Su madre volvió de Japón entre las hojas secas del otoño, las botas sobre el asfalto y los tonos naranjas y rojizos del atardecer. Vino acompañada del aire gélido de octubre, anunciando todo lo que ella significaba para esa casita en los barrios modestos de Seúl. Lucía diez años más vieja de lo que era, más amargada, menos adinerada. Parecía que el cansancio de sus facciones había regresado en el tiempo, como aquel octubre del 97. Lucía pinceladas de la madre que Kyungsoo había querido, pero también era óleo en un lienzo diferente.
—Debí saberlo. "Si lo hizo contigo te lo hará a ti" —masculló al cruzar el umbral de la puerta de la casa que no reconoció, tan ajena, tan diferente de lo que ella había visto por última vez—. No debí confiar en el estúpido bastardo.
Arrojó sus papeles del divorcio sobre la mesa, sucios y arrugados, y buscó comida en la alacena antes de comenzar a desempacar. Sus zapatos caros, su aire añejo de señora poderosa y su abrigo de piel desencajaban en el cuadro que era la humilde casita en la que Kyungsoo pasó los últimos nueve años.
—Sólo somos tú y yo contra el mundo, Soo.
Aquellas palabras supieron a cenizas en la boca de ambos.
Las visitas de Jongin fueron canceladas hasta nuevo aviso y la boca de Kyungsoo se volvió más muda, más taciturna. Con esfuerzos mentales, un toque de manos y un beso en la frente, Do le explicó que su casa no era más un refugio para ambos.
Desde que aquella extraña volvió a Corea su mente comenzó a vivir en tensión. Los recuerdos afloraron, las verdades se clavaron como esquirlas en el alma y las palabras volvieron como un réquiem acercándose desde la lejanía. Le persiguieron noche tras noche, dibujados en la bruma oscura de sus sueños y en el rostro contraído de su madre durmiendo a su lado en el futón destinado a Jongin.
"No confíes en esa zorra. Arruinará tu vida si lo haces".
Kyungsoo no confiaba en ella. No necesitaba recordar las palabras de su padre para hacerlo, pero de cualquier manera lo hacía. De cualquier manera la voz del muerto volvía en medio de los silencios y el golpe del cuchillo contra las verduras y la tabla de picar.
A diferencia de su padre, su madre tenía ambición. No se dio al alcohol ni a la mala vida. Se había llevado tanto como había podido durante el divorcio y demoró tan solo dos meses en abrir una tienda de productos de belleza en otro barrio, uno decente, donde vendía relativamente bien. Aún así seguía volviendo a casa cada noche envuelta en sus abrigos caros y los ojos soñadores. Su cara se había repuesto a los cuatro meses de dejar aquel país. Ya no era tan joven con sus 40 años a cuestas, pero sí bonita y elegante, con un aire matador dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. No era difícil adivinar que tenía muchos pretendientes, quizás más pelagatos de los que ella hubiera deseado tras estar acostumbrada a fiestas con vino y copas finas.
Por las noches abrazaba a su hijo que luchaba con el sueño que no podía conciliar, le daba los buenos días al amanecer y le tenía listas las tostadas en la mesa y un vaso de leche para antes de que partiera a la universidad. Cosas simples que nunca había hecho antes mientras esperaba algo a cambio de aquel a quien había abandonado tiempo atrás.
Para enero de 2014, Kyungsoo no lo soportó más. No soportó la sonrisa plástica de su madre antes de acostarse, sus palabras edulcoradas, sus atenciones sin trasfondo evidente. El primer día de Año Nuevo salió a buscar una habitación de estudiante desde que el sol salió hasta que se puso; una casa barata y pequeña para vivir cerca de la universidad. Cualquier cosa servía.
—¿Vas a salirte de tu casa?
—Es más cómodo que hacer un viaje de ochenta minutos a la universidad todos los días. Puede que también sea más barato.
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El Tiempo entre las Estaciones
FanfictionJongin era especial. Parecía siempre feliz, no se metía en lo que no le competía. Entendía el hermetismo de Kyungsoo, se amoldaba a él. Aquella vieja sensación enterrada con el tiempo y que sólo había aflorado con su ex novio volvió a resurgir como...