IV

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El bosque Onírico se encontraba a escasos kilómetros del Monte Otrebil, aunque el muchacho lo había evitado cogiendo el sendero por el que circulaban cuatro ríos. Esta vez, sin miedo alguno, se internó en el bosque, el cual, por cierto, estaba siempre cubierto por una niebla tan espesa que ni un millón de árboles de Navidad, con su recargado fulgor, podían disipar. Se topó con muchísimos animales, pero ninguno de ellos pudo verlo, ya que tanto los topos, que reinaban en la tierra, como los murciélagos, que reinaban en las alturas, eran ciegos.

Calculó que llevaba dando vueltas sin rumbo unos 1016 años, aunque nunca se le habían dado bien las matemáticas, por lo que no le hizo mucho caso a su deducción. Sin embargo, ésta le había salvado de perderse, puesto que, como tenía tal concentración perdido en sus pensamientos, no había estado mirando al frente, y esto le había conducido a un claro del bosque. "A veces lo mejor para no perderse es pensar en otra cosa", señaló Jack.

Aquel sitio era de lo más peculiar. Para empezar, a pesar de que seguía habiendo niebla, ésta era sutil, delicada, fugaz, permitiendo al ojo humano deleitarse con la vista de lo que habiá a su alrededor. O eso o mostraba una ilusión tan perfecta que nadie la tomaría por falsa. En segundo lugar, se oía un sonido atronador bastante extraño. Era como si los árboles estuvieran crujiendo con la máxima enervación ante la llegada de un intruso a sus dominios. Y, en tercer lugar, lo que se encontró nada más entrar: había un dolmen perfectamente colocado, con una bailarina gigante de porcelana dando vueltas una y otra vez ante el ritmo de la misma canción, que se repetía y se repetía. Tras observarla de cerca, Jack se dio cuenta de que no era de porcelana, sino de plástico, pero el material era engañoso.

Ignorando la decoración tan peculiar, siguió caminando a lo largo del claro, y la niebla se fue abriendo paso para que el muchacho viera lo que había. Para su sorpresa, se encontró con varias raspas de pescado enormes por el suelo. Seguro que el gato andaba cerca. Siguió andando para ver si lo encontraba y tropezó con un viejo violín cuyas cuerdas estaban rotas. El pobre muchacho se dio con todo el hocico en el suelo. No dijo ninguna palabrota porque era un niño bueno; no obstante, por su cabeza pasaron todas las que podían ocurrírsele y más.

De repente, ese estruendo tenebroso dejó de sonar y se sustituyó por una risa. Una risa tan alta que hizo que la niebla huyera para no escucharla. Como quedó todo despejado, Jack vio lo que tenía delante, un enorme gato gordo que yacía tumbado sobre una seta. Estaba totalmente serio, de modo que nadie diría que era él el que se había reído. Sin más, como no había carcajada, la niebla se fue acercando tímidamente de nuevo, mas el chico, como medida astuta, se acercó al gato para no perderlo de vista.

─¡Señor gato!─sacó la espada─. ¡He venido a ejecutarlo!

─¿Ejecutarme?─alzó una ceja el gato con gesto cansado─. No soy una herramienta, amigo, no me puedes ejecutar.

─Me refiero a que voy a matarle.

─¿A quién?

─¡A usted!─dijo Jack nervioso por la actitud del minino, cuyos ojos entrecerrados parecían indicar que se aproximaba el momento de dormirse de nuevo.

─¿Cómo te llamas, muchacho?─bostezó el gato.

─Jack.

─¿Jack? Qué poco original... Es el típico nombre de protagonista de cuento.

─¡Bueno, basta ya! ¡Voy a darle muerte!

─¿A quién?

─¡Aaaaaaaaaaagh!─chilló corriendo hacia el gato.

El felino no se movió un milímetro, y cuando el chico le atravesó el lomo con su lanza, de éste no salió ni una gota de sangre. El arma, a los pocos segundos, tal y como entró, salió. Y la herida se cerró como si nada. Jack miró al animal con los ojos como platos, pero éste se había quedado frito.

─¡Y va el tío y se pone a sobar! Despierte... No, mejor dicho, despierta─le tiró de los bigotes.

Tal era su rabia y tan fuerte tiró, que se los arrancó, pero le surgieron otros al instante como si nada. El chico estaba empezando a sentirse desesperado, de modo que gritó que le daría todo el pescado que quisiese si se despertaba. Eso lo hizo abrir un ojo.

─Tú no tienes pescado─declaró el gato alzando ambas cejas.

─Te lo pesco del río Aqueronte si hace falta, pero abre los ojos, por favor.

─Bien─los abrió y se sentó en la seta con las piernas cruzadas─. Sé breve, que aunque esto sea mullido, me gusta más estar tumbado.

Jack alzó el dedo y señaló los ojos del minino, ante lo cual éste llevó su zarpa hacia su boca, la bañó con su lengua y después se la restregó por todo el cuerpo. Era surrealista; no obstante, lo más surrealista fue cuando hizo una especie de contorsión para lavarse el trasero.

─¡Oye!

─Ya que estoy, aprovecho para bañarme, Jack.

─La reina Mosca quiere que le lleve tus ojos─fue el chico al grano.

─Claro. Tiene sentido. Como ella se los tiene que estar humedeciendo porque no tiene pestañas, quiere los míos. Lo comprendo perfectamente─asintió el felino.

─¿Entonces se los das?

─No. Hala, buenas noches─volvió a tumbarse.

─Son las 16 de la tarde.

─Zzzz...

─¡Oye!

─¿Eh? Zzz... Pues buenas tardes─declaró en un bostezo.

─Oye, te traeré todos los pájaros que quieras, pero...

─¿Pájaros?─alzó la cabeza─. ¿Como ése de lo alto del monte? Al principio, me caía fatal, pero después hubo un tiempo en que simpatizábamos. Y ahora me es indiferente.

─Volveréis a pelearos. Es vuestro destino.

El gato volvió a dormirse y se puso a roncar. El muchacho estaba harto. Si no quería hablar, si no tenía motivación, si no tenía sangre, si no sentía ni padecía, ¿para qué hablar con él? Era una total pérdida de tiempo. Además, tampoco lo quería matar. Era perezoso; sin embargo, no parecía mal tipo. Pobre Jack, su bondad le iba a costar cara. Si no ayudaba a una de las dos reinas, su pueblo estaría esclavizado para siempre. Sin embargo, para cumplir con sus encargos, siempre debía acabar muerto alguien, y eso a él no le gustaba. ¿No podía la gente vivir en paz y ser amables los unos con los otros?

Al otro lado del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora