Encuentro 4

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A medida que la conversación avanzaba, nuestros vasos disminuyeron hasta acabarse.

Tenía algo de frío y mi piel se ponía de gallina de tanto en tanto, pero adoro esa sensación y esa temperatura, me siento a gusto. Él creo que se daba cuenta y también, de tanto en tanto, me preguntaba si tenía frío, a lo que yo respondía que me encontraba bien. También me preguntaba si todo bien, si estaba a gusto, porque yo no decía ningún comentario al respecto, y le contesté que me encontraba muy a gusto y que no había ninguna pega por mi parte para que a partir de ese día lo intentásemos, empezásemos a probarnos a ver qué tal. Al fin y al cabo todo iba como la seda, y al hablar de esos temas había una creciente tensión entre ambos, aunque no demasiado evidente.

Creo que mi respuesta le sorprendió. Entonces, bajando aún más la voz me dijo que había reservado en un hotel por si todo iba bien, y que si no me parecía mal e iba sin problemas de tiempo, podríamos estar allí unas horas. La verdad es que de primeras me chocó, nunca lo había hecho así. Pero me gustó la idea, rápido y claro, así que acepté.

En el coche, de camino al hotel, cambió su tono y comenzó a aclararme ciertas bases... Aunque estuviésemos de prueba yo iba a seguir las normas sin excepciones para que tomase mis decisiones a todos los efectos, no a medias tintas. Para empezar no podía tener relaciones sexuales de ningún tipo con otro hombre ni mantener cierto contacto con otros doms; también empezaría a llamarlo de usted siempre, excepto hablando en persona para evitar que en público lo hiciese inconscientemente, y me dirigiría a Él en términos de amo, señor,... También debería pasarle todos los días fotos de cómo voy vestida, para que Él fuese conociendo mi ropa y por si alguna vez quisiese decirme que me ponga un conjunto concreto.

Me encontraba satisfecha y sorprendida de lo que estaba haciendo. Ir a un hotel de un pueblo cercano dentro de mi ciudad con alguien así (mayor y no precisamente llamativo físicamente) me hacía sentir como una putita, pero eso sólo me daba más juego. Mi Amo es muy muy alto, o al menos yo lo veo gigante, diría que es el doble que yo si no me pongo zapatos altos; también es corpulento pero tiene algo de barriga, ya que hace deporte y como a buen sibarita le gusta el buen comer, y no olvidemos los 43 años. Tampoco olvidemos ese dato capilarmente. Vestía con una camisa blanca, unos vaqueros y una chaqueta (creo que de pana) marrón; suele vestir parecido. Su voz es grave al hablar serio y despacio aunque va variando a algo más medio al hablar con rapidez, pero es agradable. Normalmente las personas de esa edad tienen el punto justo en el que gracias al tiempo de deterioro las voces masculinas me gustan más.

Llegamos a la zona del hotel y cerca había una especie de descampado de alvero (creo, no estoy segura ya que estaba bastante oscuro y la luz de la linterna de su móvil distorsionaba el color con su claridad iluminadora) que hacía las de aparcamiento. Estaba prácticamente completo, lleno de otros coches. Andamos hasta llegar a la acera y de ahí a un paso de peatones relativamente grande. No había semáforo ni estaban pasando coches, así que tras unos meticulosos segundos, precaución cortesía de Él, cruzamos. A lo lejos vino un coche y, aunque realmente no iba a ser necesario porque el coche tenía visibilidad suficiente para vernos de lejos, Él se pegó a mí, me cogió ligeramente de un hombro y me guió a paso más rápido hasta el otro extremo del paso de cera, lo que me sacó una sonrisa de aprobación y satisfacción.

Una vez donde el hotel, me dijo que esperase fuera atenta al móvil, que iría a hacer el checking y subiría a la habitación, entonces me enviaría un mensaje con la planta y el número, y así lo hice. Menos mal que el móvil sobrevivió gracias a la carga rápida que me dejó darle en su coche, porque justo cuando leí el número y el piso se apagó. También me indicó cómo llegar a los ascensores y hacia qué dirección andar una vez que llegase a la planta. Mientras subía por el ascensor la sensación era hiper extraña, una mezcla entre nerviosismo, tranquilidad, inseguridad, ganas y sorpresa, sólo podía sonreír y olvidarme del mundo, sólo existía aquel momento y no me estaba dando miedo. Si recorría mentalmente lo sucedido hasta llegar a ese instante, tenía sentido, pero si lo pensaba objetivamente, desde fuera, me decía a mí misma que lo conocía de hace menos de 24 horas y que se me iba la cabeza. Sea como fuere me parecía bien y ya había llegado al punto de no retorno.

Salí del ascensor y las luces se encendían o apagaban a la medida y ritmo de mis ansiosos pasos. Llegué a la habitación y golpeé dos veces la puerta con los nudillos, como siempre hago, y a los pocos segundos me abrió su figura, enorme y cerca de mí. Él ya sabía que tenía que poner a cargar el móvil antes que nada  así que me dejó paso, me indicó dónde podía hacerlo y fui a ello. Mientras sacaba el cargador y terminaba de ejecutar mi inoportuna tarea me preguntó si había llegado bien y sin problemas. Imposible no hacerlo teniendo en cuenta su pulcra exactitud. Solté el resto de mis cosas y me coloqué de pie mirándole de frente. Me examinó con la mirada y se acercó a mí mucho... Me agarró con cierta fuerza del cuello con una mano y mientras movía los dedos alrededor hábilmente, me besó tranquila pero intensamente; desde ahí este hombre sólo ha sabido provocarme mil sensaciones más que me hacen subir la mirada de embriaguez. Después se encargó de ponerme en mi sitio y dejarme claro lo que voy a ser para Él -en especial en momentos así- y lo que era Él a partir de entonces, mi único Amo; Su zorrita, su puta, su muñeca, el juguete obediente que usará y sólo tendrá la función de complacerlo... Dios. Mientras me hablaba para dejármelo claro de mil maneras diferentes, me zarandeaba, soltaba, movía, volvía a agarrar, cogía del pelo, me pegaba en la cara, besaba, mordía, manejaba y recorría con las manos pegándome a Él como quería. Nunca me habían tratado así, tan... Bien. Yo me dejaba llevar y en poco tiempo ya estaba jadeante y deseosa. No sabía exactamente qué decirle ni lo veía necesario, me limitaba a prestar atención a sus expectativas y dejar que me inundasen. Asentía o musitaba alguna afirmación cuando era necesario, cosa que ya no sólo me costaba por la excitación sino por la falta de aire que sus manos me provocaban. A veces se apartaba y me movía para mirar alguna parte concreta de mi cuerpo, y en cierto momento entre las fuertes caricias bajo mi falda se dio cuenta de que no llevaba bragas... Paró en seco y me habló ¿Te las has quitado o vienes así de casa? Yo respondí con una sonrisa pícara en los ojos que fue desde casa. Le gustó ver lo zorra que había sido. Me colocó de pie inclinada hacia delante con las manos sosteniendo el peso de mi torso sobre la cama. Él se colocó detrás mía y empezó a toquetearme las nalgas, los muslos... Qué medias más rotas, ¿qué quieres, que te las rompa más?

Hmmm...

Sonreí complaciente y le miré de reojo. Me levantó y me dijo Quitate la ropa...

Su pequeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora