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Seis cuarenta de la madrugada, abro mis ojos y la oscuridad invade mi cuarto <<mierda, aun sigo vivo>>, suspiro. Solo escucho los cánticos de las aves que silban al alba del nuevo día, me inmerso en mis pensamientos, cierro los ojos.

Despierto de golpe. Siete justa, me levanto poco a poco, un rayo de luz solar entra por mi puerta, refriego mis ojos con ambas manos, detengo la acción, muevo mi cabello hacia un lado, bajo una pierna de la cama, despojo mi cuerpo de las tapas que me cubren. Ahora me encuentro sentado a la orilla de mi cama, mi habitación sigue en penumbra.

Siento una parecencia a mi lado, la ignoro, me levanto de la cama y busco el interruptor y prendo la ampolleta, su brillo me ciega por un momento. Rápidamente busco mi ropa, ya vestido bajo las escaleras, busco mis llaves para retirarme.

Entro en la pieza de mis padres y me despido, mi madre me habla

-¿Ya te vas?- miro a mi padre que ronca sin cesar y respondo- Si, ¿por que?, ¿necesitas que pase por algo de vuelta?

-No, nada, ve con cuidado-

-Okay, Adiós- me acerco a ella y le beso en la cara, al salir de la habitación, busco mi Mp4, las llaves y me dispongo a irme. Ya saliendo de la casa recuerdo que <<¡Mierda!, la mochila>>, doy media vuelta y entro de nuevo a la casa, al escucharme entrar mi madre pregunta

-¿que ocurrió?

-la mochila- respondo, la tomo y salgo rápidamente de la casa.

El sol pegaba en la cara, aun así, sentía un poco de frió, saco el gorro de la mochila y los audífonos y me los pongo, enciendo el aparato de música y me dispongo a iniciar mi día a son de "Nirvana". Salgo del pasaje y camino hacia la plaza de la villa para tomar la micro.

Ya en el paradero, me doy cuenta que no soy solo yo el que se levantaba temprano. Empiezan a llegar de a poco, jóvenes con una expresión depresiva y cuando me doy cuenta, ya eramos un grupo de doce personas, doce jóvenes de distintas edades y colegios. A unos pocos minutos después, al doblar, se diviso el tan esperado transporte, el grupo entero se junto en un lugar para abordar el vehículo.

De uno en uno vamos subiendo a la micro y, casi como ya previsto veo a todos sentarse en los lugares que había observado para "yo" sentarme, reviso mis bolsillos para poder pagar el servicio. Al acercarme al conductor me fijo en su aspecto; un hombre gordo, de rosadas mejillas bajo una gran calva que relucía a la luz del sol, de hinchados ojos (probablemente por el cansancio de su labor), una camisa a rayas, pantalones café y zapatos que no vi del todo bien

-Buenos días- digo con sonrisa falsa

-Buenas- dice el con una voz indiferente; extiende su mano para recibir su paga, asiento a su acción y tomo mi boleto.

Al levantar la mirada, veo como algunos se dan vuelta para mirarme, busco un asiento desocupado y para mi suerte había uno al final a la izquierda. Al sentarme, tomo de nuevo los audífonos que reposaban en mi pecho y me los inserto en mis oídos y me hundo en la composición armónica que sonaba en el aparato musical.

"Cuando algo finaliza otra cosa comienza al mismo tiempo" y eso fue exactamente lo que ocurrió y lo que comenzó fue una de mis canciones favoritas "The man we should the World". Al cabo de unos segundos subió una joven, de estatura pequeña (mas pequeña que yo, claro esta), de cabellos negros y corto, sus ojos, delineados con una sombra oscura, su apariencia me atrajo, al juzgar por su apariencia, debía tener mi misma edad (16 años), un poco menos diría yo. La música sonaba a todo dar, y eso me gustaba, mire por la ventana y observe el paisaje que pasaba; corridas y corridas de casas, rojas, amarillas y blancas, altas, pequeñas, con segundo piso y todo por el estilo.

SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora