Prólogo

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Otoño de 1980.

Hans Koller,  General del Estado Mayor del Mando de las Fuerzas Armadas de la República Democrática Alemana se encontraba cenando juntó a su sobrino Karl y la esposa de este en su apartamento de Berlín. Hans tenía ya canas en su antaño cabello castaño, sus ojos reflejaban una vida militar, dura, cicatrices de bala y una mirada fría, menos para su sobrino que era como su propio hijo y así le había criado. Tenía una alianza de oro con algo grabado pese a que en sus 33 años de servicio en las fuerzas armadas populares nadie conoció a su esposa.

Su sobrino ya un hombre de 35 años esperaba un hijo con su esposa Gretta. Karl había seguido los pasos de su tío, estaba destinado como oficial en la policía militar popular y sentía profunda admiración por su tío.

Karl se aventuró a preguntar:

Tío, ¿esa alianza por que la llevas si no estas casado? —Pregunto Karl

-Ya es hora que te lo sepas, Karl —Dijo mientras tomaba una pequeña cajita de madera llena de fotos donde se veía a Hans de uniforme y una enfermera.

-Era Agosto de 1939 yo era un joven leutnant y.....

En el otoño de 1980, una alemana pelirroja, cuyo cabello antes había sido de un rojo mas intenso que el fuego y ahora era iluminado por blancas canas, sollozaba junto a sus cuatro hijos, los mayores mellizos a los cuales había traído al mundo a sus frescos 26 años con su primer "matrimonio" y los menores, nacidos 4 y 6 años mas tarde, hijos legítimos de un fascista italiano que se había hecho cargo de los cuatro.

Sus pequeños nietos que iban en edad desde la infancia a la preadolescencia contemplaban en un silencio incómodo y con profunda tristeza el duelo de sus familiares, todos dentro de la vieja habitación de la abuela, que era allí la mas dolida pero a su vez, la mas fuerte, pues tragaba sus lagrimas para no afligir a sus nietos, dispuesta a llorarlas en la soledad de las noches cada vez que no sintiese el calor de su marido junto a ella.

El padre y abuelo, Pietro Manzoni, había muerto el día anterior y luego de ser velado por una noche entera, acababa de ser enterrado por la mañana.

Los nietos no tardaron en curiosear en la habitación de la abuela Ruth, habitación a la cual casi no se les permitía entrar pues ella lo prohibía incluso a sus propios hijos desde que estos habían crecido. La distracción no le permitió notar a la pelirroja que el menor de sus nietos había encontrado unas cuantas fotografías en blanco y negro de aquellos años en los que ella había sido enfermera de la cruz roja alemana, en varias de ellas aparecía junto a un soldado alemán a quien abrazaba, y finalmente, en la última foto de esas tantas, besaba sus labios. La curiosidad de hizo presente entre los nietos y dolidos hijos, y como si no quedase mas para distraerse, la delgada mujer de cabellos rojizos y pecosas mejillas, sostuvo entre sus temblorosas manos aquellas fotografías, y esperó a ser rodeada por los presentes que parecían esperar con ansias una historia increíble.

--Todo empezó en agosto de 1939 --Dijo justo antes de tomar aíre, preparándose para empezar a rememorar una larga historia que jamás había olvidado.

Anónimos en guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora