Parte 3: El viaje con Marina

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La primera persona a la que vio Judy fue a Margie. Venía caminando con sus zapatos de tacón alto y se podía oír el sonido de los tacones contra la piedra de la calle.

Cuando Margie se acercó a Judy, Judy vio que a Margie le brillaban los ojos con intensidad.

-¿Estuviste con ese artista? -Le preguntó Judy un poco burlona.

-Estuvimos bebiendo toda la noche. Hasta que caímos rendidos, luego nos despertamos a eso de las siete de a madrugada y me fue enseñando las esculturas, las de piedra y las de madera que hay desperdigadas por los caminos. Hay algunas cerca de las vías del tren. Hombres extraños que parecen que han salido de otro planeta.

-¿Te gustaría verlas?

-Sí -le contestó Judy- pero la verdad es que ninguno de los dos hemos desayunado hasta ahora.

-Vamos a la taberna -le dijo a Judy y miró a Leo que aun estaba apoyando en la fuente, con las manos aun empapadas. Parecía que Margie no lo había visto o simplemente lo ignoraba. Margie aun seguía mirando con pasión a Judy, ella se puso en camino hacia la taberna.

Dentro no había nadie. Un hombre de aspecto taciturno que Judy no había visto en la noche anterior, o es que la luz del día lo había cambiado. El hombre les trajo unos cafés y unos bollos, la que comía con más apetito era precisamente Margie.

-Estuvisteis caminando un buen trecho -le preguntó Judy y Margie asintió mientras bebía de su café. Leo no decía nada, como si no tuviera nada que ver ni con Judy ni con Margie.

-Sí, es cierto -dijo Margie- estuvimos andando casi dos horas. Luego dimos la vuelta, pero alguien que conocía el artista, como tu lo llamas, nos trajo hasta aquí. El conoce a casi todo el mundo a pesar de que es un ermitaño. Tendrías que ver su casa. Plagada de pedazos de madera, de fragmentos de metal y acero que le sirven para crear sus obras.

-Yo por un tiempo fui de esa clase de artistas -quiso decir Leo.

-¿De veras? -Le preguntó Judy de lo más interesada.

-Dibujaba retratos de la gente en la calle, no era muy bueno como otros, pero al menos no me moría de hambre. La gente compraba mis dibujos. -Judy atrapó las dos manos de Leo y las estuvo palpando, escrutándolas, como si no reconociese las manos que la habían acariciado todo el cuerpo la noche anterior. Eran fuertes y musculosos y de pronto se sentía orgullosa de que Leo hubiera estado a su lado, acariciando. Besándola. Y Margie se dio cuenta de que los dos habían pasado la noche juntos.

-Espero que al menos no te sientas celosa -le preguntó Judy a Margie. Margie le dijo que no, pero bien se veía que en sus ojos ardía una brasa de rencor, y de hecho no se atrevió a mirar a los ojos ingenuos de Leo.

Judy pagó lo que los tres habían tomado de desayuno. Eran cerca de las diez de la mañana y el cielo aun seguía como cubierto por una espesa manto de niebla.

-No te preocupes -le dijo Margie a Judy- hacia las doce del medio día todo esta niebla desaparece y se puede ver un sol radiante.

Los tres empezaron a caminar y al final de la calle había un puente. Y al otro extremo de puesto, acodado, un poco pensativa, estaba el hombre que tanto amaba a Margie. Ya no llevaba su sombrero, y sus ojos parecían clavados en la agua oscura del río. Judy nunca le había oido decir nada. Y Margie miró al hombre y luego a Judy y cruzaron el puente. Y a pesar de las predicciones de Nicola, Margie se acercó a él y le pido un cigarrillo.

-¿Tienes fuego también? -Le preguntó una vez que tenía el cigarrillo en los labios. Y el hombre sin añadir ni decir nada sacó un mechero dorado y Margie lo cogió y encendió el cigarrillo y aspiró el humo con deleite.

JudyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora