Prólogo

273 22 7
                                    

Su cabello, de un azul azabache intenso, se ondeaba al pasaje del viento sobre su cabeza. Sus pies ágiles y gráciles saltando con rapidez y audacia entre las más fuertes ramas de los árboles a su paso, saliendo de la pequeña aldea perteneciente al gobernante, al rey de aquel conocido pueblo entre comerciantes y viajeros, quienes contaban sus agradables y ligeras experiencias.

Pero ella sabía que la verdad era otra.

Cuando por fin sus pies tocaron con firmeza el hojeado suelo veraniego y mañanero del claro en medio del bosque, y sus ojos cristalinos y azules como zafiro se pasearon al fondo, en donde una pequeña aldea, conformada por unas cuantas tiendas de campamento improvisadas, descansaba sobre la ladera en medio del valle entre dos grandes y misteriosas montañas, se dignó a respirar en paz. Alcanzó con una mano en alto la lanza que le fue lanzada en el momento y la ballesta que recibió con agrado de unas manos infantiles y juguetonas: dirigió una sonrisa y acarició el cabello enredadizo y negro de la pequeña niña que reía con una gracia y calma indescriptible. Caminó a paso lento y pausado hacia una de las tiendas, lista para apartar la tela, permitiéndose el paso a la morada y así sentarse sobre uno de los cojines de paja mientras una mujer entre dos edades* pelaba unas papas ayudándose de una piedra filosa envuelta en una hoja.

— Ellos ya lo saben. Françoise* será el afectado hoy — Musitó Marinette despreocupadamente, dejando la lanza a un lado suyo y preocupándose de llenar su carcaj de flechas recién afiladas.

— Ve con cuidado, pequeña, tu madre no quiere más pérdidas.

— Y no las tendrá.

Tras esta afirmación, Bridgette se levantó de su lugar dispuesta a examinar con la mirada la fachada despreocupada y bien arreglada de la más joven.

— Marinette, nunca me cansaré de decirte esto — Se sentó como indio cruzando sus piernas en frente de la aludida, y en cuanto sus manos callosas y pequeñas acariciaron su mejilla, la ojiazul la miró a los ojos posando su mano, grande y pálida sobre la ajena —. Eres como una hija más para mí. El dolor que sentiría yo no sería comparado al de tu verdadera madre si te perdiera...

— Agradezco tu preocupación. De verdad. Pero no hay nada de qué preocuparse — Tomando el carcaj lleno de flechas, un arco que reposó sobre su espalda y la lanza en su mano se levantó y caminó a la salida —. Si es por esto que estoy en este mundo, si es por esto por lo que vivo... estaré orgullosa de llamarme una criminal, porque no somos nosotros los que rompemos la ley; sino aquellos que se encierran en enormes muros de paredes y se hacen llamar príncipes y reyes.

Tras las efímeras, pero sabias palabras de la veinteañera, Bridgette asintió con poco convencimiento en su lugar mientras Marinette salía de la tienda con la frente en alto pero el corazón estrujado, porque no le gustaban estos temas, porque no quería sacar a relucir el verdadero motivo de su corrupción, y ni siquiera sería necesario de no ser por él.

Sonrió amablemente a la joven adulta que portaba un telar con preciosos y finos paisajes llenos de riveras en la tela.

Pero aquellos no eran sus orígenes.

Ella era una chica orgullosamente francesa, nacida en un calmado reino que poco relucía su verdadera y cruda realidad. Sin embargo, su madre china cambiaba la pureza de su sangre, volviéndola una chica mestiza, pero su autoestima no cambiaba. Aunque pequeños volcanes de acné se esparcían por su rostro, o su cabello podía ser muy poco sedoso, se sentía vigorosa y jovial.

Deslizó su mano derecha por el mango de la ballesta dispuesta a volver al pueblo, pero antes, visitar unos segundos a su madre.

La noche empezaba a caer y el ocaso brillaba en lo más alejado del horizonte, alejando el sol cada vez más y más hasta desaparecer entre dos montes. Las estrellas cumplieron su función brillando con fuerza por el cielo, revolviéndose entre sí, y la media luna no tardó en volver, dado por terminado el día. Llegó a su hogar, entrando en la pequeña y marginada cabaña de troncos en bruto, dejando sus armas en la entrada y descargando su cinturón de pequeñas hiervas que dejó apiladas en una mesilla, saludó a su madre con una reverencia en idioma chino y se dispuso a separar las malezas de las hiervas buenas.

Ladrona Y Heroína: Ancestros del Secretismo (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora