La primera persona a la que vio Judy fue a Margie. Venía caminando con sus zapatos de tacón alto y se podía oír el sonido de los tacones contra la piedra de la calle.
Cuando Margie se acercó a Judy, Judy vio que a Margie le brillaban los ojos con intensidad.
-¿Estuviste con ese artista? -Le preguntó Judy un poco burlona.
-Estuvimos bebiendo toda la noche. Hasta que caímos rendidos, luego nos despertamos a eso de las siete de a madrugada y me fue enseñando las esculturas, las de piedra y las de madera que hay desperdigadas por los caminos. Hay algunas cerca de las vías del tren. Hombres extraños que parecen que han salido de otro planeta.
-¿Te gustaría verlas?
-Sí -le contestó Judy- pero la verdad es que ninguno de los dos hemos desayunado hasta ahora.
-Vamos a la taberna -le dijo a Judy y miró a Leo que aun estaba apoyando en la fuente, con las manos aun empapadas. Parecía que Margie no lo había visto o simplemente lo ignoraba. Margie aun seguía mirando con pasión a Judy, ella se puso en camino hacia la taberna.
Dentro no había nadie. Un hombre de aspecto taciturno que Judy no había visto en la noche anterior, o es que la luz del día lo había cambiado. El hombre les trajo unos cafés y unos bollos, la que comía con más apetito era precisamente Margie.
-Estuvisteis caminando un buen trecho -le preguntó Judy y Margie asintió mientras bebía de su café. Leo no decía nada, como si no tuviera nada que ver ni con Judy ni con Margie.
-Sí, es cierto -dijo Margie- estuvimos andando casi dos horas. Luego dimos la vuelta, pero alguien que conocía el artista, como tu lo llamas, nos trajo hasta aquí. El conoce a casi todo el mundo a pesar de que es un ermitaño. Tendrías que ver su casa. Plagada de pedazos de madera, de fragmentos de metal y acero que le sirven para crear sus obras.
-Yo por un tiempo fui de esa clase de artistas -quiso decir Leo.
-¿De veras? -Le preguntó Judy de lo más interesada.
-Dibujaba retratos de la gente en la calle, no era muy bueno como otros, pero al menos no me moría de hambre. La gente compraba mis dibujos. -Judy atrapó las dos manos de Leo y las estuvo palpando, escrutándolas, como si no reconociese las manos que la habían acariciado todo el cuerpo la noche anterior. Eran fuertes y musculosos y de pronto se sentía orgullosa de que Leo hubiera estado a su lado, acariciando. Besándola. Y Margie se dio cuenta de que los dos habían pasado la noche juntos.
-Espero que al menos no te sientas celosa -le preguntó Judy a Margie. Margie le dijo que no, pero bien se veía que en sus ojos ardía una brasa de rencor, y de hecho no se atrevió a mirar a los ojos ingenuos de Leo.
Judy pagó lo que los tres habían tomado de desayuno. Eran cerca de las diez de la mañana y el cielo aun seguía como cubierto por una espesa manto de niebla.
-No te preocupes -le dijo Margie a Judy- hacia las doce del medio día todo esta niebla desaparece y se puede ver un sol radiante.
Los tres empezaron a caminar y al final de la calle había un puente. Y al otro extremo de puesto, acodado, un poco pensativa, estaba el hombre que tanto amaba a Margie. Ya no llevaba su sombrero, y sus ojos parecían clavados en la agua oscura del río. Judy nunca le había oido decir nada. Y Margie miró al hombre y luego a Judy y cruzaron el puente. Y a pesar de las predicciones de Nicola, Margie se acercó a él y le pido un cigarrillo.
-¿Tienes fuego también? -Le preguntó una vez que tenía el cigarrillo en los labios. Y el hombre sin añadir ni decir nada sacó un mechero dorado y Margie lo cogió y encendió el cigarrillo y aspiró el humo con deleite.
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Judy
Ficción GeneralJudy escribía historias que poca gente leía, veía sus libros en los quioscos, pero no se sentía satisfecha. Busca de forma desesperada un nuevo amor, una nueva aventura, hasta que se encontró con Margie...