Parte 2: Margie

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Desde los cristales de la cafetería se podía ver todo aquel paisaje marino. El mar, la playa parecía mas grande, más profunda de lo que les había parecido a Judy y a Leo cuando se habían metido entre las olas.

-Eso de meterse en el agua en esta época del año también lo hacía yo cuando tenía vuestra edad -dijo Nicola con una sonrisa en los labios. Judy sostenía entre sus dedos una taza de cristal llena de té muy caliente. El calor de la bebida le reavivaba y miraba a través de las ventanas, todavía no llovía pero no faltaba mucho para que cayesen las primera gotas.

-¿Tú qué haces por aquí? -Le preguntó Judy a Nicola.

-Ya te lo dije -dijo Nicola- vivo por aquí. Con el poco dinero que tenía me compré una vieja casa y vivo en ella. Paso el día dando paseos en la playa y cuando hace mal tiempo me encierro en mi casa y me paso el día leyendo. No tengo nada más que hacer.

-¿Y ella? -Le preguntó Judy a Nicola señalando a la mujer que estaba a su lado.

-¿Ella? -Dijo Nicola- lo único que sé de ella es que se llama Margie. Me pasó lo mismo que contigo. Me la encontré en la playa hará cosa de una semana y desde entonces no se separa de mí. Los dos vivimos en la casa, y la verdad es que no es muy habladora.

-Tal vez esté perdida -dijo de pronto Leo como si supiese del tema.

-De perdida nada. Tiene sus cosas, sus documentos. Es del sur, pero ella prefiere quedarse aquí, a mi lado. Pasear a mi lado por la playa. Supongo qie es feliz de ese modo. Supongo que cuando quiera marcharse lo hará y sin pedir permiso a nadie.

Margie sin decir una palabra alargó su delgado brazo, casi de una manera majestuosa y cogió uno de los cigarrillos de Leo y lo encendió. Y mientras encendía el cigarrillo a Judy le pareció que la miraba con intensidad. Casi como si Margie fuese capaz de entregarse solamente con la mirada. Y Judy sintió como si se estuviese enamorando un poco de ella.

-Gracia Leo -dijo ella con una voz suave, elástica. Le agradecía el detalle pero Judy percibía que en realidad Margie solamente estaba pendiente de ella. Y siguió fumado y Leo, de pronto, se sentía enormemente atraído por esa mujer que tenía delante de él. Bebiendo un café al igual qie él. Nunca había conocido a nadie tan sensual, en sus movimientos, en su suave voz. Y Judy se dio cuenta y se sintió bastante celosa. Trató de razonar. A fin de cuentas a Leo lo había conocido hacía un par de horas, más o menos, y no podía exigirle nada. Mañana mismo desaparecería de su vida, si no aquel mismo día, pero sí, celos los sentía.

Judy bebió todo el té del vaso y sintió unas enormes ganas de beber un buen licor. Un coñac. Un vodka. En casa lo solía hacer antes de ponerse a escribir, o cuando estaba sola e Igor no aparecía por ningún lado.

-Un coñac -dijo ella y el hombre delgado, de cabellos oscuros y demasiado largos le trajo una copa de coñac que fue llenando hasta la mitad- gracias -dijo Judy y bebió unos sorbitos de coñac y un enorme calor, más que con el té entró en su cuerpo.

-¿Estás segura que quieres beber eso? -Le preguntó Leo como si fuera su amante.

-Claro -dijo Judy- ya te dije que tenía frío. Pero no lo hacía solamente por eso. Necesitaba algo, una bebida fuerte que le diese ánimos para hablar cpn Margie. Sabía de sobras que no tardaría mucho tiempo en que se vería a solas con ella.

Margie, que hasta entonces había llevado puestas unas gafas de sol que le ocultaba buena parte de su rostro, se las quitó y Leo y Judy vieron sus ojos. Eran muy semejantes a los de Leo, azulados, claros. Llenos de viveza.

-Es extraño -dijo de pronto Judy.

-¿Qué es lo extraño? -Le preguntó Margie con una voz desafiante.

JudyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora