III

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Con ese triste relato en la cabeza, el chico se dirigió a Moscópolis. A diferencia del otro reino, en éste no había muro, y podía entrar quien quisiese. La ciudad se alzaba sobre un valle bastante tétrico y desértico. Hacía tanto calor que nadie podría decir que era de día. El paisaje estaba tan sólo compuesto por un par de árboles resecos, la arena del suelo y aquella estructura de edificios, que formaban en su totalidad dos extraños arcos, uno pegado al otro. Casi parecían dos bolas. "Quizás", le pasó a Jack por la cabeza, "se trata de los ojos de las moscas, porque esos edificios tienen un montón de ventanas".

Nada más entrar, se encontró con una enorme calle peatonal, rodeada de edificios grises en los que resplandecían varios carteles con anuncios. "¿Es usted calvo? ¡Cómprese un sombrero!", "¡Vote a la reina en las próximas elecciones!", "Alargue sus alas con este magnífico 'Mariposeador 3000'", rezaban los carteles.

Al muchacho, al menos, le alegró ver que, aparte de moscas, había personas normales y corrientes caminando por la calle, y, por lo que oía, estaban perfectamente integrados.

─¡Buenos días, señor Sobs!─saludó un humano a una de las moscas.

─Oh, buenos días. ¿Vamos juntos al trabajo? Puedo llevarle─se ofreció la mosca.

─Estupendo.

Y así, ambos caminaron juntos hasta la calle de al lado y se subieron a un extraño vehículo con forma de matamoscas que casi atropella a un par de personas. Lo único que le llamó la atención al muchacho fue que las moscas iban muy elegantemente vestidas, y cabe destacar que ocultando sus alas, mientras que los humanos vestían de forma más modesta. Bueno, decidió no darle importancia.

Caminó hasta el mercado, donde todo el mundo estaba enfrascado en sus compras; tanto, que gritaban de una manera feroz. Se intercalaban los gritos de tal manera, que se podía oír: "¡Compra!", "¡Vende!", "¡Compra!", "¡Vende!" todo el rato.

Se las arregló para llegar al castillo, aunque en realidad no era tal. El edificio de la reina era conocido como la "Mansión Greña", supuso Jack que en alusión a su aspecto desordenado, ya que había sido construida con restos de basura.

Llamó a la puerta y un extraño líquido se le quedó pegado en el puño. Es lo que tiene la basura. Aquello le hizo gritar para sus adentros, porque no quería causar una mala impresión al que le abriera. De repente, la puerta se perdió en el interior de la estancia y apareció un anciano vestido con túnica al otro lado de ésta. Sus delgadas y pálidas manos, delgadísimas, recordaban las de un esqueleto; su pelo, esparcidos en pequeños arbustos a lo largo de su cabeza, parecía nevado por mil inviernos; sus ojos, oscuros y sin brillo, aparentaban estar vacíos; y su boca dibujaba una sonrisa cruel. Parecía la mismísima...

─¡Aaaaagh!─gritó el anciano─. ¡La muerte!

─¡Aaaagh! ¡Eso digo yo!─respondió Jack.

─¿Eh? Oh, discúlpame, joven, es que, cuando veo a alguien de tan temprana edad, lo confundo con la muerte.

─Pues ya me dirás en qué me parezco─murmuró para sí el chico.

─Mi nombre es Don Dimas, consejero de Su Majestad la reina Mosca. ¿En qué puedo ayudarte?

─Verá, venía porque necesito un empleo, y quería saber si la reina podía proporcionarme alguno.

─A ver...─miró el viejo su reloj de bolsillo, que sacó del interior de la manga derecha de la túnica─, hoy es martes 13 de enero del año 13... Tienes suerte. ¡Tenemos trabajo! ¡Pasa!

Colocando una mano en su hombro, Don Dimas le acompañó por los oscuros y amplios pasillos de la mansión mientras le hablaba un poco de él, cosa que les encanta a los viejos. Según decía, la reina le tenía en muy alta estima. Siempre oía sus consejos, y se tomaba muy en serio sus advertencias. Incluso se atrevió a decir que, en el fondo, era él el que reinaba desde las sombras. Podía tener lo que quisiera cuando quisiera. Jack pensó que aquello era muy práctico, puesto que a él le había pasado muchas veces que deseaba algo, pero pasaba tanto entre el deseo y la entrega del objeto que, cuando llegaba a sus manos, ya no le interesaba.

Reflexiones efímeras aparte, llegaron al salón principal, donde la reina mosca reposaba sobre su trono hecho de raspas de pescado. Olía ahí como no os podéis imaginar, por lo que el chico tuvo que taparse la nariz. El viejo, astuto como un zorro, se despidió y volvió a sus tareas. La sala era tan amplia que Su Majestad no le había visto, de modo que seguía hablando con uno de sus guardias mosca, que llevaba gafas de Sol, traje negro y una pistola en una pata.

No era tan grande como la reina Cucaracha, pero debía de medir al menos 3 metros y medio. Su cara estaba coronada por dos grandes ojos rojos y una extrañaba trompa que segregaba un líquido perturbador. No tenía alas. "Pues claro", pensó Jack, "los reyes no tienen alas".

─¡Traedme más basura! ¡Más! ¡Más!─clamaba la reina.

─Pero, Su Majestad, el castillo ya está bastante lleno. Debéis entender que tenéis síndrome de Diógenes─explicó el guardia.

─¡¿Cómo te atreves?! ¡Yo no tengo síndrome de Andrómeda! ¡Yo no estoy deseando que me sacrifiquen ante un monstruo!

─No, yo...

─¡Cortadle las alas!─ordenó a los otros guardias─. ¡Y en su lugar, le ponéis un culo!

Los guardias agarraron a su camarada, y aunque éste intentó resistirse, una vez le quitaron el arma, se quedó sumiso y se dejó llevar.

─Y yo que la creía buena gente...─murmuró Jack algo sobrecogido por la escena.

─¡¿Quién anda ahí?!─dijo la reina.

─Perdónam...

─¡Cuidado con lo que dices! ¡De "Su Majestad" y de "vuestra"!

─Ya, conozco el protocolo─suspiró─. Veréis, Majestad, vengo del reino de Cucalandia, y...

Le explicó todo lo que le había ocurrido, desde que el cuervo se llevó a sus padres hasta su llegada a Moscópolis pasando por la visita al reino de las cucarachas y al monte Otrebil. Su Majestad La Mosca escuchó pacientemente, y asentía con la cabeza de vez en cuando. Cuando Jack acabó su relato, se calló.

─Así que te ha dicho que somos el reflejo de lo que somos...

─¿Eso es lo que habéis sacado en claro?─frunció el ceño el chico─. Además, somos lo que que somos; no lo que reflejamos que somos. Espera, no, o sí... ¡Qué lío!

─Yo reflejo ser una simpática y buenorra regente, de modo que es lo que soy. ¡Y punto!─sentenció la reina.

─Vale, respecto a lo mío...

─¡Oh, por supuesto! Si esa cara de cloaca te quería en su ejército, es que vales, muchacho. Por eso, estoy dispuesta a hacerte caballero del mío.

─¿Caballero? Yo no sé si quiero...

─¡Serás caballero! ¡Deberías estar dando saltos de alegría!─le reprochó─. En fin, pero, como entenderás, tengo que probarte. No me ha gustado mucho que no hayas acabado con el águila, puesto que a mí también me molesta bastante. Sin embargo, como su pequeño juego de ser rey se caerá por sí solo, tampoco me importa mucho. En su lugar, te pediré que acabes con una bestia más temible. Se trata del Gato Perezoso. Vive en el bosque Onírico.

─¿Y qué os ha hecho el minino? ¿Os ha rajado las cortinas?─se rió el chico.

─¡Menos cachondeo! En realidad, me viene bien a veces, pues se come las cucarachas que vienen a atacarnos, pero otras veces se come a mis moscaldados. ¡Y eso no lo puedo tolerar! Si me traes los ojos del gato, el puesto será tuyo.

El chico aceptó. No es que le apeteciera precisamente acabar con un pobre animalillo inocente; sin embargo, éste sí que parecía ser malvado. Además, le haría un favor a los moscaldados, y a posibles humanos soldado que les acompañaran. Se despidió de la reina Mosca y emprendió su camino. Mas, antes de salir, oyó que le dijo:

─¡Ah, y si encuentras algo de basura por ahí, tráemela también!

Los herreros mosca le hicieron una lanza nueva. Ya podía enfrentarse a ese felino traicionero.

Al otro lado del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora