D'eng Bug era un dolor de cabeza. ¡Y vaya qué dolor! El rey, sus seguidores y sus soldados se comían el cerebro todo el día pensando alguna estrategia coherente para poder capturarla y darle fin a todo el revoltijo que producía una joven, fiel seguidora de su padre, y cuando no estaban pensando en cómo capturarle, pensaban en cómo darle la más trágica de las muertes. No solo por ser mujer, sino por todo aquel quebrantamiento a la ley que significaba su existencia.
Ella no era una amenaza criminal para el rey, no, no. Era amenaza a su poder, porque si se atrevía a abrirle los ojos a los demás como le fueron abiertos a ella, todo lo que Gabriel tardó en construir por medio de mentiras y sutiles sobornos se vería destruido en cuestión de segundos. Agreste no quería eso, y su hijo no quería ver a su padre derrocado, pero por las acciones de este, el heredero emitía una especie de desprecio hacia su monarca.
El rubio oro caminaba por los tapizados pasillos del castillo, iluminado cada cinco metros por una antorcha que despegaba un centelleante fuego, y por alguna armadura sosteniendo un estandarte con el lema de la familia y el escudo real: una mariposa negra y morada por una mitad, mientras que la otra mitad era blanca, rodeada estaba por un anillo de oro junto a la frase "Sabiduría o pleito (traducir a francés) *". Las mucamas y esclavos listos para la venta se veían obligados a inclinar la cabeza en cuanto lo divisaban y alertaban su presencia en signo de respeto, incomodando al de ojos esmeraldas por la atención innecesaria de parte del personal. Sus manos enguantadas se agitaban y paseaban sobre un pergamino perfectamente enrollado y carente del sello del anillo del rey. Su mirada curiosa no viajaba al papel, sino que se mantenía en alto, grácil y arrogante.
En cuanto pisó el tapiz de la alfombra del salón común, se sentó en uno de los sillones de un cuerpo, exponiéndose al rojo vivo de las llamas que provenían de la chimenea de ladrillo. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar en las manos esclavizadas que trabajaron la bella estructura de la sala, malestar que se vio disipado en cuanto un par de pies calzados pulcramente en unas botas negras de tacón y un carraspeo grave y potente resonaron por el cuarto. El de ojos verdes miró la fuerte y madura figura de su padre como una admiración y extraña fuente de maldición, como alguien inalcanzable en quien tendría que convertirse.
— ¿Para qué me habéis citado, padre? — Interrogó inclinándose hacia adelante al apoyar sus codos en sus rodillas y entrelazar sus dedos.
— Yo no he criado a un vago, Adrien. El apellido que portáis contiene toda una dinastía en vuestra sangre — El aludido bajó la cabeza en signo de aburrimiento y acongojamiento —. Ser el futuro rey conlleva más responsabilidad de la que creéis, y el día en que aquello suceda no podréis echarte hacia atrás.
— ¡Pero ahora sí puedo! ¡Elige otro para que sea rey en mi lugar! — Exclamó Adrien, exasperado, demasiado fastidiado con la misma lucha que se ejercía casi toda la semana desde que cumplió la mayoría de edad.
— ¿Y terminar con todo lo que tanto trabajo ha significado construir? ¿Eso queréis? ¿Llevar este reino a la ruina porque tú quieres cumplir un capricho y no tener a nadie capacitado? — Gabriel también empezaba a fastidiarse, y un hijo caprichoso y con una actitud tan arrogante tampoco ayudaba. Pero no podía quejarse, siendo que él creó aquella fachada ególatra.
— Tampoco esta dinastía estaba destinada — Murmuró con desprecio el chico, resoplando y sosteniéndole una mirada desafiante al más viejo y canoso de ambos —. Por siglos hemos conquistado territorios ajenos por medio de la guerra. ¡Este mismo reino ha sido llevado a la gloria por medio de guerra!
— No me levantéis la voz, jovencito — El tono autoritario no se hizo esperar. Miradas fugaces y retadoras se cruzaron como destellos de clemencia y ansiedad —. No me hagáis restregarte en la cara nuestro lema.
— ¿El muerto?, ¿o el vivo? ¿Sabiduría o pleito? ¿En serio? Todos los actos desde que nací han sido inconscientes e inmaduros. Mentiras, mentiras y lucha, padre. No contra el resto, contra nosotros mismos — Adrien miró hacia un punto equis en la pared antes de tomar su chaqueta, sostenerla con una mano hacia atrás en su hombro y dar una ligera reverencia de desprecio antes de salir del salón, no sin antes añadir:
— Por cierto, padre, si os lo preguntáis, D'eng Bug volvió a causar estragos anoche — Lanzó el pergamino hacia atrás al suelo, retirándose casi de inmediato.
Con un malestar incomparable en la boca de su estómago se colocó la chaqueta en todo su torso y brazos, luego abotonando los broches de oro que se esparcían a lo largo de su centro y acomodando el cuello, todas estas acciones realizadas bajo la cobertura de su egocentrismo, sin bajar su mirada al caminar firmemente haciendo resonar sus botas en el suelo perfectamente tapizado. Sus gráciles y masculinos movimientos mientras se desplazaba no eran pasados por desapercibido, ya que más de algún par de jovencitas de la nobleza ocultaban sus miradas avergonzadas y sonrisas pálidas tras sus enormes abanicos elegantemente batidos.
Subió un par de escaleras y atravesó unos cuantos oscuros corredores que esperaban impacientes el alba para iluminarse por las ventanas, cubiertas por velos color negro. Al entrar en su alcoba espaciada completamente, lo primero que hizo fue lanzarse de bruces en su cama, gimotear su cansancio con pequeñas pataletas y berrinches que no se atrevía a hacer en público por miedo a dañar su orgullo. Ya calmado, suspiró mirando hacia su armario.
El camino a este no consistió en más de tres pasos y ya estaba abriendo las grandes puertas y caminando hacia la caja de cartón que descansaba bajo sus abrigos. La tomó entre sus manos, y, volviendo a su cama y echándose de espaldas sobre esta, releyó el papel en la superficie por enésima vez desde que encontró el paquete hace unas semanas, escondido en la profundidad de su cuarto.
Si lo usáis como corresponde, es probable que sea una de las cosas más valiosas que obtendréis en tu vida. Sabes que no os doy este regalo por nada, sé que encontraréis la realidad de mi clemencia.
- Le Chat Noir.
Verificó su total soledad en silencio, tranquilizado por el aspecto de que seguro y su padre no querría verlo en bastante tiempo dado su arrebato. Rompió el papel grueso que sellaba la caja para luego levantar la tapa. Frunció el ceño ante su contenido: un traje con forma no definida por estar doblado, unas botas negras y guantes negros en la superficie, además de un antifaz del mismo contraste azabache. Si se lo hubiera replanteado, seguiría debatiéndose entre si averiguar de una vez por todas el por qué tanto misterio a la hora de dar un regalo, pero fue tal la rapidez de sus acciones que no alcanzó a darse cuenta cuando el traje se batía frente a él, sostenido por sus propias manos. Una camisa gris oscuro se ataba por el cinturón a un pantalón ajustado. Era demasiado notorio que todo aquello era alguna especie de disfraz, en el que aquel antifaz y aquellas orejas gatunas que cayeron de la tela, sujetas en una diadema, eran el foco principal.
Una sonrisa ingenio y engañosa se posó en la comisura de sus labios, elevándolas, pensando seriamente en que aquel inofensivo regalo sería el portal a sus caprichos, porque podría probarle a su padre que él era más que una cara bonita y un perteneciente inútil a la nobleza. Por fin podría probar su punto, y no era necesario contar con nadie más, solo aquel traje era su pasaporte a la libertad y a la victoria que por dos años los soldados se esmeraban en alcanzar.
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Definitivamente son bastantes cambios. Espero que puedan tomarlos con tranquilidad :'3
- Anita.S
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Ladrona Y Heroína: Ancestros del Secretismo (EDITANDO)
FanfictionEl día en que Marinette juró venganza y empezó a seguir las huellas de su padre se escondió bajo el pseudónimo de D'eng Bug, convirtiéndose en una busca-pleitos, alias bandolera. Sentía la obligación de contradecir a las leyes medievales y la iglesi...