II.

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"13 de diciembre.

Me siento estúpidamente ridícula. Desconozco si ese adjetivo exista, pero no dudaría en inventar unos cuántos más para poder describir lo que estoy sintiendo en este momento. Así es como se supone que uno debe sentirse cuando está enamorado? Es decir, cuando alguien más se enamora. Yo no puedo estarlo. Definitivamente no. No tengo tiempo para cursilerías, mis prioridades están completamente organizadas.
Nunca he sido la mejor de la clase, nisiquiera sé cómo he llegado tan lejos, al menos tengo la satisfacción de que lo logrado ha sido por mis propios méritos. Recuerdo que hasta hace unos años, diplomas, fotos y medallas con mi nombre grabado en ellos adornaban la "pared del honor", así es como mis padres le llaman. Y todo el que realmente quiera demostrar cierto valor como persona debía hacerse de un lugar ahí. Claro, sólo fue temporal, como todo lo que sucede en mi vida, sin embargo no puedo evitar añorar aquellos años en los que mi vida tenía algún sentido para alguien más que yo. Era eso, o vivir a la sombra de mis hermanos, como siempre lo ha sido desde que llegué a este mundo.
No es que me sintiera menos ante ellos, es que lo era. O al menos era de lo que me habían convencido  con cada comparación. "¡Rebecca, no digas tonterías! Deberías ser un poco más como tu hermano", "¿Ya decidiste a que escuela irás? Tommy siempre supo que quería ser un Doctor. Ay, Rebecca... Deberías aprender de él, deberías madurar".
Talvez lo mejor hubiera sido no fijarme tanto en las cosas que me faltaban, darme cuenta de que tenía más virtudes que defectos y mandar a todos al demonio, pero elegí el camino fácil. Elegí el camino en el que mis padres me pagaban todo: la escuela que yo eligiera (previa consulta y autorización, y demostración de que se trataba de una decisión racional y no un capricho, claro), el auto elegido incluso antes de los 16, una tarjeta de crédito para "emergencias" ("la moda también es una emergencia, cariño" decía mamá), viajes cada verano, en fin... Toda una vida de riquezas a cambio de perder cada día un poco más de mi autoestima. Cualquier chica de 18 años no se lo pensaría un solo segundo e incluso vendería su alma al mismísimo Belzebu personificado a cambio de una vida de ensueño, pero créanme, chasquear los dedos para prácticamente obtener lo que quieres no se compara a la satisfacción de poder saborear una copa de tu helado favorito sin remordimiento, o celebrar tu cumpleaños con gente que sí conoces, y que te quiere a ti por lo que eres, y no por lo que tienes. ¿Has escuchado aquel dicho sobre la "jaula de oro"? Pues tiene mucho de cierto.
Yo me sentía y aún me siento así, en un calabozo con paredes de granito y mármol, y rejas de diamante, rejas indestructibles. Cada Navidad y año nuevo no eran más que un recordatorio de lo triste que había sido mi vida los últimos 12 meses, pero cada campanada del 31 era también una cuenta regresiva a lo que sería mi futuro, un futuro lejos, muy lejos de aquí, muy lejos de todos. ¿Era acaso esta mi oportunidad de huir? ¿Era esta mi salida de emergencia a una realidad alterna en la que podría ser por un instante feliz?, ¿En serio el amor es tan poderoso?, ¿Es esto siquiera amor?, ¿O al menos esto que siento son las dichosas mariposas de las que todos hablan?... ¿Qué carajos me está pasando? Eran demasiadas interrogantes para una niña a la cual aún no le brotaban los molares, pero... ¿Y si tengo razón?, ¿Y qué si después de todo resulta que sí tengo sentimientos, que sí tengo un corazón? Espera... No. El corazón bombea sangre, no amor. Qué estupideces estaba diciendo. ¡Y mis papás! Me matarían si se enteraran, me dejarían sin la oportunidad de irme a estudiar a Londres. Es decir, me encanta la idea de conocer el Big Ben, pero me fascina aún más la de estar a 8,929 kilómetros de distancia de ellos. No. Londres es mi prioridad.
Pero... ¿Qué tal si viviera ambas glorias? Podría verlo a escondidas y nadie tendría por qué enterarse, después de todo dos o tres años más de diferencia no lo eran todo y si todo salía bien, mis últimos meses aquí valdrían la pena. ¡Eso es! Perfecto. Estaba decidido. El riesgo valdría la pena, ¿verdad? Demonios, no puedo esperar a verlo. Transpirar tanto y sentir mi corazón explotar sólo con verle a lo lejos se me estaba haciendo una costumbre ¿Es esto normal? No es que yo entrara en la categoría de personas "normales" pero, ¿debía empezar ya a preocuparme?... "

Quizás si la Rebecca del futuro hubiera podido alertar a la Rebecca del pasado, le habría dicho que sí, que era momento de preocuparse, que era el perfecto momento para retirarse, para salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde. Leyendo ahora mi diario de adolescente no podía dejar de darme golpes imaginarios en la cabeza. Pero ni Hawking ni Thorne se han podido acercar lo suficiente a la posibilidad de viajar entre dimensiones o regresar al pasado. Quizás lo mejor era, como siempre, convencer a mi cerebro de que todo pasa por algo. No me hacía sentir menos estúpida pero aminoraba la carga nocturna de culpabilidad. No es como que me encantara conciliar el sueño después de las 5:30 de la mañana, y estaba harta de tomar medicamentos y remedios caseros que me prometían descansar cuando el verdadero problema no era mi dieta o mi estúpido doctor, sino yo. El problema siempre había sido yo. Yo y nadie más que yo. Y mi estúpida fé en las personas. Odiaba a la gente que disfrutaba las corridas de toros, firmaba peticiones en Change.org a favor de los pandas, incluso a favor de Kesha, iba a colectas y carreras en pro de hogares para animales y aún así no me había dado cuenta de lo cruel y despiadada que puede llegar a ser la raza humana. En realidad me daba cuenta y los odiaba a todos por ser lo mierda que eran, pero, ¿por qué no podía odiarlo a él?

¿Por qué siempre tenía que ceder? Es decir, sabía que estar con él, que incluso pensar en él me hacía daño; sabía que no necesitaba siquiera tocarme para herirme en lo más profundo, y sin embargo no podía decirle que no. No podía sólo decirme a mi misma "en unos meses lo habrás olvidado" y sonreír, como siempre lo hacía, y como hasta entonces me había funcionado. Con él era mucho más complejo que eso. Pero, ¿por qué? Es decir, ¿en serio era tan especial? O era sólo que era... Diferente. Pero, ¿diferente a quién, a los demás? Nadie nunca me había herido, nadie me había lastimado antes, siempre me había interesado la persona y simplemente si no le veía el caso, me alejaba, o esa persona me rechazaba, y en ese momento me dolía, o era a mi orgullo a quien le dolía. Pero nunca me había tardado más de un mes o dos en la recuperación. ¿Por qué en esta ocasión tenía que ser diferente?

Él lucía igual a cualquier sujeto: Estatura mediana, ojos marrones, cabello oscuro, ropa desaliñada, zapatos Converse desatados y sucios (porque si no estaban sucios, no eran Converse), fanático al fútbol y a cualquier banda Indie o Rock del momento. No era algo peculiar, ni podía mentirme a mi misma y decir que era atractivo porque, a los 17 años ¿quién lo es? Era uno más, y todos lo sabían, todos excepto yo. Detrás de toda esa apariencia de niño desenfadado siempre pude ver algo más, incluso cuando nisiquiera sabía nada sobre él. ¿En verdad uno puede enamorarse de un completo extraño? Pero enamorarse de verdad, no un típico crush. He escuchado de bodas arregladas por los padres pero casi nunca hay amor de por medio. Se me hace imposible siquiera conciliar esa idea, ¿amor a primera vista? ¡Bah! Imposible. ¿Entonces de qué se trataba esto realmente?, ¿Cómo puedes amar a alguien de quien no tienes ni idea de cuál es su color favorito?
Es decir, cuando comenzamos a conocer a alguien siempre se tiene una lista mental de las cosas que debes saber:
1. Su nombre.
2. Su edad.
3. Su color favorito.
4. Cuántos hermanos tiene.
5. Cuál es su banda favorita.
6. ¿Tiene novio(a)?
Y la última pero no menos importante...
7. ¿Cuál es su número y perfil de Facebook?
Yo no podía amar a alguien de quien lo único que sabía era cuál era su nombre, y sin apellidos, sólo el nombre de pila. Y que lo más profundo que tal vez conocería (o podría suponer) sería cuál era su banda favorita, y no por preguntarle directamente, sino por la playera que llevaba puesto de ellos.
No. No podía estar enamorada. Y no lo estaba, hoy, casi diez años después estoy segura de ello. Pero, entonces, ¿qué diablos era? Ni con toda la información del mundo llegaría a esa conclusión. Ni lograría entender por qué justo ahora sigue teniendo tanto poder sobre mi. Un poder que yo le otorgué aquel 13 de diciembre, un poder que se me salió de control.

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⏰ Última actualización: Nov 21, 2016 ⏰

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