la puerta, pero no se ha alejado lo suficiente, podría chocar con él al pasar. En una decisión inmediata, me descalzo y cojo mis zapatos con la mano. Desde el momento que los suelte, se volverían visibles para él, así que con ellos agarrados, salto al hombre por encima, elevando las piernas al máximo hacia mi pecho. Caigo en el interior de la casa haciendo un ruido ligero que el hombre no ha sido capaz de detectar o al menos no le ha dado valor y no se ha girado para mirar.

Miro alrededor en todas direcciones para ver si hay más gente en la casa y no localizo a nadie. Me calzo a toda velocidad y me dirijo a buscar la planta baja. Llego hasta las escaleras y comienzo a bajarlas despacio. Al alcanzar el piso inferior, me encuentro con dos puertas. En el pasillo hay un perro tumbado que parece que se acaba de despertar y empieza a oler en mi dirección. Se levanta y camina hacia mí olisqueando hasta que colisiona con su nariz contra mi pierna. En ese momento se asusta y empieza a ladrar en mi dirección. Sabe que delante de él hay algo.

La Extraterrestre - Infiltrada en el InstitutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora