Capítulo 3

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Hacía bastante tiempo que la cabeza de Marinette comenzaba a doler casi incontrolablemente, como si pequeñas agujas fueran incrustadas en sus sienes miles de veces, agujereando hasta su cráneo y dándole la sensación de que su cabeza explotaría en cualquier momento. Trataba de ignorar el punzante dolor con tal de seguir caminando al interior de los terrenos de la iglesia, atravesando la catedral junto a la torre del campanario, amortiguando sus pasos en el césped que empezaba a crecer verde en los bordes, pero la humedad que las malezas le daban hacía que sus pies se congelaran y su cabeza doliera más, algo más feo que una simple jaqueca o un malestar. Sorbió la nariz en cuanto la mucosidad escurrió por sus fosas nasales, anunciando una, tal vez, próxima gripe. Al alcanzar los cultivos que se encontraban a un lado del cementerio, una pequeña sonrisa de victoria se asomó por sus labios y sus ojos despegaron un brillo que normalmente no estaba en ellos. Sacó una de las bolsas de tela de su cinturón, dispuesta a recorrer los caminos entre hortalizas y hiervas, asegurándose de que las que sacara estuviesen maduras.

Por otro lado, al mismo tiempo que estos sucesos ocurrían en la iglesia, un chico que sacaba el flequillo de su cabello rubio oro a relucir en la luz de la luna, se paseaba torpemente por los muros de las distintas propiedades, a veces tropezando y prefiriendo agilizarse en el camino arenoso. Intentó esquivar a los guardias, y su tentativa habría resultado exitosa de no ser porque, cuando el borde de la capucha cayó sobre sus ojos dificultando su visión, tropezó con la armadura de un soldado puesto inmóvil como en los pasillos de palacio. Causó un estruendo considerable que despertó de su ensoñación a los guardias reales —previamente durmiendo sobre sus lanzas y espadas—, quienes sacaron sus armas dispuestos a combatir a quien sea que estuviese allí, aún algo aturdidos por el incidente y la brusca forma de despertarse. Uno de ellos, al mirar hacia atrás, juraría haber visto una figura humana escabullirse entre los arbustos que decoraban el estero que corría en frente del palacio. Adrien, mientras tanto, intentaba aguantar su respiración para no ser escuchado nuevamente, esperando que los soldados encontraran una distracción lo suficientemente buena como para poder escapar.

Pero aquello no parecía querer suceder, así que no encontró mejor opción que tomar una piedra algo pesada-liviana. Apuntó poniéndola bajo su ojo a un árbol que había cerca de los guardias, con la intención de dar en la copa de este y ahuyentar un par de pájaros, con tal de pasar desapercibido en la conmoción. Y su intento pudo haber resultado, de no ser porque al lanzar la piedra la mala suerte parecía perseguirle por el simple hecho de no darle ni a la copa del árbol ni al tronco, sino a la sien descubierta de uno de los guardias, el que lanzó un quejido considerable y su compañero corrió a socorrerlo. Adrien cubrió su boca para no soltar alguna maldición, pero era ahora o nunca, y él optó por el ahora.

Salió de su escondrijo intentando pasar lo más invisible posible, solo consiguiendo ir por detrás de los guardias. A favor de él, apenas notaron la fugacidad con que él corrió, sin embargo, despertó curiosidad en uno de los soldados, quien vio la misma sombra humana escabullirse por el patio trasero.

Ya casi libre, Adrien se permitió respirar correctamente. Se subió a una enredadera que había en el muro que rodeaba el castillo, tropezando algunas veces, y, cuando estuvo a una altura considerable, empezó a razonar. Quizás todo aquel paseo había sido en vano, tomando en cuenta que D'eng Bug era bastante impredecible a la hora de cometer un estrago, nadie se daba cuenta cuando llegaba, y menos cuando se iba. Tragó saliva sintiéndose nervioso de inmediato. Fue entonces cuando el brillo de la luna se reflejó en su espada, dirigiendo esa luz a un punto perdido en el suelo a varios pies de allí. Tomo la espada por el mango empezando a moverla, y con ella se movía la iluminación escasa, pero de algo serviría. Segundos más tarde logró divisar unos pies escurridizos en los cultivos de la iglesia, y supo dónde dirigirse.

Ladrona Y Heroína: Ancestros del Secretismo (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora