Agosto de 1939, afueras de Colonia.
Hans un joven oficial de apenas 19 vestía tu gorra de plato, con orgullo el águila al pecho, su P38 en su pistolera juntó a la lema "Gott Mit Uns" en el cinturón, aquellas altas botas y por último sus hombreras plateadas y lisas indicando su rango de Leutnant que tenía desde hacia un mes.
Estaba de permiso, había sufrido un corte y se encontraba en la sala de espera de aquel hospital militar. Un hauptman del servicio médico del ejército le indico que sería atendido en la enfermería n°2 y tras reírse levemente de la herida de Hans desapareció.
Hans se quitó la gorra para entrar en aquella sencilla consulta y abrió la puerta. Hans vio a una joven enfermera y enseguida dejó de sentir dolor para sentirse nervioso y sin poder controlar lo que salía de su boca.
Ruth Flegel, una joven y radiante enfermera pelirroja y de ojos verde esmeralda, dirigió su mirada a la puerta que acababa de abrirse, dejando pasar a un oficial herido que a simple vista le pareció un hombre muy joven. Se acercó con rapidez para indicarle que se sentara en la camilla, tratándolo de "señor" y "usted" en todo momento.
Mantuvo el silencio y la calma mientras desinfectaba la herida y procedía a preparar el equipo de sutura, cerraría la herida con dos simples puntos, por su experiencia aquella labor se le hizo especialmente sencilla, diferenciándose de sus anteriores pacientes, que llegaban malheridos y habían manchado el delantal del su uniforme con abundante sangre. El procedimiento fue limpio y rápido, utilizando solo media ampolla de morfina para evitarle el dolor de la sutura en la zona, y al terminar con un cuidadoso vendaje sobre la ahora cerrada herida, parecía incluso orgullosa de si misma.
--Parece que hace bien su trabajo...cómo se llama? --Preguntó el oficial luego de el breve elogio--
--Ruth Flegel -- Respondió la enfermera con cierto nerviosismo ante aquel hombre, a quien por temor decidió no hacerle preguntas --
--Hans Koller... un gusto conocerla --Dijo presentándose el oficial, que sostuvo la mano diestra de la joven enfermera, notando sus impecables uñas y la suavidad de su pálida piel, y dio un ligero beso en el torso de aquella mano, pues así se saludaba a las damas. Esto solo lo dejo notar la forma en la que las pecosas mejillas de la enfermera tomaron un leve color, y con una pequeña sonrisa le respondía
--Igualmente, señor.
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Anónimos en guerra
RomanceDos amantes sumergidos en una guerra que jamás olvidarán...