⭐Capítulo VIII: Preparativos⭐

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—Listo, ya están las invitaciones acabadas.

Alcé la vista tras agrupar los distintos sobres que Thorir había escogido y contemplé todo el revuelo que había en el castillo. Era última hora de la tarde y aunque al principio había sido un caos, la organización de la fiesta ya comenzaba a tomar forma. Criados búrgalos y ascenitas se habían repartidos las tareas y juntos habíamos adelantado mucho en solo unas horas.

Acantha, quien parecía haberse convertido en mi mano derecha, había sido la encarga de traducir todo cuanto había necesitado comunicar y juntas habíamos formado un buen equipo. Estaba encantada de que Ragnar me hubiese asignado a una persona tan entregada y sensible para acompañarme en aquellas duras horas.

—Solo queda enviarlas. Gracias por tu ayuda, Acantha —dije a la joven y dulce búrgala—. El trabajo está terminando por hoy, así que puedes ir a descansar.

—Esstoy bien, Kenshae.

Fruncí el ceño, sabiendo que eso no era cierto. La mujer ya había dado muestras en varias ocasiones de fatiga. Supuse que su deber estaba por encima de su agotamiento, así que intenté animarla con una sonrisa.

—Podré arreglármelas sola, no te preocupes. Hoy ha sido un día duro. ¡Fíjate en los hermosos altares que hemos montado! Sin embargo, mañana será aún más complicado, así que ve y descansa. Te lo has ganado.

—Me quedaré con Kenshae hassta cena.

Acantha se puso en pie. Miró alrededor, apretándose las manos de un modo que delataba su nerviosismo. La observé coger un cesto cargado de flores bermejas, las que se estaban usando para decorar el altar a Plaecae, dios de los festejos, para colocarlo en su lugar. Me fijé en la forma en la que sus dedos temblaron y de repente, lo comprendí todo.

Me dejé caer hacia atrás en el respaldo de la silla, cruzándome de brazos.

—Es Ragnar, ¿verdad?

Acantha no se atrevió a mirarme al mascullar:

—¿A qué oss referíss, Kenshae?

—Te ha ordenado vigilarme, ¿estoy en lo cierto? —No necesité de respuesta. Vi en sus ojos oscuros relucir la culpa—. Pensé que solo eras una criada más del castillo, pero supongo que me equivoqué. Ragnar te ha ordenado espiar mis movimientos. Estupendo. Puedes ir a decirle a tu señor que no necesito que nadie controle mis pasos. No soy estúpida, sé que he hecho un trato y que debo cumplirlo —Me puse en pie, furiosa conmigo misma por no haberme dado cuenta antes, por ser tan ingenua y confiable.

Aquella mañana, cuando había estado con Acantha y Titania, me había sentido a gusto, sobre todo con esta mujer de sonrisa bondadosa y mirada inocente. Debí comprender que aunque estaba rodeada de familiares paredes, ya no estaba en casa. Sacudí la cabeza, recordando entonces la fiereza que desprendía Ragnar, su mal carácter.

—¿Sabes qué? Creo que iré a decírselo yo misma.

A lo mejor podía aterrorizarle de nuevo. Recogí mis faldas y comencé a caminar hacia el interior del castillo, intuyendo que podría encontrar a Ragnar junto a Thorir en el salón donde los lores se reunían.

—¡No! ¡Kenshae, no hagáiss esso! ¡No, por favor, por favor! —Acantha me cortó el paso. Sus ojos marrones parecían genuinamente alarmados. Sus dedos temblorosos se apretaron alrededor de mi muñeca. Me detuve abruptamente, conteniendo la respiración ante la fuerza de su petición—. Oss lo imploro. Por favor.

—¿Por qué?

—Él... él me... —Acantha sacudió la cabeza, horrorizada ante sus propios pensamientos. Tomó una bocanada de aire antes de mirarme entre las pestañas—. Ssi Ragnar entera de que ssoy desscubierta utilizará látigo conmigo.

Crónicas de Ascenia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora