[Capítulo 1]

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Era un verano caluroso. Los rayos de sol rebotaban contra el asfalto de las calles, creando la fantasía de un pequeño charco de agua; movedizo y refrescante.

California se caracterizaba por ser el paraíso veraniego de los jóvenes. Los sufistas y navegantes deseaban con anhelo pisar las costas. El buen clima permitía estar todo el día fuera, adquiriendo un buen bronceado en la playa o disfrutando de un paseo por la zona costera.

Como todo lo relacionado con adolescente, existen tres tipos de personas que, según en qué categoría te encuentres, de ello dependerá tu estatus social. Están las llamadas «personas normales», las que aparentan serlo, y los «anormales». Los últimos de esta categoría son los que lastimosamente sufren el desdén por parte de los que creen ser «normales».

Algunos logran escapar de ese abuso; dejan de sentirse humillados y heridos, pero otros no pueden tener la vida que quisieran porque hay algo que se los impide. No estoy hablando de enfermedades graves o similares, estoy hablando de algo muy diferente.

La mayoría de los jóvenes no sabe tratar bien a las personas con diferencias; cometen abuso psicológico contra los más indefensos, llevándolos casi siempre a situaciones límite. No obstante, con apoyo y confianza en uno mismo se puede hacer frente a las burlas, y así seguir adelante con la cabeza bien en alto. Este es el caso de Amy Wesley.

Querida por su familia, de buen corazón, y amada por todos aquellos a los que ayuda.

A pesar de su inusual trabajo no deja que eso influya en su vida de estudiante. La graduación se aproximaba y consigo los nervios de ser aceptada en alguna Universidad.

Toda su vida vivió en los suburbios. Jamás tuvo que salir de su barrio para ir a estudiar. Todo lo tenía al alcance de la mano, muy pocas veces viajaba al bullicioso centro de Los Ángeles. No era santo de su devoción estar rodeada por una multitud, en especial por lo que esto acarreaba.

Al ser una Médium puede ver y percibir las almas de los muertos. Una habitación repleta de personas solo aumenta el número de espíritus deseos de comunicar sus mensajes. Un trabajo bastante estresante, pero gratificante al fin.

Su deber es simple, ayudar a las almas a comunicar su mensaje; decir un último adiós para aquellos que no tuvieron tiempo a despedirse, asegurar que se encuentran bien, cualquier cosa con tal de que se deshagan de su carga y puedan descansar en paz.

Los espíritus mayormente vienen a ella y le piden que hable con sus seres queridos. Resulta una tarea bastante «difícil», se necesita de valor para hablarle a una persona y decirle que uno de sus familiares muerto está allí con ellos. Aun así es imposible no sentir gratificación.

Usualmente no solía quedarse hasta tarde durmiendo, pero las vacaciones hacía poco habían comenzado y darse un pequeño gusto no le haría mal a nadie. Sin embargo, su madre parecía tener una idea diferente.

En contra de su voluntad se vio obligada a abandonar la comodidad de su cama para salir a la calle e ir al supermercado.

Tomó su bicicleta y en menos de diez minutos llegó a destino. Mientras intentaba enganchar el candado a la columna, se dio cuenta de lo tranquilo del panorama. Observó a su alrededor con la esperanza de ver algún espíritu vagando por los alrededores, pero solo veía a las personas entrar y salir con bolsas repletas de productos.

Suspiró e hizo caso omiso a la sospechosa tranquilidad fantasmal. Tarde o temprano terminarían apareciendo. Siempre lo hacían.

Compró los pocos víveres que su madre le había encargado, más alguna que otra botana para el camino. Buscó la caja número 14 con la esperanza de verla, y allí estaba.

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