Mientras caminaba bajo la lluvia hacia la parada de autobús más cercana, pensé en lo mucho que detestaba desobedecer a mi hermano; él siempre tenía razón en todo, aún más estando muerto. A pesar de esto, sabía las graves consecuencias que debería sufrir al desobedecer a la señora Coleman, por lo que, tristemente, decidí hacerle caso omiso a los presentimientos de Turner.
-¡November, espera!- oí los gritos desesperados de mi hermano a lo lejos.
Me detuve, no porque me arrepintiera de la decisión que había tomado, sino porque odiaba que se preocupara más de lo debido por mí.
-Turner, lo siento, de verdad, pero debo hacer mis tareas- le dije cuando me alcanzó- tú y yo sabemos muy bien de lo que es capaz Coleman. No quiero tener más problemas con ella-.
-Es que no lo entiendes- la seriedad en su rostro comenzó a preocuparme; jamás lo había visto de esa forma- tú siempre te dejas llevar por mis presentimientos y este caso, precisamente este caso, no debe ser la excepción-.
-Desobedecer a la señora Coleman es algo que jamás hice ni pienso hacer, Turn. Yo... debo irme- sin más, di media vuelta y continué mi camino.
Afortunadamente, no tuve que esperar a que el autobús llegara a destino, ya que mi breve discusión con Turner había bastado para que el mismo arribara a la parada. Al ser un día lluvioso, el bus se encontraba casi vacío; por lo tanto, opté por sentarme en el fondo, donde nadie pudiera observarme. A medida que avanzábamos por las calles de Raycon, me detenía a mirar a través de la pequeña ventana a las personas que, empapadas, corrían por el asfalto o a las que caminaban por él, rendidas ante el diluvio. Luego, me dispuse a observar las viviendas del barrio, las cuales conocía de memoria y recorría una y otra vez. Jamás había ido más allá de esta diminuta ciudad; al ser huérfana, mis posibilidades de visitar otros lugares eran nulas. Siempre me había preguntado qué había fuera de Raycon, qué experiencias esperaban ser vividas y qué personas esperaban ser conocidas por mí.
Creo que seguirás preguntándote eso por un largo tiempo.
Con un brusco movimiento, el autobús se detuvo indicando el fin del recorrido. Apresurada, tomé el paraguas, despedí amablemente al conductor y descendí.
Bien, November. Primera parada. ¡A comprar!
Con pasos ligeros me dirigí hacia el almacén que se encontraba a mitad de cuadra. Al atravesar la puerta, la vendedora me sonrió; me conocía, ya que siempre acudía al mismo lugar cuando de compras se trataba.
-Hola, pequeña- dijo, colocándose sus gafas- ¿qué te trae por aquí?-.
-Pues, Coleman- respondí, haciendo una mueca.
-Ya veo. Dime qué necesitas-.
Saqué del bolsillo de mis pantalones un trozo de papel doblado y se lo entregué. Cada vez que venía, junto a ella intentábamos juntas descifrar la complicada y confusa letra de la señora Coleman. Si ustedes piensan que la letra de un médico es difícil de entender, pues esperen a ver la de ella.
Una vez interpretados los extraños símbolos presentes en aquel papel, la vendedora colocó las provisiones en una bolsa, le pagué lo necesario, la despedí al igual que al conductor del autobús y salí de vuelta a la interminable tormenta.
Parecía que en el corto tiempo que había estado en el almacén, la lluvia se había intensificado a tal punto que pequeñas piedras comenzaron a caer con gran fuerza.
Granizo. Justo lo que necesitaba.
Por temor a que el mismo se rompiera, decidí cerrar el paraguas y darme un buen "baño"; preferible mojarse a estar castigada en un futuro.
El cementerio, para mi desgracia, no se ubicaba cerca del almacén, y al no tener ningún otro medio de transporte ni el dinero suficiente para conseguir uno, comencé a caminar lo más rápido posible hasta mi segunda parada.
Sin ningún mayor inconveniente, logré llegar hasta la puerta principal del cementerio, donde gasté el poco dinero que poseía en flores para el padre de la señora Coleman. No me hizo ninguna gracia contemplar a los espíritus acercarse a mí desesperados por mi atención, gritando, pidiendo y suplicando alborotados infinidades de cosas, mientras intentaba con dificultad encontrar la tumba de Stephen Coleman. Al ver que mis esfuerzos por avanzar eran inútiles y que los difuntos no parecían tener intenciones de permitirme el paso, opté por resignarme a parecer una loca y correr a través del cementerio hasta encontrar alguna persona (viva, por supuesto) que pudiera decirme dónde yacía aquel hombre que tantos problemas me estaba causando.
Puedes hacerlo. Tú tranquila.
Pasé entre los espirítus corriendo con todas mis fuerzas, mientras los mismos se percataban de mis intentos por huir y comenzaban a seguirme. Desesperada, busqué con la mirada a alguien que pudiera sacarme de aquella pesadilla; sabía que si llamaba a Turner no acudiría, y que si hablaba con aquellas almas en pena jamás saldría de allí. De pronto, divisé a lo lejos a un joven que poseía un par de auriculares rojos, quien se encontraba barriendo y tarareando la letra de una canción desconocida. Parecía pertenecer al personal del lugar, por lo que fui directo hacia él, rogando en mi interior que supiera algún dato útil acerca de Stephen.
-Disculpe- le dije, con la respiración entrecortada- ¿por casualidad usted sabe dónde se encuentra la tumba de un tal Stephen Coleman?-.
Al terminar la oración, caí en la cuenta de que aquel muchacho no se había percatado de mi presencia; continuó barriendo sin detener su canto en ningún momento.
Gracias por tu ayuda, imbécil.
Deseaba con cada parte de mi alma interrumpir a aquel patán y darle una buena paliza, pero al observar a aquella multitud dirigirse hacia mí tan violentamente, lo único que ocupó mis pensamientos fue planificar una huida.
Necesitaba ayuda, y la necesitaba con urgencia.
Sin más alternativas, me encaminé velozmente hacia el otro extremo del cementerio, donde a la distancia se encontraba una anciana arrodillada frente a una lápida.
No será del personal, pero tal vez me ayude a encontrar al maldito Stephen.
-¡Oiga!- grité mientras me acercaba a pasos agigantados- ¡oig...!- no pude pronunciar nada más; distraída, choqué con una lápida y doblé mi pie derecho. No podía moverme, y sabía que debía hacer algo; tarde o temprano, los "dementes" me atraparían.
Maldita sea.
Permanecí inmóvil, temblando, completamente empapada de pies a cabeza, pensando en cómo escaparía luego de ser, en cierta forma, capturada por los muertos, en cómo Coleman me castigaría al regresar al orfanato, y en cómo Turner me reprocharía no haber confiado en él. Ya nada me importaba. Era una idiota, más que el joven de los auriculares rojos.
Lo único que sentí segundos después fueron un par de brazos que me sostenían, y una respiración agitada.
Mis ojos vidriosos me impedían contemplar con claridad el rostro de quien me estaba, de alguna manera, "salvando". No sabía por qué motivo, pero lo estaba haciendo, y estaba agradecida por ello.
-Me ayudas, o te suelto- me dijo una voz masculina; era la voz de mi "salvador" quien ahora parecía no serlo completamente.
-Yo...- mi mente estaba en blanco.
-Muy bien- de un momento a otro, volví a estar tendida en el suelo, a merced de aquellas almas enloquecidas.
Mis ojos ya no estaban vidriosos; ahora, las lágrimas eran reales.
Mi falso salvador aún se encontraba a mi lado, contemplando toda la situación. ¿Iba a ayudarme o no?
-Al diablo- pronunció molesto.
Me encontré nuevamente en sus brazos, ahora siendo trasladada fuera de aquel infierno, al que jamás pensaba regresar. La "charla con los muertos" era imposible, y ahora lo sabía.
El misterioso héroe me depositó en el asfalto y se sentó junto a mí, observándome atentamente. La lluvia no cesaba, pero a ninguno de los dos parecía importarnos demasiado.
-¿Médium?- me preguntó como si ya supiera la respuesta a aquella pregunta.
Asentí con la cabeza, aún conmocionada por lo que había pasado unos momentos antes.
-Me debes una, ojitos llorosos-.
Lo miré, confundida.
¿Quién era? ¿Por qué me había salvado? ¿Qué era lo que quería?
-Bien. Gracias- fue todo lo que le dije antes de pararme como pude, y retomar mi camino en un pie de vuelta al orfanato, donde otro infierno me esperaba.
El muchacho rió por lo bajo.
-No llegarás muy lejos así- comentó.
-Puedo hacerlo-.
-Normalmente no hago estas cosas- dijo, interponiéndose en mi camino- así que debes aprovechar mi inusual gentileza. Vamos, te ayudaré-.
Si piensan que confiaré en un apuesto extraño que me salvó la vida, pues... se equivocan.
-Apártate- dije intentando parecer ruda.
Mala idea con un metro cincuenta y seis.
-Tal parece que haremos esto por las malas, ojitos llorosos-.
Bueno, me entristece anunciarles que "ojitos llorosos" regresó al orfanato sobre los hombros de un completo desconocido (contra su voluntad) pataleando y protestando como una tierna y refunfuñona niñita. Así es, amigos.
-¡TE ODIO!- le grité enfadada al sujeto.
-Eres tierna cuando te enfadas- dijo el joven tocando con su dedo índice la punta de mi nariz.
-Vete al diablo- estaba a punto de marcharme cuando él me tomó de la mano y me obligó a enfrentarlo.
En ese instante, pude contemplar claramente sus intensos ojos color miel; parecían ocultar algo, y ansiaba, por alguna razón, descubrir qué. Al verlos, no reparé en el resto de su rostro; sólo ellos me importaban.
-¿Recuerdas lo que te dije? ¿Acerca de que me debías una?-.
Puse los ojos en blanco.
-No quiero deberle nada a nadie. Vamos, escúpelo-.
-No ahora, bonita- sonrió, poniéndome nerviosa- tendrás que esperar-.
-¿Qué? ¿Qué significa eso?-.
-Ya verás-.
En un abrir y cerrar de ojos, el muchacho desapareció de mi vista.
¿Es en serio?Para ser honesta, le había revelado a Coleman que no había podido acatar mi segundo deber y que no creía ser capaz de realizar el tercero, debido a mi pie malherido. Esta, en lugar de permitirme descansar y recuperarme, me castigó asignándome aún más responsabilidades.
Los platos que debía lavar luego de la cena parecían no acabar jamás, y no creía resistir mucho más; limpiar el exterior de una edificación con un pie menos no es para nada sencillo. El sufrimiento nunca concluía; cuando terminaba con una tanda de platos sucios, Coleman llegaba sonriente con otra. Mi pie no duraría lo suficiente, y lo sabía.
-Ya, vete a reposar- Turner apareció de pronto provocando un pequeño susto.
-No, deja, puedo hacerlo-.
-He dicho que te vayas- estaba enfadado, aún más que hoy temprano.
No emití palabra; simplemente me marché. Sabía que sólo me faltaba una tanda y que Coleman no regresaría con otra, por lo que decidí aceptar la "oferta" de Turner y darle a mi pie lo que necesitaba: descanso.
Lentamente, atravesé un pasillo desierto y me dejé caer sobre el sillón de la sala de estar como lo había hecho unas horas antes, nuevamente exahusta.
No habían pasado treinta segundos cuando oí breves golpeteos en una de las ventanas con vista a la calle.
Me encaminé hacia ella y observé a través del cristal.
Grande fue mi sorpresa al contemplar una figura que, de pronto, apareció frente a la ventana, con una sonrisa de oreja a oreja.
Molesta, abrí de par en par la ventana.
-¡Casi me matas del susto!- susurré.
-Lo siento, es demasiado gracioso- dijo entre risas.
-¡Calla! Te van a oír-.
-¿Que te calle? Bien- se acercó descaradamente hacia mí con la intención de besarme.
-¡Aléjate de...!- una voz resonó por detrás de mí, interrumpiéndome.
-November, ven aquí. De inmediato-.
La sonrisa que minutos antes estaba presente en el rostro del joven se desvaneció instantáneamente al ver a mi hermano.
-Turner ¿qué sucede?- pregunté.
-¿Quién es este tipo? ¿Qué estaba haciendo? Juro que si toca uno solo de tus cabellos voy a...- lo interrumpí.
-Calma. No ha hecho nada malo- aún.
-Dile que se vaya- pude notar la furia en sus ojos y la forma en que apretaba sus puños. Debo admitir que estaba aterrorizada.
-De acuerdo, tranquilo, le diré que se marche ahora mismo ¿bien?- él hizo un gesto de afirmación; sin embargo, no parecía tranquilizarse.
-Escucha- le dije al muchacho- mi hermano de veras no quiere que estés aquí-.
-Ya veo- sus ojos no se apartaban de Turner.
-Deberías irte. Ahora-.
Me dispuse a cerrar la ventana, pero él me lo impidió.
-Espera- me tomó de las manos con fuerza- por favor, eres la única que puede ayudarme-.
Sin previo aviso, Turner se abalanzó sobre nosotros, apartó sus manos de las mías y saltó ágilmente por la ventana, quedando cara a cara con el muchacho.
-¿Quién demonios eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué no te marchas de una maldita vez?-.
El joven rió.
-Killian, y tú, amigo, recordarás ese nombre-.
Sin más, se desvaneció en el aire, al igual que sus palabras.
•••
¡Hola otra vez! Espero que les haya gustado el capítulo y perdón por haber tardado en subirlo. El calor no me da ganas de nada. Muchas gracias por leer y por favor ayuden con voto y comenten si quieren que siga con la historia y sus opiniones. ¡Besos a todos!
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