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Despertó esperando que todo lo anterior fuese un sueño. Tenía su cobija, su amada gorra de lana y una tableta de aspirinas que se había tragado como dulces la noche anterior.
Su garganta estaba terriblemente seca y sus labios sangrantes de deshidratación. Literalmente.
Al menos la cruda no había sido tan ruda con los mareos y el dolor de cabeza, pero necesitaba agua con suma urgencia.
Rodó su cuerpo hasta la orilla de la cama. Poco a poco fue despegándose las sábanas mientras se sentaba y buscaba las ganas de levantarse. Pero la sed le ayudó a encontrarlas.
Se puso en pie, se colocó la bata de baño y las pantuflas para luego avanzar a paso perezoso hasta la salida. Bajó las escaleras, siguió su travesía hasta la cocina y al llegar al freezer tomó con desespero todo el contenido de la botella con agua, llena hasta el tope.
Una vez hubo acabado con el agua, dio un suspiro de aliento helado por la temperatura del agua y sintió como el escaso mareo que aún se aferraba a su cabeza iba diluyéndose gracias a la hidratación.
Tomó asiento en una de las butacas de la barra de desayuno, apoyó sus codos sobre ella y posteriormente su cara sobre sus palmas. Luego, sus palmas subieron a su sien para dar un masaje a su terriblemente aturdida cabeza. Cayó en cuenta de que el sol estaba demasiado radiante cuando uno de sus rayos perturbó la tranquilidad de su pupila izquierda. Había demasiada luz para ser de mañana. Levantó la vista hacia el reloj de pared de la habitación y divisó en él que sus agujas marcaban las 12:30 del día. Rayos. Se había perdido todo el día.
Trató de rememorar el día anterior.
"Muchas personas en casa.." comenzó citando en su mente "Beber mucho, Tomas rechazado, niña con complejo de bebedora..."
Se quedó en blanco después de lo último. No sabía cómo continuar mas bien, pues dudaba de que aquello hubiera acontecido. De todas formas, continuó con lo que su mente recordaba como un hecho acontecido:
"Ir a dormir, niña bebedora con aspirinas, niña bebedora no responde a mis preguntas..." y eso era todo.
Se preguntaba si en verdad había sucedido eso y si aquella jovencilla existía o solo era producto de sus crudas. Se levantó con la idea de darse una ducha, vestirse y comer algo como la gente normal, que no estaba sumida en depresiones ni sentimientos encontrados. Si, la gente normal que no se despierta a las 12:30 un viernes.
Luego de su ducha, vistió un suéter gris de cuello en V, unos jeans negros y sus botas caterpillar color café que le protegían del frío. Pensó en que tal vez, si tomaba algo de comer con prisa, llegaría a librería para el turno de la tarde. Entonces bajó las escaleras para prepararse algún sándwich rápido e irse. No se molestó en despedirse de su abuela pues a esas horas, debería estar en su vivero, o fuera se la ciudad a abastecerse para el mismo. Es lo que solía hacer los fines de semana.

Terminando su aperitivo consistente en un sándwich de atún con tomate y aceitunas; (y otro montón de aspirinas por si acaso) volvió a colocarse su amada gorra de lana, luego su abrigo del mismo color de la prenda anterior y su bufanda bordó.
Agarró sus llaves que se encontraban colgadas en el gancho llavero de la casa y cuando se disponía a tomar el mango de la puerta, alguien desde afuera la abrió antes dándole una sacudida a sus neuronas con un golpe en la frente.
-¡Diablos!- exclamó con voz ronca el afectado. Era la primera palabra que decía en todo el día y su voz sonaba como si hubiese cantado karaoke toda la noche anterior. Se pasó la mano por la zona del golpe mirando al piso, con la frente arrugada de contrariedad. No estaba de humor para dejar pasar aquello sin alguna queja.
Levantó la vista para toparse con los ojos esmeralda más brillantes que había visto antes. Sus mejillas de nuevo enrojecidas por el frío y el rostro pálido que resaltaba su cabello castaño claro cubierto por la escarcha. Tenía la boca cubierta por su mano en gesto de pena por lo sucedido. Estaba atónito.
-¡¿niña bebedora...?!- dijo en voz baja, casi en susurro. La joven unió el entrecejo en expresión de confusión ante aquel extraño y (podría decirse) insultivo sobrenombre. Se sacudió la escarcha del pelo y del abrigo beige que llevaba puesto, también la bufanda café. Traía un saco de abono en una bolsa plástica.
- Adele, cielo. Pasa algo?- preguntó la femenina voz de su abuela detrás de la joven. Se acercaba al portal con una bolsa de papel llena hasta el tope con víveres. Al situar la vista en él, le sonrió saludando:
- Jake, buenos días hijo. Esta joven es Adele. De seguro ya se han presentado - la mujer pasó al interior hasta la cocina para dejar las compras y volvió junto a ellos. Al igual que la primera, se sacudió la escarcha del cabello y abrigo, acomodó las llaves de su vehículo en el gancho llavero y luego de percatarse de tanto silencio reparó en los jóvenes. Jake no había apartado su mirada de la joven ni un sólo instante desde que la había visto. La observaba como si fuera a desvanecerse en cualquier momento. Ella permanecía con una expresión de incomodidad mirando a los costados evitando cualquier contacto visual. La forma en que el muchacho la observaba era algo maleducada y... Acosadora. Tal vez la joven no decía nada por educación.
- ¡Jacob! Acaso te la vas a comer? ¡Saluda! - le reprendió su nana apoyando sus manos en sus caderas, una sonrisa divertida se dibujó en los gruesos labios de ella. Parpadeando lentamente y parándose erguido, extendió su mano en saludo sin cambiar su expresión atónita.
- Q-Qué tal...? Soy Jake. Ya nos habíamos visto, creo...- la chica le estrechó la mano con una sonrisa mas bien de educación y pasó con la carga que traía sin detenerse a mirarlo demasiado.
- Querida -le llamó la sexagenaria - Puedes poner esa bolsa aquí. Ven conmigo- y se la llevó hacia la cocina.
Había algo que no se aclaraba. Bien, era real pero; una pregunta seguía en la mente de Jake: ¿Que rayos hacía ella allí?.
- Jake, hay más bolsas en mi camioneta - le avisó su nana, alzando la voz desde la cocina. Era un claro mensaje de "trae lo que resta, nosotras trajimos lo más liviano". Salió al patio y encontró la camioneta verde oscuro frente a la cochera. Se aproximó a la carrocería donde habían tres bolsas de semillas de al menos 2 kilos cada una y otras 3 bolsas de abono y 4 ó 5 pinos en maseta. Puso las bolsas plásticas de abono una en cima de otra y las llevó a dentro. Lo mismo hizo con las bolsas de semillas y por último, fue bajando los pinos de 2 en 2.
- Hace mucho que no traías tantas semillas - comentó el castaño mientras se lavaba las manos en el lavabo de la cocina.
- Han habido muchas ventas últimamente - le contó la mujer en una sonrisa tristona. Ella estaba preparando el almuerzo. Picaba pimientos, cebollas y ajo con habilidad clásica de las abuelas que cocinan rico.
La chica llamada Adele se había tomado la tarea de poner la mesa, por lo que tenía una oportunidad.
- Abuela... -se animó el joven.
-¿Si? -.
- ¿Quién es ella?- preguntó. Trató de que sonase desinteresado, pero la verdad estaba ansioso de saber qué era lo que ocurría. La anciana detuvo su acción, bajó el cuchillo y se secó las manos con su delantal floreado. Suspiró.
- Es la hijastra de tu madre - profirió con delicadeza, mirando hacia un costado.
- ¿Qué?- soltó groseramente. No planeaba que la pregunta se oyera así, pero aquello le había tomado por sorpresa. ¿Karen se había vuelto a casar? ¿Qué?.
- ¿Te refieres a que esa chiquilla es mi hermana?- dijo con el entrecejo  fruncido, los ojos cerrados y tomándose la frente como si estuviese aturdido.- Ella.. ¿Tuvo otra hija aparte de mi?-.
- No - contestó con voz calma la mujer, intentando apaciguarlo- Adele es hija del esposo de tu mamá. Son hermanastros. O al menos lo eran - se entristeció.
Su mundo estaba dando vueltas. ¿Cuando sucedió todo eso? ¿Karen abandonó un hogar por otro? No la creía capaz de llegar a tal límite. A pesar de todo, seguía teniendo esperanza de que se había ido por un buen motivo. Esperanza que se iba opacando con cada respuesta de las preguntas que hacía.
Se sentó en una butaca de la barra de desayuno remarcando su expresión de confusión.
- ¿Tú lo sabías abuela?- quiso saber el muchacho. Aquella forma de  preguntar parecía restar importancia a la respuesta.
- Si - dijo la anciana. No sabía qué esperar de su nieto ante aquella confesión.
- ¿Hace cuanto que lo sabes?- siguió interrogando de la misma forma que la anterior.
- Como un año -dijo la frase instantáneame después de oír la pregunta. Sabía que mentía. Ella no se percató nunca de que su nieto sabía que aún tenía comunicaciones con su madre. Solía llamarle al teléfono fijo todos los fines de semana. Una vez, a la edad de 12 años, queriendo hacerle una broma a su abuela, levantó el auricular. Fue entonces que escuchó la conversación entre ambas sobre como le iba a la otra. Recordó haber bajado el aparato en su sitio y estar malhumorado con su abuela un buen rato. Luego comprendió que, aunque él ya no necesitaba a aquella mujer su abuela si. Su nana ya se lo había explicado. Muchas veces, los padres necesitan más a los hijos que los hijos a ellos. No podía culparla por extrañar a su hija ni privarla de tal derecho por el simple hecho de no querer tener contacto con ella. A los 13 o 14 años comenzó a darle igual tener o no relacionamiento con aquella, la que ya ni su rostro recordaba. Prefirió guardar aquel secreto para evitar cualquier discusión con ella y tomó todo con suma calma e indiferencia.
- Aún no sé que hace ella aquí. ¿ Y su padre?- continuó el interrogatorio.
- Falleció - dijo en voz baja, como si estuviese frente a la joven y quisiese darle respeto. No sabía qué responder a eso. Ante el silencio la mujer siguió con su quehacer metiendo el pollo con los vegetales salteados en una charola y luego al horno.

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