De cuando el Tincho cuidó a los pibes

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A ver, a ver, nunca se le dio bien cuidar a los niños, ¡y ni siquiera se llevaba bien con ellos! Una vez su tía le dejó a cargo de su primita Victoria (nena adorable, no lo podía negar) cuando esta tenía solamente tres años. Los primeros minutos fueron tranquilos, pero luego la pequeña pelirroja comenzó con "Quero' pipí", "Lincho, hambre", "¡Pon Dora, pon Dora!" y un sinfín de necesidades infantiles.

No, él no podía con ellos. No tenía la paciencia necesaria para cuidarlos.

Entonces...

¿Por qué aceptó el mantener a los hermanitos de su novio mientras este se iba al sur?

"Tincho porfa..." ―el recuerdo de Manuel suplicando regresó a su mente―. "Sé que no te gustan tanto los niños... ¡pero no sé a quién más recurrir! No puedo llevarlos al sur porque el pasaje sale caro y mi abue no sabe de ellos..." ―se rascó la cabeza―. "Además ya te conocen y les caí' terrible bien. Son bien portados y no te harán tantos problemas".

―Problemas mi vieja, esos pibes lo único que quieren es verme muerto... ―refunfuñó el rubio llegando a la entrada de la casa del castaño.

Soltando todo el aire que tenía dentro de sus pulmones, destensó su espalda y sacudió su cabeza, despejando toda idiotez que se imaginaba al abrir esa puerta. Tocó el timbre y esperó en la entrada, cargando su peso de un pie al otro mientras acomodaba su bolso con sus pertenencias.

El umbral fue abierto por la madre de su novio quien le dio un rápido vistazo con el ceño fruncido. "Otra que me odia..." pensó el argentino ocultando su temor con una amplia sonrisa de modelo.

―Pasa, José Manuel está en el living despidiéndose ―comentó la mayor.

Pidiendo permiso (porque no iba a ser un maleducado, aunque comenzara a vivir durante un par de semanas en esa casa), pasó por el marco y se dirigió al lugar mencionado. Al llegar se conmovió un poco con la escena que ocurría frente a sus ojos.

Manuel estaba sentado en el suelo abrazando lo más que podía a los tres menores de seis años, quienes se aferraban a su camiseta empapándola de lágrimas, mocos y saliva. Ninguno quería alejarse de su hermano, sintiendo que este los iba a abandonar tal y como lo hicieron sus madres.

―No los dejaré para siempre, niños... ―trataba de explicar el chileno―. Solo serán unas dos semanas que estaré en el sur. Los llamaré todos los días por el teléfono. Además Martín estará cuidándolos-

― ¡Pero no nos gusta Martín! ―gritaron los menores al unísono haciendo que su tutor suspirara agotado.

Al argentino mencionado le salió un tic en la ceja. Bien, ahora sabía oficialmente que los mocosos lo odiaban (y él a ellos, por eso les dice mocosos, pero Manu no debe enterarse de ello).

― ¡Manu llévanos! ―gritó Tiare con los ojos hinchados de tanto llorar―. ¡Nos portaremos bien! ¡Seremos buenos!

― ¡Haré mi tarea y me comeré mi comida! ―secundó Robin, el menor, hipando de vez en cuando.

― ¡No quiedo a Madtín, quiedo quedarme contigo! ―exclamó Alonso con dificultad debido a la falta de dientes.

A Manuel se le partía el corazón escuchar todas esas palabras que salían de los labios de sus hermanitos. Entendía su reacción, la psicóloga se lo había advertido, al igual que el pediatra, pero no le quedaba otra opción. Alzó la vista para ver a su novio y a su madre quien le daba una mirada llena de culpa. Graciela también estaba al tanto del trauma de los pequeños pero tenían que irse ya o perderían el bus.

Reuniendo toda la fuerza de voluntad que tenía, el veinteañero de levantó del piso con los niños colgados de su polera.

―Vayan a despedirse de tía Graciela ―les dijo serio pero a la vez suave.

Familia (dis)funcional [Latin Hetalia|AU!Human]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora