V

28 3 0
                                    


De nuevo sin rumbo, volvió a penetrar en el bosque, perdido en una maraña de ideas que parecían no llevarle a ningún lado. Fue dando tumbos de un lado para otro, y no pudo encontrarse a sí mismo. Qué tontería, ¿no? Es cierto que sentía que estaba ahí, pero la niebla no le dejaba ver nada, sólo una nube de confusión infinita. Quizás nunca saldría de ese bosque. O puede que sí. Era cosa del azar, más que de otra cosa.

Al cabo de lo que a él le parecieron 0 años, estuvo vagando por el bosque. Antes demasiados años y ahora ninguno... Se lamentaba por no haber escuchado a la profesora de matemáticas en su momento para saber calcular el tiempo.

De repente, ya totalmente al borde de la desesperación, se le ocurrió una idea genial, preguntarle a los árboles dónde estaba la salida. Ellos decían que podían llevarlo fuera del bosque, pero que les costaría muchísimo, pues ellos se tenían que guiar por sus raíces, ya que lo veían todo nuboso, como él. Les dio las gracias, pero se negó a seguirles. No sabía a quien más preguntarle, así que se agachó y le preguntó a la tierra cómo salir. Ésta le dijo que podría sacarle del sector central del bosque más fácilmente, pero mas allá había demasiados árboles, y ya le costaría muchísimo más, pues le tapaban los ojos. Le dio las gracias, pero rechazó su ayuda.

No se le ocurría nada. Entonces, como nada se le ocurría, nada hizo. Se sentó en el suelo. Se rindió. Y, de repente, una ráfaga de viento le dio en la cara. ¡Claro, todavía podía preguntarle al viento! Así lo hizo, y el viento le dijo que él sabía el camino, que le siguiera, que saldrían fácilmente. Y de esa manera, siguiendo a las ondas ventosas, salió del bosque.

Ya fuera, le dio las gracias al elemento y le preguntó por los esclavos de Cucalandia. El viento, sorprendido de que no se hubiera enterado del asunto, le contó que la reina había muerto. Según parece, aquel baño que se tomó estaba tan caliente, que la abrasó. Ahora, todos en Cucalandia eran libres y vivían en paz. Los humanos habían perdido esas sonrisas exageradas y permanentes, y, aunque sus sonrisas fueran más pequeñas y momentáneas que antes, se habían hecho reales. Humanos y cucarachas eran iguales ya.

Complacido, se dirigió al reino de Moscópopils para decirle a la reina que rechazaba su oferta y que se iba a vivir a Cucalandia; sin embargo, por el camino, vio una montaña de basura en mitad de un prado, y, como dicen que nunca hay que presentarse en una casa con las manos vacías, se dirigió hasta allí para cogerla y llevársela a Su Majestad.

Cuál fue su sorpresa al ver a Don Dimas abrazarse a ella, lágrimas en los ojos, y metiendo los objetos en descomposición en el bolsillo. El anciano se percató de la presencia del muchacho en la distancia y le llamó. Jack no supo cómo reaccionar, pero acabó por ir.

─¿Don Dimas? ¿Qué está haciendo?

─Esto es oro, chico, ¡oro te digo! Si lo vendemos en el mercado negro...─susurró el viejo.

─Pero si la reina se entera...

─¡Necio! Con el dinero que esto nos proporcionaría, ni la mismísima reina podría tocarnos.

─Puaj. No quiero que me toque una mosca─sacó Jack la lengua.

─Si no estás conmigo, estás contra mí. Puede que ahora sea viejo, pero en mis años mozos fui hechicero─sacó una varita de su túnica─. ¡Te voy a convertir en el tipo de bestia más asquerosa, despreciable y abominable que exista en este mundo!

Y de la varita salieron unas chispas mágicas que alcanzaron a Jack, haciendo que su cuerpo brillara con un extraño fulgor negro. Cuando su figura se calmó dejando atrás esa extraña luminiscencia color azabache, vio que un humo rojo emanaba de su piel, pero ni sentía el más mínimo dolor ni había experimentado ningún cambio.

─¿C-cómo? ¿C-cómo es... posible? ¿Por qué no te has transformado en una cosa fea y repulsiva?─preguntó el viejo.

─Porque ya lo es─dijo el águila apareciendo detrás de él y cortándole la cabeza con sus garras.

Pero no temáis, niños, pues, cuando muere un mago, no hay dolor, ni sufrimiento, ni sangre; sólo un cuerpo que desaparece y del que emanan caramelos, con un color tan brillante como oscuro era su corazón.

─S-señor águila.

─No me llames señor─sonrió el águila mientras emprendía el vuelo de nuevo.

Jack lo despidió con la mano, y después cayó en la cuenta de que no podía dejar la basura sola, por si alguien intentaba robarla. Gritó lo más fuerte que pudo y el viento vino en su auxilio. Éste fue hasta Moscópolis y le pidió a varios guardias que fueran a transportar el regalo para la reina. Llegaron en unos 30 minutos a donde estaba el chico, y Jack volvió a agradecer al viento lo que había hecho por él. Ido éste, echaron a andar hacia el reino. No obstante, de las profundidades del bosque Onírico emergió el Gato Perezoso. Venía corriendo a cuatro patas, aunque con sus característicos ojos entrecerrados en los que se podía ver, aunque fuera muy fugazmente, esas delgadas pupilas que ya no ardían por nada.

Los guardias sacaron las armas, pero el joven se puso a temblar. Nada podría acabar con él. Iban a terminar todos en el estómago del minino. Sin embargo, no fue así. El animal, al ver a Jack, paró en seco y exclamó:

─Ah, que sois amigos de Jack. Haberlo dicho antes. Me cae bien ese tío─dijo dándose la vuelta y echando a andar de nuevo hasta el bosque, esta vez de pie y de manera muy torpe. Daba un paso a la derecha y otro a la izquierda, como si no tuviera muy claras las direcciones.

El chico se despidió también del gato, aunque él iba a su aire, sin prestarle mucha atención. Al llegar al reino, la reina quedó complacida por el regalo de Jack, y, como el viento le había contado a los soldados lo que había pasado con Don Dimas, Su Majestad la Mosca decidió otorgarle el título de caballero que le prometió. El muchacho se negó, mas, cuando escuchó las ventajas y el sueldo, no le quedó otra que aceptar. Al fin y al cabo, lo que él quería era una vida cómoda, no una vida feliz.

Y así, Jack se hizo caballero de la corte de Su Majestad la reina. No estaba muy de acuerdo con su forma de hacer las cosas. Por ejemplo, prohibió que todos respiraran porque le molestaba oírlos, de manera que todos estaban esperando a morir para poder respirar de nuevo. No obstante, siempre que algo así pasaba, él pensaba: "Bueno, dicen que, ola a ola, el acantilado se va erosionando, así que, de la misma manera, con el paso de los años, la reina se irá ablandando".

Hay quien dice que Jack volvió una última vez al marco del espejo para recoger las cosas que tenía en su casa. Según se cuenta, antes de ir a la cabaña, se acercó al espejo, y se encontró con un señor que tenía un papel en la mano. Sonriente, le preguntó que qué hacía, y éste respondió:

Al otro lado del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora