Prólogo

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Una salvaje tormenta golpeó con dureza las paredes de Elkcatraz, manteniendo a sus guardias en su interior.

Profundo en la celda más pequeña una gran silueta se agachó. Las cadenas atrancadas a las paredes envolvían su cuerpo, manteniendo firmemente unidas sus grandes manos detrás de su espalda y un bozal aferrado a su hocico.

Era una leona.

Sus orejas inclinadas giraban rápidamente hacia adelante y atrás, escuchando el estruendoso sonido de la lluvia y el granizo, escuchando a los pasos de sus guardias justo fuera de la puerta. Su respiración era calmada y poco profunda, su pecho apenas se elevaba con cada aspiración.

Ella estaba esperando.

Un nuevo sonido palpó su oído, tan silencioso que pudo haberlo perdido si no hubiese estado prestando atención a ello. Sus dorados ojos se abrieron de golpe y se dilataron. El sonido era como el de una pelea, como si alguien estuviera usando un cuchillo para abrir la cerradura de la puerta. La leona alzó la mirada.

Los bloques del techo de metal tenían forma de cuadrados y ella pudo ver lo que parecía ser una espada deslizándose a través de un azulejo, su corazón empezó a latir con emoción.

El tejado fue removido para revelar una abertura que sería un ajustado apretujón pero uno que valdría la pena. Luego ella se encontró con esos inteligentes ojos. Un mono araña estaba mirándola por detrás, usando una oscura seda y sonriendo como un animal demente. Él se deslizó fuera del agujero que acababa de esculpir, aterrizando en silencio sobre sus piernas como si fuera un gato.

La leona no podía hablar por el bozar presionado dolorosamente sobre su boca, pero sus ojos hablaban a volúmenes. El mono asintió al sostener la pequeña espada que llevaba en su cola. En unos segundos había deshecho las cerraduras que encadenaban a la leona. Se dio cuenta del bozal pero antes de poder hacer algo al respecto la leona puso ambas manos sobre su propio rostro, revelando sus anormales largas garras blindadas con un brillante hierro, con un instantáneo golpe de una de ellas logró liberar su hocico. Sonrió. Sin hacer ruido cogió al mono araña y lo puso en el agujero, saltando rápidamente después de él. El mamífero menor dejó que ella atravesara el laberinto hasta que finalmente olfateó el glorioso olor de la lluvia y el viento que apenas chocaron contra su salvador en su apuro por liberarla.

Afuera la leona pudo ponerse en pie liberando su altura completa y estiró ambos brazos, tomando una respiración profunda mientras la lluvia la golpeaba sin piedad su pelaje. No se había sentido tan maravillosa en trece años.

El mono araña tiró impaciente del polo de la leona y esta lo siguió, no había guardias fuera en el aluvión, ambos se hicieron camino hacia la entrada que él había hecho en la pared, bajaron sigilosamente por el rocoso afloramiento de la isla y llegaron a un bote escondido.

Cuando Elkcatraz fue tan solo un punto en la distancia la leona soltó un victorioso rugido, "¡Finalmente! ¡Finalmente, soy libre!"

Sus brillantes ojos voltearon hacia el mono, "Arachnid, lo hiciste bien, amigo."

La sonrisa de Arachnid fue empalagosa, "Por supuesto, querida. Tú eres la llave de nuestra victoria."

Esas palabras estremecieron sus orejas. "¿Victoria? ¿Aún tenemos aliados?"

"Solo algunos," admitió él, "Pero suficientes para alcanzar nuestro objetivo. ¿Cuales son tus órdenes, Ironclaw?"

Ironclaw volteó hacia el sur, donde yacía su antiguo hogar. Ella sonrió, mostrando sus intimidantes colmillos, una jubilosa y violenta luz en sus ojos, "Llévame a Zootopia. Nuestro plan no ha cambiado; haré arder esa ciudad hasta las cenizas."

Zootopia: Una historia de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora