Abismo

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Las fiestas de los Alphas siempre son iguales, lo único que cambia es la hermandad que deciden traer como acompañamiento. Hoy es el cumpleaños del presidente de la fraternidad, Edward Lubbock. El chico es mucho más decente que varios de sus hermanos. El mismo me invito a su fiesta hace unos cuantos días, pero lo rechace amablemente, aunque nunca me hubiera pasado por la mente el hecho de que mis dos mejores amigos harían un complot para obligarme a venir y hacerle frente a Killian. Jesús, los detesto mucho en este momento.

Hecho un vistazo alrededor de la habitación, esta abarrotado de gente con apenas poco espacio para caminar. Movieron todos los muebles y los apilaron en un extremo de la habitación, lo único que mantuvieron en su lugar fueron los sillones y su gigantesca televisión de 80 pulgadas que está suspendida en la pared. El lugar apesta ha cerveza, sudor y exceso de perfume que me están provocando nauseas. No entiendo como todos aquí pueden estar como si nada.

-Vamos por unos tragos. – me grita Sara al oído. Yo solo le asiento con la cabeza y la sigo mientras ella va haciendo camino a la barra. Volteo atrás esperando ver a Jason detrás, pero él ya se fue por su lado a platicar con Edward. Esos dos son muy buenos amigos desde la infancia. Volteo de nuevo hacia enfrente tratando de seguirle el paso a Sara. Trato lo más que puedo de no golpear accidentalmente a alguien o tropezarme. Sigo el camino hasta llegar a la barra, ahí nos sirven dos vasos llenos de cerveza, uno para cada una.

Sara le toma un trago y voltea a verme, se acerca. -Voy a buscar a Jonathan, me dijo que estaría esperándome en la terraza. Diviértete, te veo en dos horas en mi carro. – Me pasa sus llaves y yo las guardo en mi bolso.

-No puedo creer que me vayas a dejar sola. – Le digo un poco resignada.

-Lo harás bien Lex, sal a bailar, deja que te inviten. Nos vemos. – Y luego ella se aleja.

Joder, no puedo creer que me haya dejado sola. Me recargo en la barra en lo que busco en mi bolso mi celular. No tengo mensajes, ni notificaciones, nada con lo que me pueda entretener tan siquiera un poco. Tengo miedo en ir a caminar y encontrármelo. Me mantengo en el mismo lugar aproximadamente unos cinco minutos y decido ir a ver si hay alguien conocido para charlar.

Dios, el lugar esta tan lleno, trato de caminar entre la gente, bailando, platicando, y manoseándose. Por más que intento mirar a mi alrededor mis tacones no son lo suficientes altos como para dejarme mirar de reojo a mi alrededor, casi todos sobrepasan mi pequeña estatura, aun con tacones. Para mi salvación, logro mirar a mi compañera de equipo de cálculo, Mary. Intento dirigirme hacia ella sin tener que golpear a alguien o sin tropezarme en todo lo que esta tirado en el suelo.

-Eh, dulzura, ven aquí. – escucho decir a unos cuantos metros de mi posición, volteo para ver si es alguien conocido, pero solamente son tres borrachos recargados en la pared, fumando lo que parece oler a marihuana. Los ignoro, me siguen hablando dos de ellos, el tercero y más alto esta callado y observando, él me pone nerviosa.

-No te hagas del rogar preciosa, te invitamos unas rondas. – Me grita segundo, por dios que acaso no son conscientes del ridículo que hacen, sus vicios los han dejado completamente desalineados. Intento no mirar hacia su dirección ni siquiera de reojo. Sigo mi camino sin inmutarme. Tengo un destino y ahí iré.

Ya estoy casi por el lugar de Mary, cuando siento un par de manos en mi cintura jalándome hacia atrás, topo con un pecho. Trato de controlar el pánico que empieza a florecer, volteo hacia atrás para mirar a mi captor. Es uno de ellos el tercero, el que solamente estaba observándome.

-Suéltame! – Le grito, no hace caso. Lo grito de nuevo, pero ahora a todo pulmón. El solo está carcajeándose, no sé qué le causo gracia. Algunas personas voltean a mirar en mi dirección, pero todos piensan que es un juego, nadie lo toma enserio, no lo puedo creer, todos regresan a sus asuntos cuando yo aún estoy gritando por ayuda, nadie se da cuenta que algo va mal. Sigo tratando de luchar, pero él logra jalarme hacia un cuarto oscuro, me da la vuelta y me avienta hacia un sillón.

-Jason, ayúdame! – es lo único que alcanzo a gritar antes de que el cierre la puerta y le ponga seguro. Se da la vuelta y me mira fijamente con unos ojos llenos de deseos carnívoros que envían un escalofrió por mi espina dorsal. Lo quiero lejos de mí, toda la distancia posible. Abre la boca.

-Por qué no me haces esto fácil zorra y haremos esto de la forma más sencilla y rápida. – Me dice.

Me levanto aterrorizada.

-Déjame ir. – Trato de hacerme la valiente frente a él, pero mis palabras suenan más débiles de lo que esperaba. No puedo ver su gesto, está demasiado oscuro donde él se encuentra. Empieza a acercarse a mí, cada paso que el da en mi dirección yo me alejo dos, hasta topar con la mesa de billar. Estamos en el cuarto de billar de la casa. El sigue acercándose lentamente a pasos felinos que buscan agarrar desprevenido a su presa. La diferencia es que conmigo ya perdió el elemento sorpresa, pero sin embargo yo estoy rodeada, en un callejón sin salida. Hecho un vistazo alrededor del cuarto en busca de algo que posiblemente pueda utilizar como arma. Lo único que logro captar con mi vista en medio de la oscuridad del cuarto son los tacos de billar posicionados al otro extremo de la mesa. El cada vez se va acercando más, tengo que reaccionar ya, antes de que mi miedo me inmovilice. 1. Cuento. 2. 3. Salgo corriendo lo más rápido que puedo con estos tacones del infierno, él es rápido aun ebrio, me alcanza y me agarra por la cintura y me empuja hacia la mesa de billar, mi espalda golpea el borde demasiado fuerte, siento como si una de mis costillas se hubiera fracturado una costilla, el dolor es tan agudo, tan insoportable. Caigo de rodillas al suelo. El me agarra de la trenza y jala hacia arriba obligándome a ponerme de pie. Una vez de pies trato de empujarlo y rasguñarlo muy a pesar del dolor que siento. Eso solo lo enfurece más, me suspende unos centímetros sobre el suelo, me avienta con fuerza sobre la mesa, mi cabeza golpea el triángulo con todas las bolas dentro. El dolor es demasiado penetrante, pierdo el conocimiento por algunos segundos que parecieron una eternidad, lo único que se mantuvo fue le dolor.

Abro los ojos y él está sobre mí. Capto varios de los rasgos de mi agresor por primera vez. Su cabello esta corto y es café arenoso, tiene los ojos verdes con una nariz aguileña y unos labios extremadamente finos y todo su rostro esta cacarizo.

Dios, estoy demasiado aterrorizada y odio el hecho que la música tenga un volumen tan alto y nadie pueda escuchar mis suplicas de ayuda. Grito a todo pulmón y muevo mis piernas frenéticamente intentando quitar su peso de encima, trato de golpearlo en la entrepierna. Nada funciona, el terror me está consumiendo cada vez más igual que mi desesperación esta creciente, también lo está su furia. Me entierra sus dedos en mis hombros como si quisiera perforarme la piel, tener una mejor agarrada interna de mis huesos. Me levanta en el aire y me empieza a azotar múltiples veces contra la mesa. Siento como cada musculo de mi cuerpo se siente cada vez más pesado, ya no responden a mis suplicas de tratar de liberarse de las garras de este hombre, perdieron completamente su fuerza, yo perdí mi fuerza. Y cada golpe es aún más fuerte que el anterior, cada golpe me ciega, ya no llevo la cuenta de cuantos han sido, solo siento el dolor y la sangre en la que aterrizo, cada vez, es más, cada vez mancha más la mesa y su color verde está siendo convertido en un rojo carmesí. Dios, mi sangre, es mi sangre. Tan roja, pienso. Tan hermosa, capaz de teñirlo todo, el color de una rosa, una rosa que cada vez se vuelve de un rojo más oscuro, un rojo que pronto se convertirá en un infinito negro, el único color que no se puede oscurecer aún más. Todo se vuelve obscuro. Y caigo en el abismo.

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GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora